La visita del Rey a Marruecos ha terminado con la entrega a Don Juan Carlos de las llaves de la ciudad de Rabat, un gesto que simboliza la disposición de las autoridades marroquíes de lograr unas relaciones con España mucho mejores de lo que han sido hasta ahora. Mohamed VI se ha volcado con el Monarca español, valorando el esfuerzo realizado para viajar a su país, convaleciente aún de su última operación quirúrgica. Y España, por su parte, ha echado la casa por la ventana, desplazando al país vecino una delegación como nunca se había visto, abarcando tanto el terreno político, como el económico y el cultural.
No ha faltado algún desplante como el del ministro de Justicia marroquí, el islamista Mustafa Ramid, a su homólogo español, Alberto Ruiz-Gallardón, para no abordar el espinoso tema de las “kafalas”, el sistema que permite la acogida de menores sin adoptarlos ni asumir la patria potestad y que ha sido paralizado tras la llegada al Gobierno de los islamistas, frustrando las esperanzas de 62 familias españolas. En conjunto, sin embargo, se puede considerar un éxito la forma en que se ha desarrollado la visita.
Lo cierto es que pocos hubieran aventurado que en un año y medio de Gobierno del PP no haya sido preciso reseñar incidentes serios entre los dos países. El precedente de las difíciles relaciones mantenidas por Mohamed VI con el anterior Gobierno popular, el de José María Aznar, hacían pensar en que las cosas no serían tan plácidas como lo han sido.
Las revueltas de la llamada Primavera Árabe han aconsejado al Gobierno evitar todo lo que pudiera ir en detrimento de la estabilidad de los países del Norte de África, aunque tal vez el ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel García-Margallo haya ido demasiado lejos comparando la labor desempeñada por Don Juan Carlos en la Transición española, con las reformas impulsadas por Mohamed VI.
Lo cierto es que Rajoy ha evitado, desde luego, la confrontación, especialmente en la cuestión del Sahara, sobre la que Marruecos tiene la sensibilidad a flor de piel. El Gobierno ha optado por remitirse a Naciones Unidas y así lo ha reflejado en un comunicado conjunto con el de Marruecos.
También se aparcó durante la visita del Rey el tema de la delimitación de las aguas territoriales, un asunto sobre el que los dos países vienen hablando desde hace muchos años, sin que se conozcan avances importantes, y que podría ponerse de actualidad con motivo de las prospecciones petrolíferas cerca de Canarias.
En cualquier caso, no se puede pensar que entre vecinos no vaya a haber contenciosos. Lo importante es que haya una voluntad de resolverlos y que se apueste por la cooperación y no por la confrontación. La colaboración existente en materia de seguridad es un buen ejemplo, porque está dando buenos frutos, entre otros campos, en el de la lucha contra la inmigración ilegal, con iniciativas como las comisarías conjuntas o con otras menos conocidas, pero que suponen un cambio de actitud muy importante, como es el hecho de que policías españoles con armamento hayan pasado hace varios meses la frontera con Marruecos para instruir a sus colegas marroquíes.
La eliminación de trabas para la llegada de inversiones españolas a Marruecos y para aumentar los intercambios comerciales es otro de los objetivos, cuya consecución deberían facilitar esas buenas relaciones y, previsiblemente la visita de Don Juan Carlos, acompañado de un importante grupo de empresarios, haya servido para allanar el camino.
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