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Las Embajadas como premio

Las Embajadas como premio
Luis Ayllón el

En Estados Unidos es frecuente el nombramiento para dirigir algunas Embajadas de quienes política o económicamente han contribuido de una manera notable a llevar a un candidato a la Casa Blanca. Así ocurre, por ejemplo, en estos momentos en España en España, donde el embajador, James Costos, y su pareja Michael Smith, fueron los grandes impulsores del apoyo del lobby gay norteamericano a la campaña de Barack Obama.

Supongo que a los diplomáticos estadounidenses no les hará mucha gracia esta costumbre, que, sin embargo, no parece provocar ninguna alarma política en Estados Unidos, donde, además, es preceptiva la autorización previa del Congreso para cada nombramiento.

En la mayoría de los países, sin embargo, lo normal es que los embajadores salgan de entre los miembros de los cuerpos de diplomáticos, aunque no es extraño encontrarse también con nombramientos entre políticos afines al Gobierno de turno.

Se convierten así las representaciones diplomáticas en un premio por los servicios prestados o, en algún caso, en una manera de quitarse de en medio a un elemento incómodo.

Las Embajadas siguen teniendo todavía mucho glamour y ser embajador es algo que resulta apetecible para muchos políticos de peso. Lo hemos visto en los últimos años en España, donde acabamos de tener el caso del nombramiento del ex ministro de Educación José Ignacio Wert como jefe de la Delegación Permanente de España ante la OCDE.

Es cierto que el caso de Wert tiene unos componentes personales que lo hacen mucho más escandaloso, pero llama la atención que el PSOE haya puesto el grito en el cielo, cuando durante sus gobiernos y especialmente durante el de José Luis Rodríguez Zapatero, hasta una decena de Embajadas fueron a parar a manos de políticos. Wert es el segundo “embajador político” que nombra el Gobierno de Mariano Rajoy, tras enviar a Londres a Federico Trillo al comienzo de la legislatura.

La Asociación de Diplomáticos Españoles (ADE), que suele ser bastante prudente a la hora de criticar actuaciones gubernamentales, ha hecho pública, en esta ocasión, una dura nota contra el nombramiento de Wert y de paso ha recordado que los puestos de jefes de Misión pueden ser perfectamente cubiertos por los integrantes de la Carrera Diplomática, que, para algo existe.

Los diplomáticos aseguran que no se oponen a que en algún caso, se pueda producir el nombramiento de una persona ajena a la Carrera “si las cualidades que adornan al candidato suponen una clara ventaja para los intereses de España”, pero no lo ven aceptable cuando se trata de “una simple sinecura o canonjía”.

La decisión de Mariano Rajoy de aceptar la petición de Wert no fue del agrado tampoco del ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel García-Margallo, que se había comprometido al asumir el cargo a que los embajadores saldrían de entre los diplomáticos, salvo “para personas extraordinarias, en circunstancias extraordinarias”.

Un Gobierno no puede cerrarse la posibilidad de nombrar embajador en un país o ante un organismo multilateral a una persona que en un determinado momento pueda ser idónea para desempeñar ese cargo. Sin embargo, no puede  convertir las Embajadas en una recompensa para los afines, no sólo por la mala imagen que con ello ofrece, sino también porque los intereses de España pueden verse dañados por quienes no tienen la suficiente competencia para un puesto al que otros llegarían después de años de experiencia profesional.

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