Una de las cosas que suelen sorprender de la política internacional es la facilidad con la que algunos países pasan de ser unos apestados a verse cortejados por quienes hasta hace poco renegaban de ellos. En los últimos tiempos eso es lo que está ocurriendo, por ejemplo con Cuba e Irán, y es lo que sucedió hace unos años, como recordarán, con la Libia de Muammar El Gadafi, antes de que la primavera árabe se lo llevara por delante.
Ahora, especialmente tras el deshielo con Estados Unidos, no cesan las peregrinaciones de los dirigentes occidentales a Cuba, cuyas autoridades tienen que hacer ya equilibrios para atender todas las peticiones de visitas, entre ellas las que llegan desde España. Sin ir más lejos, el presidente del Congreso de los Diputados, Jesús Posada, ha estado en la isla, al frente de una delegación parlamentaria, con el visto bueno del Gobierno español que no quiere quedarse al margen de los cambios que puedan producirse allí.
Tras esta actitud hay también un claro interés económico. Se piensa en las posibilidades que las reformas emprendidas por el régimen castrista abren para las empresas españolas. Y, sobre todo, no se desea que los beneficios de la apertura económica de un país cuyos asuntos son vistos en España casi como una cuestión interna, vayan a otra parte.
Algo parecido ocurre con Irán, aunque las circunstancias sean distintas. El viaje conjunto de los ministros de Exteriores, Industria y Fomento a Teherán, acompañados de representantes de unas cuarenta empresas españolas de bastante nivel pone de relieve que no se quiere perder las oportunidades que se abren en ese país después del acuerdo en materia nuclear.
De hecho, algunas empresas españolas ya han llegado a acuerdos con las autoridades iraníes, aún antes de que se confirme el levantamiento de sanciones al régimen de los ayatollas. Otras están a punto de hacerlo y en el grupo que acompaña a los ministros hay algunas compañías con grandes posibilidades de participar en proyectos relacionados con el sector energético o con las infraestructuras, sobre todo ferroviarias, dada la experiencia española en los trenes de velocidad alta.
El turismo o la industria farmacéutica y de salud son otros campos, donde también parecen abrirse oportunidades en un mercado de casi 80 millones de personas, después de unos años en que los intercambios comerciales con Irán fueron escasísimos a causa del embargo consecuencia de las sanciones.
España llegó a estar bien posicionada en Irán, un país al que viajó oficialmente en el año 2000, como presidente del Gobierno, José María Aznar, quien también se desplazó, por cierto, a la Libia de Gadafi, en 2003. Ahora, el Gobierno ha preparado un desembarco para tratar de recuperar el peso que tuvo la relación con Teherán.
Ese legítimo interés económico no debe hacer olvidar las exigencias a esos países en materias en las que no son siempre respetados los derechos humanos, aunque las críticas causen malestar en sus interlocutores.
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