Fabian Picardo completó su semana española con la traca de la cena en el Palace con los socialistas Manuel Chaves y Juan Moscoso. No se puede negar que el ministro principal, que mueve hábilmente sus piezas, pudo regresar al Peñón muy satisfecho de su ofensiva en Madrid, en la que ha quedado de relieve la escasa capacidad de los partidos políticos de España para ponerse de acuerdo en las cuestiones que deberían ser de Estado.
Ciertamente, Picardo se excedió en su comunicado posterior a los encuentros de Madrid, al afirmar que había sido recibido en el Congreso de los Diputados, como lo fue, por poner un ejemplo, el presidente de México, que habló hace poco en el Pleno de la Cámara. Más exacto sería decir que un par de grupos o tres le recibieron en sus despachos parlamentarios y que el resto prefirió hacerlo fuera de allí, un poco de tapadillo.
Pero al ministro principal lo que más le habrá satisfecho, sin duda, es ver, como la mayoría de las formaciones políticas del Parlamento se pasaban por el arco del triunfo la firmeza ejercida por el Gobierno español con el gibraltareño, desde que éste optó por una política de provocación permanente.
Fabian Picardo se preguntaba en su cuenta de twitter por qué el autor de este blog se oponía a que informara a las fuerzas políticas españolas. Lo único que hizo este periódico -que por cierto entrevisto en su momento al ministro principal- fue alertar de que esos contactos, llevados con el máximo secreto posible y con un objetivo evidente –y ahora logrado- se podían producir nada menos que en el Congreso de los Diputados.
Dudo de que uno sólo de los miembros de la Cámara de los Comunes –y menos los que pedían más dureza con España al Gobierno de Londres- se mostrara dispuesto a recibir en el Parlamento británico a los representantes de los pescadores hostigados por el Gobierno de Picardo o al alcalde de alguno de los municipios del Campo de Gibraltar más poblados que el Peñón.
Pero eso no lo tuvieran en cuenta quienes aceptaron la propuesta de Picardo, como tampoco que para saber lo que sucede en Gibraltar, no es necesario escuchar a su ministro principal, quien no es precisamente un modelo de tolerancia hacia los del otro lado de la Verja, desde que supo que el Gobierno de Mariano Rajoy daba por muerto el Foro Trilateral de Diálogo puesto en marcha por Miguel Ángel Moratinos, porque con él se situaba a la colonia gibraltareña al mismo nivel que España y el Reino Unido.
Para quien piensa en los intereses de España, por muy favorable al diálogo que se sea, resulta difícil aceptar los argumentos de quien ha optado por una política de confrontación, de la que no podía esperar más que la respuesta que ha tenido.
Picardo, que está gastando importantes cantidades de libras en su campaña exterior, puede que haya obtenido un buen triunfo en Madrid, aprovechando entre otras cosas, el desbarajuste que existe en el PSOE, pero el balance de su gestión al frente del Gobierno del Peñón deja mucho que desear. Y tal vez las urnas se se lo demuestren cuanto dentro de no mucho tiempo tenga que concurrir a ellas, porque más allá de las proclamas nacionalistas, su herencia es una situación en la que los principales perjudicados son los gibraltareños, más necesitados que los españoles de que la relación con los vecinos discurra por cauces de normalidad.
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