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Carromero en el banquillo

Luis Ayllón el

Resulta difícil conocer los motivos por los que el régimen castrista actúa de una u otra manera. Solo valen suposiciones, pero muchas cosas se explican recordando la fábula del escorpión y la rana. Ya saben: el escorpión pide a la rana que le lleve sobre su espalda para atravesar el río; la rana se resiste porque teme el picotazo; el escorpión replica que no lo hará porque necesita pasar al otro lado; la rana accede y cuando están en medio del río, el escorpión le calva su aguijón; la rana, con el veneno en el cuerpo, le pregunta por qué lo ha hecho, sabiendo que ahora morirán lo dos; y el escorpión responde: “Lo siento. Es mi naturaleza”.

 

 

Algo así le ocurre al castrismo. En su naturaleza, fortalecida a lo largo de más de cincuenta años, está sofocar las libertades del pueblo cubano en cuanto trata de ejercerlas. Ahora, con ocasión del juicio a Ángel Carromero ha detenido a la bloguera Yoani Sánchez y a su marido cuando se dirigían al lugar de la vista para informar de su desarrollo.

 

 

Tampoco ha permitido el acceso al juicio a los familiares de Oswaldo Payá y Harold Cepero, por cuyas muertes está siendo juzgado el dirigente de Nuevas Generaciones del PP, conductor del automóvil en el que viajaban los dos disidentes cuando se produjo el accidente en el que murieron.

 

 

No contentas con la desaparición del opositor con mayor prestigio dentro y fuera de la isla, las autoridades cubanas quieren sacar el máximo rendimiento al caso y manejan los tiempos con gran habilidad. Así, por ejemplo, la fecha del juicio ha sido elegida cuidadosamente: el 5 de octubre, a solo una semana de que se celebre la Fiesta Nacional de España, por si el Gobierno de Mariano Rajoy tenía la tentación de invitar la recepción en la Embajada en la Habana a los disidentes. Como no es previsible que haya una sentencia antes de seis o siete días, esa invitación no se ha producido.

 

 

En cualquier caso, no se puede decir que el proceso para juzgar a Carromero se haya dilatado en exceso. Se han cumplido unos plazos razonables -quizás con mayor rapidez de la que hubiera habido en algunos países democráticos-, y dos meses y medio después del accidente, Carromero se ha sentado en el banquillo. Ha podido ser atendido por sus abogados y por el Consulado español en La Habana y, aunque no ha estado en libertad provisional durante ese tiempo, como hubiera sido deseable, su situación no ha sido mala, más allá de lo que supone estar permanentemente entre cuatro paredes, aunque tenga aire acondicionado y pueda ver la televisión cubana, asunto éste último que no sé si colocar en el debe o en el haber.

 

 

Al lado de estos elementos positivos, otros detalles que rodean el juicio y su estancia en prisión resultan más inquietantes. He aquí unos cuantos:

 

 

-Con Carromero ha habido siempre otra persona en la celda. En teoría, un preso; en la realidad, vaya usted a saber.

 

 

Carromero no ha podido hablar nunca a solas con el cónsul general cuando le ha visitado en la prisión. (Sí, con sus abogados)

 

 

A la defensa no se le permite aportar un peritaje propio. El único válido es el oficial.

 

 

-Según se ha sabido en el juicio, la carretera donde se produjo el accidente fue reseñalizada, con posterioridad al mismo, incluyendo señales nuevas de reducción de velocidad y anuncio de obras

 

 

Pero en fin, todas estas cosas se quedarán en nada si los abogados consiguen un pronunciamiento de absolución del dirigente de Nuevas Generaciones del PP o si, en caso de condena -y ahí ya entra una decisión política- es expulsado del país. Ahí radican las esperanzas de que Carromero pueda regresar a España lo antes posible, quizás antes de la Cumbre Iberoamericana de Cádiz prevista para mediados de noviembre, porque creo que a Cuba no le interesa que el asunto esté entonces sobre la mesa.

 

 

Cuba
Luis Ayllón el

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