El Ayuntamiento de Madrid dirigido por Manuela Carmena, en lugar de buscar medidas para situar a la capital como centro financiero y que pueda competir por el hueco que dejará la City de Londres tras el Brexit, le van más los experimentos.
Una nueva figura político-policial que ejercerá su poder de influencia en los barrios de la ciudad, como si ya no existieran ni policía ni jueces. O esa sería su mejor utopía. Porque uno de los motivos que destaca el nuevo plan de Carmena es la «clara animadversión a la presencia policial» de distintos colectivos. Nombramos así nuestra propia policía, y nos quedamos tan anchos.
El «gestor de barrio» elegido a dedo por el Consistorio gobernado por Ahora Madrid, será el máximo responsable asumiendo la gestión y la coordinación de todos los organismos y Administraciones implicadas.
A saber cómo se escogerá esa figura de consenso, juiciosa, que conozca «a fondo el barrio», y que ejercerá un control absoluto entre sus vecinos. Los jurados vecinales de Carmena es claramente una vuelta de tuerca a los soviets.
¿Cuál tiene que ser su currículo? Si te acusa injustamente, ¿tendrá más valor su voz ante un «juez ordinario»? Si llamo a la policía municipal por una actuación de esta Policía Comunitaria, ¿cómo se afronta esa situación? ¿Y quién controla al gestor y que no abuse de su poder? ¿Le damos valor al chivatazo?
Algunos recuerdan que fue una idea de Alberto Ruíz-Gallardón quién contrató la elaboración de un estudio para la puesta en marcha del Programa Comunitario de Seguridad y Justicia en el distrito Centro, aunque finalmente se quedó en un cajón.
El actual ministro de Justicia en funciones, Rafael Catalá, ha sido rotundo: son «modelos alternativos que tienen que ver más con la Venezuela de Chávez que con la España de 2016».
La idea es empezar por Lavapiés, cuando lo que está pidiendo a gritos el barrio no son vecinos que se juzguen entre ellos, sino que recogan la basura que se come sus calles.
Quizá Carmena ni sus concejales hayan asistido nunca a una reunión de la comunidad de vecinos, donde los problemas se enquistan y se eternizan, para elevar el concepto a la enésima potencia y querer que cada barrio madrileño se dedique a debatir con infractores, delincuentes y víctimas.
Decir que este sistema se aplica «con gran éxito» en Estados Unidos, Inglaterra y Australia, es no conocer nuestra idiosincrasia ni que este modelo más bien triunfo en países comunistas.
Los experimentos, por favor, con gaseosa.
Actualidad Marisa Galleroel