Abdelbaki Es Satti pensaba inmolarse como un mártir tras cometer varios atentados en Barcelona, y no morir por una deflagración fortuita en un chalé de playa. Y así hubiera ocurrido si no le hubiera explotado el arsenal acumulado en Alcanar mientras manipulaba el explosivo conocido como la «madre de Satán», lo que nos plantea demasiados interrogantes.
¿Cómo pudo adoctrinar a un grupo tan numeroso casi durante un año reuniéndose a veces dentro de una furgoneta sin levantar las sospechas de nadie? No se detectó ninguno de los movimientos ni actividades de al menos doce terroristas.
¿Nadie de su comunidad percibió un cambio de actitud en los jóvenes integrantes de la célula yihadista cuando casi todos los investigados residían en el mismo barrio de Ripoll?
¿Cómo se acumulan más de 120 bombonas de butano en una casa ocupada ilegalmente sin despertar ninguna curiosidad?
Hasta después del atentado en Las Ramblas, antes de que los cinco yihadistas llegaran a Cambrils en un Audi 3, no se relacionó el ataque terrorista con la detonación de Alcanar, ¿tan normal es una explosión que se escuchó a varios kilómetros a la redonda, junto a una nube en forma de hongo, donde la casa se derrumbó por completo? ¿No se debería haber investigado más exhaustivamente antes de pensar que era un laboratorio de drogas clandestino? ¿Por qué se impidió el acceso a los Tedax de la Guardia Civil?
El imán de Ripoll tenía una orden de expulsión que nunca se ejecutó, y pudo realizar viajes a Bélgica al no estar fichado policialmente, cuando debía haber sido vigilado por el mero hecho de haber pasado por prisión. ¿Acaso no existe un control sobre quiénes son los imanes de cada mezquita? ¿No estaba monitorizado por ningún cuerpo de seguridad?
El cerebro de los atentados estuvo en contacto con unos de los principales detenidos en la operación de la Policía Nacional contra el terrorismo yihadista Chacal I en el 2007, ¿por qué no se compartió esa información con los Mossos?
Ni los viajes exprés a París ni el traslado de bombonas de butano además de varios contenedores con material explosivo ni el rastro del imán salafista ni de los once radicalizados fueron detectados por ninguna fuerza de seguridad. Tampoco los tenían controlados los servicios secretos franceses, señalando una realidad más que evidente, hay que tener un miedo de narices.
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