Jorge Fernández creyó que todo tiene arreglo y como si fuera el Sr. Lobo –«Estoy a treinta minutos de ahí. Llegaré dentro de diez»–, pensó que lo suyo era solucionar problemas, aunque fuera saltándose las reglas del juego.
Hablar con el Fiscal General del Estado y decirle: «Oye, mira, hay esto, ¿no?». O contarle directamente «que tengo conocimiento» de una investigación a medias es tan grave, que alegar que las grabaciones están «fuera de contexto», es imaginar que todos nosotros somos el cadáver dentro del vehículo con la cabeza reventada en el asiento trasero.
Organizar que una información para incriminar a la oposición vaya «primero a la Fiscalía» o «lo ideal» que esté en el Juzgado, pactando datos comprometedores, y de esa forma «nadie va a sospechar que sale de la Policía», apunta que ese tipo de encargos no le son ajenos.
De hecho, él cree que estas conversaciones «son habituales» y no merecen «en absoluto reprobación», y sí que «alguien las haya grabado y difundido dos años después y a cuatro días de las elecciones». La grabación, eso también, podría ser delictiva y estar manipulada al no estar completa.
Antes del 26-J, la sombra del ministro de Interior se ha vuelto alargada o más bien la de su ángel de la guarda. Como bien reconocía Rodrigo Rato antes de sentirse acorralado por el caso Bankia: «Hablé con el ministro de todo lo que me está pasando, porque le conozco desde hace treinta años. Le estoy transmitiendo mi punto de vista sobre mi situación».
Para Fernández Díaz era «su deber y responsabilidad» reunirse una hora en su despacho oficial con un imputado por delito fiscal y blanqueo. Por lo oído, también ayudar a poner zancadillas al adversario.
El «lío» de Jorge Fernández ha enredado los últimos coletazos de la campaña rural de Mariano Rajoy, que ha negado conocer siquiera quién era el director de la Oficina Antifrau de Catalunya, Daniel de Alonso.
Y ha puesto más hincapié en saber «pronto» quién grabó, qué los motivos de la conspiración, rechazando la dimisión de su ministro en funciones. «Yo estoy muy tranquilo y él también».
Al final, no puedes creerte Harvey Keitel, cuando para solucionar los problemas te acompaña el espíritu de Marcelo. Todo puede quedar en una tremenda chapuza.
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