He terminado de ordenar mis libros cuando arranca una nueva edición de la Feria. Y lo que empezó teniendo un orden, terminó siendo un caos. Cómo explicar que he ocultado, en el estante inferior detrás del sofá, una edición de Lo que el viento se llevó encima de la Biblia que me regalaron en mi Comunión —sí, sigo guardándola, con la dedicatoria simple y llana de «tu obispo, Rafael», que me recuerda a un palomo mensajero que rescaté de la azotea de la vecina y le puse ese nombre. Un pastor alemán le estaba mordiendo las alas como parte de un juego, que se convirtió en una escabechina. El palomo estuvo en casa hasta recuperarse, haciéndose dueño del patio interior, donde bajo ningún concepto dejaba entrar a mi padre—, será porque ambos son relatos épicos y ponen a Dios por testigo.
El descontrol reina en los libros que todavía no he ubicado, porque acabo de finalizar, como la imprescindible Patria de Fernando Aramburu o el ajuste de cuentas de Javier Cercas en El monarca de las sombras, que es una prueba de hasta dónde puedes estirar un tema que te obsesiona., quedándote pillado en ese «pasado que no pasa nunca, que ni siquiera –lo dijo Faulkner– es pasado», y que encadené con la relectura de la desgarradora Enciclopedia de los muertos (Aleph) de Danilo Kiš, y su reflexión sobre lo efímero de la existencia humana.
Desde la mesilla de noche me miran desafiando el tiempo, las novedades que se disputan mi atención. La primera, por ese inminente choque de trenes de Cataluña, La tercera vía de Miquel Iceta, quién asegura en ABC que el «derecho a decidir no existe» e insta al Gobierno a que no haya referéndum. De Iceta a su grito, «¡Por favor, resiste, Pedro, líbranos de Rajoy, por Dioooos!», de la mano de Jesús Cintora y sus Conspiraciones (Espasa), que da las claves de porqué los partidos de izquierda se repelen como si fueran polos iguales. O coger el tramabús de Podemos con su gurú, Rubén Juste, y el libro que recomienda Pablo Iglesias para desarticular a la casta, Ibex 35 en Capitán Swing. Y para analizar la América profunda que votó a Donald Trump, sin ni siquiera mencionarlo, Hillbilly, una elegía rural (Deusto) de J.D. Vance, antes de sumergirme en La Pastoral americana de Philip Roth, uno de los grandes.
Al otro lado de la cama, libros que alternó antes de dormir. Las columnas llenas de literatura, como puñetazos de realidad de Juan Tallón, con una gran declaración de intenciones, Mientras haya bares, en una editorial cuya marca es indeleble, Círculo de Tiza. O el hipnótico viaje que emprende el protagonista de Tierra de campos (Anagrama) de David Trueba tras la muerte de su padre, cuyas palabras iniciales, «todos conocemos el final», leyó mi pequeña de nueve años y le hizo verter lágrimas saladas pidiéndome lo imposible. Quizá encuentre consuelo en el ensayo de Elias Canetti editado por Galaxia Gutenberg, El libro contra la muerte. Y también lo último de Antonio Álamo, Más allá del mar de las Tinieblas (Siruela), que me trae recuerdos de su hipnótica Breve historia de la inmortalidad, el libro undécimo de Lengua de Trapo, y una frase de las que se tatúan en el interior, «he encerrado mis sentimientos con candado y he tirado la llave». A la espera, Mac y su contratiempo (Seix Barral) de mi admirado Enrique Vila-Matas desde que leí su Bartleby y compañía.
Podría seguir, para reivindicar que el virus de los libros no tiene cura. Contágiense.
Actualidad Marisa Galleroel