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Blogs Loading... por Marisa Gallero

48 horas

Marisa Galleroel

 

ETA lanzó un órdago criminal el jueves 10 de julio de 1997 a las cuatro de la tarde con un mensaje tan sutil, tan de lucha armada —nótese la ironía—, tan justiciero como ese «¡Hijos de puta! Lo de Ortega Lara lo vais a pagar!». Una pena de muerte con un demoledor plazo que despertó a la sociedad rompiendo el silencio a gritos.

* Leo como fueron esos cuatro devastadores días de julio para la familia de Miguel Ángel Blanco cuando pasaron casi tres meses desde la vil ejecución a manos de ETA —digamos también los nombres de los integrantes del comando para que nunca se olviden: Francisco Javier García Gaztelu, «Txapote», Irantzu Gallastegui Sodupe, «Amaia» y José Luis Geresta Mújica, «Oker»—, y se siente de nuevo el dolor, la indefensión no sólo de ellos, sino de todo un país harto de años y años de chantaje criminal.

Consuelo, su madre, se dio cuenta en seguida de que algo iba mal, cuando le avisaron de que Miguel Ángel no había llegado al trabajo: «Entonces, le ha pasado algo». No supo que fueran a matarlo en 48 horas, hasta que faltaban dos horas para que volvieran a ser las cuatro de la tarde. Para tener que escuchar con el paso de los años la indecencia, la inmoralidad y el cinismo de Arnaldo Otegi reconociendo que ese día estaba «en la playa como un día normal». Sería el único —vuelvo a la ironía— que «no sabía que lo iban a matar ese día», porque Consuelo no lo suponía, porque no le dejaron periódicos, ni ver la televisión ni las noticias ni nada, y estuvo sin conocer el plazo letal, manteniendo hasta el final las esperanzas de que se salvaría.

Esas interminables 48 horas en las que no podían hacer nada. «Porque nadie, ni el partido por muy poderoso que sea ni aunque se hubiesen juntado todos lo partidos, lo hubieran logrado», pensaba su hermana, Mari Mar. «Ya le habían puesto la condena», se resignaba Consuelo. Y el horror de ver consumirse inexorablemente las horas, y pensar que cuanto más gente saliera a la calle, esa España entera conmovida, y «cuanto más hiciéramos, ellos más dirían que no… Ellos no cederían ante esas cosas y pensé que se iban a hacer mucho más fuertes», recuerda Mari Mar. Pero fue el principio del fin, una agonía que duró otros 14 años, y aún pretenden escribir otro relato de la infamia.

Sin mirar el reloj, esperando que las manecillas continuaran con su ritmo sin que hubiera ningún aviso. Sin querer ver «esa hora como una hora, como un ultimátum», que se ejecutó con absoluta cobardía. Encapuchado, con las manos atadas con un cable, sujetado por «Oker», mientras que «Txapote», con una Beretta con silenciador que le había dado problemas en otro atentado, le descerrajó por la espalda dos tiros dejándole con un tenue hilo de vida durante unas horas más.

«Las que no eran madres de mi hijo, eran como madres… Sentí que no era mi hijo solo, que él era hijo de todas ellas, las otras madres eran un poco madres de Miguel Ángel», sintió Consuelo sin una gota de consuelo una vez llega la soledad.

20 años después, Miguel Ángel Blanco es el hijo de todos, y reivindicarlo es lo más justo. Nunca puede caer en el olvido.

* (Entrevista realizada por la periodista Mª Antonia Iglesias en «Ermua. 4 días de julio»).

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