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Blogs Laboratorio de Estilo por María Luisa Funes

Brentano’s en París

María Luisa Funesel

Cuando vine a vivir a París para estudiar un MBA en la centenaria escuela de comercio francesa, HEC, me gustaron las ventanas y las puertas de los casoplones parisinos. Ayer, recorriendo la Place des Victoires me trasladé a décadas atrás.

Las entradas de carruajes, los patios interiores y el saber hacer decorativo de las francesas son dignos de mención.

Las forjas de las escaleras, los motivos arquitectónicos y esa sobriedad a veces inesperada no pasan desapercibidas.

Los interiores Parisinos, se distinguen por sus altos techos, sus molduras y una mezcla de piezas tradicionales con otras hiper modernas, como cuadros o esculturas de artistas contemporáneos.

Pero me ha chocado perder, entre tantos lugares maravillosos, la librería que solía visitar con frecuencia. Brentano’s, que así se llama, sigue estando abierta, pero -según palabras de la cajera- “con Amazon y con el entorno tan competitivo de venta de libros, nos hemos quedado para vender moleskines y souvenirs”.

Brentano’s es una librería con casi 120 años de antigüedad. Ofrecía un repertorio variadísimo para el lector multicultural, interesado en leer en varios idiomas. De hecho, fue la primera librería norteamericana en París, facilitando la lectura de literatura y ensayos de autores anglosajones.


Situada en la avenida de la Opera, entre la Opera Garnier, el Louvre y la Place Vendôme, Brentano’s era un paraíso en la tierra, una inmersión total en la cultural universal.

Cuando llegué a París, venía de Estados Unidos. Ante la imposibilidad de encontrar entonces libros en español, me limité a visitar Brentano’s para al menos poder leer  obras en inglés, ya que el francés en aquel momento me parecía chino. Brentano’s era mi nexo de unión con los años anteriores de mi vida. Allí me sentía como en casa, ante tanta baguette y tanto francés.

Ver que mi refugio de esos años se ha convertido, tras pasar de la bancarrota a manos de un banco, en una tienda de souvenirs, me ha resultado triste.  ¿Es que a nadie le gusta ya husmear entre estanterías de libros, escudriñar los volúmenes más curiosos, oler a papel y perderse en acogedores pasillos forrados de libros?

Al menos en París seguirán quedando Galignani, W.H. Smith y Shakespeare & Co. Que se le va a hacer.

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