Perderemos a lo mejor aquella embriagadora luz dorada que se prendaba de las piedras de San Lorenzo cuando caía la tarde del Miércoles Santo y la Semana Santa de Córdoba convocaba otro año más a aquello que nunca había dejado de pertenecerle. A esas horas en que Nuestro Señor desplegaba con la luz del ocaso un paisaje deslumbrante de oro, morado, plata y cera como nunca podrá contar pintor ni poeta ni fotógrafo alguno, este año 2013 el desvalido Nazareno del Calvario dejará la tristeza de su cansancio entre los naranjos estremecidos de azahar y vestidos de toda su elegancia.
Ganaremos la tarde por delante, la mirada elevada a un firmamento azul y de luz blanca y descarada, pero sobre todo el camino de la cruz que si antes sirvió para contar, estación por estación, la Pasión del Señor ahora también enseña a las demás cofradías y a todos los que tengan el buen gusto de acompañar a la hermandad del Calvario que la meta no es la Catedral, sino que ese templo sobrecogedor donde Dios inspiró a tantos genios distintos para mostrar cómo de variada era su belleza, es el aire para respirar que enseñará a crecer a todo el mundo, el alimento imprescindible para el espíritu y el paisaje único ante el que los terciopelos lisos se enriquecerán y se desalanterán el aplauso inoportuno y la imperfección.
La cofradía de Jesús del Calvario ha decidido hacer un enorme esfuerzo para mantener su estación de penitencia en la Catedral, y su lección va más allá del ejemplo de salir poco después de las cuatro de la tarde, porque debería conseguir, como pasa con el auténtico testimonio, que el mundo crea: que las que dudan se decidan: que quienes no dicen ni que sí ni que no sepan que esa certeza sólo puede salir de la fe más intensa y ésta siempre es verdad; que quienes ponen trabas o excusas vean cómo se derriban las vallas y los obstáculos; que los que sacan la lista de inconvenientes empiecen a pensar que sería posible que todas las hermandades estén allí incluso con una sola puerta. Todo lo que sea tardar es un agravio a cofradías que dan este testimonio.
Liturgia de los dÃas Luis Mirandael