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Blogs La capilla de San Álvaro por Luis Miranda

Inquietudes espirituales

Luis Miranda el

Inquietudes espirituales. Tengo asociadas estas dos palabras a la imagen del Señor del Silencio, que ayer se me apareció en twitter vestido de morado y enmarcado en el cancel de San Andrés, de camino a su iglesia de Jesús Divino Obrero por vez primera. Habían pasado 23 años de aquel día y su hermandad recordaba aquella donación insólita y providencial. En marzo de aquel prodigioso año de 1991, el del inolvidable pregón de Ángel Varo, Córdoba recibía a su mejor Dolorosa contemporánea, la Virgen de la Caridad, y en otoño llegó el más hondo, místico y sereno de sus Cristos del siglo XX, Nuestro Padre Jesús del Silencio en el Desprecio de Herodes. No fueron malos tiempos aquellos en que ya se empezaba a mirar a la Catedral sin disimulo.

Contar la historia de su donación es inútil porque todo el mundo la sabe con más o menos pelos y señales, pero no reparar en los motivos que trajeron a Córdoba al postrero y portentoso Cautivo de Luis Ortega Bru y no aprender de lo que enseña en la mirada perdida y en los rezos acumulados tantos años en dos ciudades es una ligereza peligrosa. Cuando el Obispado de Cádiz aconsejó no admitir nuevas hermandades, y por lo tanto impidió que el Señor del Silencio en el Desprecio de Herodes tuviera su propia cofradía, decía que en la ciudad se habían creado muchas en los últimos años y que por lo tanto los cristianos tenían muchas posibilidades de satisfacer sus inquietudes espirituales en cualquiera de ellas. No hacían falta más entonces, y aquel imponente Cautivo no tenía más remedio que pasar a otra cofradía en otro lugar si los suyos querían que siguiese recibiendo culto en una iglesia. Vino a Córdoba, pero no se le creó una hermandad propia, sino que se integró en la del Amor, y desde el accidentado 1992 se bautiza de cordobesía cada Domingo de Ramos ante San Rafael y sobre el Guadalquivir, y fue la primera imagen en pasar bajo la Puerta del Puente.

La decisión del Obispado podía ser dura, pero al cabo del tiempo, y cuando han pasado más de treinta años de la bendición del Señor del Silencio en Cádiz, parece que las inquietudes espirituales crecen y que mucha gente no es capaz de satisfacerlas en 38 cofradías constituidas y dos con estatutos «ad experimentum», más que suficiente para una población de 330.000 habitantes, de los que más de la mitad, tirando por lo bajo, son hostiles o indiferentes hacia la Semana Santa, y los que salen a la calle no siempre dan el paso de comer pipas pasivamente a arrimar el hombro en sus barrios o colegios. En Córdoba se aplicó durante algunos años una cruel política que expulsó a imágenes bendecidas de las iglesias, y no me resultó agradable ver a algunas en una casa, pero quizá hoy serían peores las consecuencias de hermandades languidecientes.

Estos días donde las cofradías parecen brotar otra vez con cierta ligereza, en algún caso muy bien fundada, pero en algún otro con insensatez que debería atajarse pronto, habría que acercarse este domingo de Cristo Rey a venerar al Señor del Silencio, y a pensar en si el futuro está en que otra vez quiera nacer una hermandad en cada parroquia o en que los cofrades, jóvenes sobre todo, acudan a las cofradías que ya existen. O hasta que las hermandades sean las que se acerquen hasta las iglesias donde las necesitan, y así encuentren tierra más ancha donde echar raíces y que los que quieran demuestren que esas inquietudes de las que hablan son de verdad espirituales.

Liturgia de los días
Luis Miranda el

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