En medio del mundo, el silencio. Entre el lujo y el oropel que busca fuegos artificiales, la mirada introvertida. A su alrededor vive un mundo de colores donde los lujos vanos se dicen dignos de un rey. Él lleva una túnica blanca con la que le quieren hacer pasar por loco porque su Palabra y su sabiduría no son entretenimientos, sino fuente de vida, y por eso ante la vanidad tiene que callarse, y por eso va pidiendo el silencio.
Quizá tenga el mundo de hoy algo de ese lujo decadente y vacuo de Herodes, y quizá tienen, o deberían tener los cofrades, los cristianos cofrades, algo del Señor del Silencio, vestido con la túnica blanca y ajeno a lo que le rodea, callado por no hablar el mismo idioma que quien le interroga con idioteces.
Quizá en tiempos donde hay tanto ruido y donde se exige a los cofrades, a los cristianos cofrades, que casi hagan el mismo, sería prudente un silencio profundo y hondo, una búsqueda en el interior para sembrar en la tierra que sí dará fruto y no en aquella que exigirá desnaturalizarse para acabar sin conseguir nada.
En esta Semana Santa de vídeos y detalles, donde la historia parece escribirse con las anécdotas, la túnica blanca del Señor del Silencio es más que nunca una túnica de nazareno, un refugio contra el mundo y para mirar en el interior, otra segunda piel espiritual con la que no importa que piensen que uno está loco si en realidad está tomando la cruz, siguiendo el camino y vistiéndose de eternidad.