Fue en el pregón de 1966, pronunciado por Antonio Guzmán Reina, el único alcalde, por cierto, que ha pregonado nuestra Semana Santa. El texto fue editado por el Ayuntamiento en un opúsculo, que contenía un epígrafe titulado «Emulación que impulsa», en el que se hablaba de la competencia que había entre las cofradías de su tiempo y que, como toda competencia, al ser señal de libertad, era tremendamente positiva para el conjunto de la Semana Santa, por cuanto animaba a todos a buscar su propia superación.
Cualquiera con un poco de experiencia en esto sabe que los «piques» entre las cofradías y las polémicas entre ellas son tan frecuentes e inveteradas como los roces –o los encontronazos abiertos– con la jerarquía eclesiástica que las hermandades han tenido en sus muchos siglos de historia. Y no pasa nada ni hay que escandalizarse: esos «piques», siempre que no sobrepasen los límites infranqueables de la corrección y el respeto, forman parte de la salsa que acompaña todo buen plato, y la Semana Santa lo es.
Sin embargo, quizá por aquello de una cierta madurez, la competitividad entre cofradías del mismo barrio o templo, o del mismo día de salida, ya no es lo que era. Hace medio siglo sería impensable que las hermandades del Lunes o del Miércoles Santo, valgan los ejemplos, compartieran anualmente una jornada de convivencia ofrecida por turnos por una de ellas, y hoy es tan normal que nos llamaría la atención que no se celebrara.
Por lo mismo yo, que como todo el mundo sabe nací en la Misericordia, y que el Miércoles Santo si Dios quiere vestiré la túnica blanca con faja morada por quincuagesimoprimera vez, felicito de todo corazón a la hermandad de la Paz y Esperanza, que abre paso a la mía dejando su estela inconfundible, por haber enriquecido su patrimonio con el maravilloso palio bordado que realzará aún más la enorme belleza –para mí invisible en la estación de penitencia– de la hermosísima «Paloma de Capuchinos» que labró Martínez Cerrillo hace ya más de siete décadas. Y me alegro mucho porque ese nuevo palio, aunque no pertenezca a «mi hermandad», es también «mío» en el sentido de que, para cualquier cofrade que se precie, la Semana Santa en su conjunto es algo sumamente personal.