Con regularidad intestinal pero sin calvo, ya ha sido dado a conocer el anuncio de la lotería de este año. Gonito, gonito. Cualquier jugador leído sabe que la timba que tiene montada el Estado es un timo de cuidado, con EV (valor esperado, otro día lo explicamos) negativo y con un porcentaje escandaloso del dinero que pagan los jugadores desviado a impuestos. Y mientras el póquer está confinado en televisión a la madrugada más vampírica, Hacienda no solo puede anunciar a cualquier hora su juego de trileros (solo superado por las máquinas tragaperras), sino que no duda en utilizar a menores para envolver «la ilusión».
Sé que el tema es impopular, porque quien más y quien menos se gasta un dinerito todos los años en este «impuesto de los tontos». La tradición, la presión social, el miedo a que le toque a toda la oficina y quedar excluido (no lo llamaremos envidia para no ofender), los sueños que acentúa la crisis… todo se confabula para que compremos unos papelitos que por lo general solo valen como marcalibros. Y que conste que soy nieto de un afortunado al que le tocó hace décadas un buen premio.
A continuación, el nuevo vídeo de la lotería, precioso, como digo.
Laura Guillot, una de las mayores expertas en juego que hay en España (prometo que no es mi prima; ni siquiera la conozco) alertaba en su blog de lo chocante, cuando menos, que supone la inclusión de menores en un anuncio «estéticamente impecable, pero éticamente cuestionable». Algo así sería impensable en el Reino Unido, que prohíbe esa pequeña explotación infantil para anunciar loterías de forma explícita.
Es cierto que es difícil hacerse ludópata con este juego, pero si alguien se gastara una tarde en la ruleta lo que «invierten» algunos en la lotería de Navidad cada año, saltarían todas las alarmas de la familia. Estos días pueden verse colas bastante largas en algunas administraciones loteras de gente que espera a tirar su dinero de forma voluntaria. Deberían saber que es más inteligente jugarse esa pasta al siete, por ejemplo, en la ruleta más cercana. Cada vez que paso a su lado, siento lástima. No lo puedo remediar.
Por cierto, Clive Arrendel, el actor calvo que solía anunciar la buena nueva cada año, cobraba entre 120.000 y 150.000 euros por su exclusiva dedicación publicitaria. Y no necesitaba ni memorizar un guión. Adivinad de dónde procedía su sueldo.
Juego Federico Marín Bellónel