En una agotadora partida, que duró casi seis horas y media 122 jugadas, a un paso del récord histórico, Magnus Carlsen escogió un camino curioso en el Mundial de Ajedrez: torturar a Vishy Anand hasta agotarlo. Después de su victoria tras el dramático error mutuo de su enfrentamiento anterior, el campeón aceptó entrar en la defensa berlinesa de la española, una analizadísima apertura en la que el blanco se ha estrellado una y otra vez. Muchos vaticinaron unas tablas rápidas, pero Carlsen no estaba dispuesto a renunciar a su mínima ventaja aunque la partida durara dos semanas. Anand, empujado al borde del precipicio, tuvo las agallas de sacrificar un caballo a cambio de dos peones, que las máquinas ni siquiera intuyeron, para llegar a una posición difícil, pero suficiente para empatar.
Incluso los comentaristas, Peter Svidler y Sopiko Guramishvili, cometían ya más errores de lo habitual y pedían perdón por la inexactitud de sus análisis, pese a que su trabajo está siendo magnífico. Los ordenadores, por su parte, estaban casi fuera de juego en el final al que se había llegado. El ser humano todavía es superior en unas pocas situaciones. Mientras, en las redes sociales algunos se preguntaban si los últimos cambios del reglamento podían alargar aún más la partida.
Las bromas se sucedían entre los grandes maestros, por lo general aburridos por el carácter de la partida, aunque sobre el tablero se vivía una batalla decisiva. Si Carlsen podía derribar el «muro de Berlín» de Anand, el Mundial estaría decidido. Con las tablas, el indio jugará con blancas en tres de las cinco partidas restantes. Cualquier cosa puede pasar todavía. De momento, el pentacampeón ha demostrado que está hecho de la mejor pasta. Esperemos que los demonios no lo visiten otro día y le recuerden su histórico descuido de la sexta partida.
Lo cierto es que fue una partida extraña. Después de veinte jugadas, realizadas casi de memoria y sin gastar apenas tiempo, se alcanzó una posición en la que Anand tenía un peón de más mientras que Carlsen conservaba una minúscula ventaja. Muchos criticaban a esas alturas que el número uno no hubiera sido más ambicioso –el gran maestro Simen Agdestein, primer entrenador del campeón, no entendía su decisión de entrar en una apertura «con la que nadie ha sido capaz de ganar»–, pero era la típica posición en la que nadie quiere enfrentarse a él. En efecto, se veía que el campeón creía en su ventaja y siguió apretando hasta que Anand tuvo que decidir entre quedarse medio perdido o liarse la manta a la cabeza y sacrificar su pieza. La decisión resultó ser muy poco placentera, pero correcta. En la última fase de la partida, eso sí, tuvo que lidiar con otro final incómodo, con rey y torre contra rey, torre y caballo. En teoría son tablas, pero a esas alturas hacer siempre las jugadas correctas es mucho más difícil de lo que parece.
El agotamiento al que Carlsen sometió a Anand, por otro lado, puede parecer baldío, pero el primero sabía bien que no se trataba solo de ganar el punto, sino de cansar a su enemigo y minar su energía a falta de cinco partidas decisivas. El noruego tiene 23 años, por 44 de Anand, una ventaja que también hay que tener en cuenta. El propio Agdestein, al principio tan crítico, dijo después que su antiguo alumno debería mantener la partida viva durante varias horas más. Jonathan Rowson, tan atinado como siempre, explicó que los ajedrecistas frecuentan el gimnasio por partidas como esta, en las que es preciso mantenerse alerta y concentrado durante muchas horas. La forma física es fundamental.
La partida se quedó a un paso de la plusmarca en un Mundial. Los comentaristas lo lamentaban en broma y aseguraron que alguien debería haberlos avisado. En efecto, Korchnoi y Karpov jugaron en 1978 hasta la jugada 124. Kasparov y el propio Karpov hicieron 102 movimientos en 1990. En otros tiempos, sin embargo, llegado un punto uno de los jugadores ejecutaba lo que se conocía como «jugada secreta», que el árbitro guardaba en un sobre lacrado, y la partida se aplazaban después de la cuarta o quinta horas. Por lo general, se seguía al día siguiente. Con los ordenadores actuales, apenas tendría sentido algo así, ya que los maestros volverían a la lucha con las cartas demasiado marcadas.
En la rueda de prensa, lo más interesante fueron los intentos de la prensa por conseguir que Anand se quejara del comportamiento de Carlsen, quien para algunos se excedió en su tortura. El indio aseguró que no le había molestado en absoluto el intento legítimo de su rival, aunque también dijo que la última hora de la partida había sido «superflua».
Y aquí puede verse la partida: