Cuenta Andy Soltis en el «New York Post» que hace cuarenta años, cuando Bobby Fischer acabó en Reikiavik con la hegemonía soviética en la «mejor batalla de la Guerra Fría», la Federación de Ajedrez del imperio castigó con dureza a Boris Spassky y a los integrantes de su equipo. Se sabe que Leónidas Breznev, entonces ministro de interior, dijo: «Si de mí dependiera, irían todos a la cárcel». No llegaron a tanto, pero a Spassky le recortaron algo más que una paga y a sus colaboradores no les dejaron jugar en el extranjero durante un tiempo.
Geller, Korchnoi, Spassky y Petrosian, un equipo temible, más aún en los tiempos en los que se podía fumar durante las partidas
Soltis, uno de los principales autores sobre ajedrez del mundo y elegido en 1988 Periodista de Ajedrez del Año por sus compatriotas, cita una entervista concedida a Chess.pro por Yuri Averbaj, presidente de la Federación Soviética en 1972. El directivo cuenta (aquí está el texto en inglés, más manejable que el ruso) que después de la gran derrota, los principales maestros de su país fueron llamados a capítulo para que explicaran lo sucedido. El propio Aberbaj reconoce que aceptó el cargo a regañadientes, porque pocos confiaban en la victoria de su compatriota y estaba claro que el Gobierno no iba a aceptar con deportividad el cambio de ciclo después de 24 años de dominio absoluto.
En la entrevista, Aberbaj (absolutamente recomendable su libro «Lecturas de ajedrez») cuenta que Viktor Korchnoi criticó con dureza la preparación en las aperturas de Spassky. El excampeón mundial Mijail Tal, por su parte, explicó que el campeón había tratado de jugar el papel de un caballero en el lugar equivocado. Boleslavsky, por último, advirtió que Boris no había seguido un estricto entrenamiento deportivo e insistió en que el alcohol era incompatible dicha forma de vida, pese a lo cual llegó a encontrase a Spassky con una botella de whiskey en las comidas.
Un librito delicioso
En aquella orwelliana reunión del Comité de Deportes, el propio Boris trató de defenderse y aseguró que nunca antes había trabajado tanto (a decir verdad, nunca tuvo fama de estajanovista, precisamente). Nicolai Krogius (su libro «Psicología en ajedrez», interesante, me parece menos recomendable) replicó que su preparación psicológica había sido débil, un punto sobre el que Tigran Petrosian, víctima de Fischer en los duelos de Candidatos, les había advertido, sin que ellos comprendieran a tiempo el significado de sus palabras.
Krogius, psicólogo, entrenador y gran maestro, añadió que incluso la derrota por incomparecencia de Fischer en la segunda partida fue una «premeditada trampa psicológica». Desconozco si el buen doctor es autor de la expresión «gol psicológico», pero no me sorprendería.
Spassky, con Korchnoi, quien criticó la preparación en las aperturas de su compatriota
Aberbaj cree en cambio que el famoso error del americano al comerse el alfil en la primera partida no fue un descuido, sino una forma de demostrar su «intransigencia». Tampoco entiende por qué Spassky accedió a jugar la tercera partida en una sala sin público, aunque acaba por reconocer que la victoria de Fischer fue «merecida y convincente». La preparación de Spassky fue mejorable, admite, pero en su opinión ni en su mejor forma tenía posibilidades de superar a Bobby.
La consecuencia, en cualquier caso, fue que «todos los culpables fueron castigados» después del Mundial. El salario de Spassky fue recortado de forma radical, entre otras represalias, y a los miembros de su equipo se les prohibió jugar fuera del país. A Krogius, por ejemplo, no le permitieron acudir al famoso torneo de Hastings. A otros el castigo les duró dos años y como el Comité de Deportes no encontraba a nadie capaz de recuperar el título, centró todas sus esperanzas, con sorprendente buen criterio deportivo, en el jovencísimo Anatoli Karpov.
Karpov, el elegido, en uno de sus maratonianos duelos contra Korchnoi
Ajedrez Federico Marín Bellónel