Pese al disgusto de la octava partida, en la que Magnus Carlsen perdió por tiempo en un final con pieza de más (torre y alfil contra alfil), al campeón del mundo no le ha costado demasiado amoldarse al ajedrez aleatorio de Fischer. Al final, se impuso a Hikaru Nakamura en el mundial oficioso de Ajedrez 960 por 14 puntos a 10. Las partidas fueron interesantes y el número de tablas sorprendentemente bajo: 5 de 16. También destaca la victoria de las negras sobre las blancas: 5 a 4. No está nada mal como experimento.
Foto: Maria Emelianova/Chess.com
Una muestra de 16 partidas es pequeña para sacar demasiadas conclusiones, pero puede bastar para sugerir algunas tendencias. Carlsen, un jugador total, solo necesita conseguir una posición jugable para desarrollar su enorme talento. En la entrada anterior decíamos que era favorito, pese a la mayor experiencia de Nakamura en esta modalidad, y el noruego lo confirmó sobre el tablero. Pero también demostró un par de puntos débiles. El primero es que su armonía interior se altera cuando el rival lo ataca sin piedad. No está acostumbrado a defenderse. En ajedrez clásico también ha perdido al menos un par de partidas así en los últimos tiempos.
Su segundo talón de Aquiles es psicológico. Nakamura lo sacó de sus casillas en la partida en la que el número uno perdió por tiempo. Él mismo confesó después que se había extralimitado en su afán por ganar a toda costa. Luego, tuvo la fortaleza de recuperarse y volver a jugar en modo máquina, que es lo suyo. Puede que tenga debilidades, pero duran poco tiempo.
Sobre el llamado ajedrez de Fischer, aunque parece que otros maestros lo propusieron antes, la prueba celebrada en Noruega no servirá para que lo practique todo el mundo, pero sin duda ha logrado el propósito de aumentar su popularidad. De momento, es algo más fácil encontrar gente dispuesta a jugarlo en sitios como Chess.com y lichess. Su versatilidad es enorme y da lugar a posiciones insólitas. En una de las partidas, por ejemplo, ambos jugadores sorprendieron con una primera jugada inédita en el ajedrez clásico: los dos se enrocaron en el primer movimiento.
Nakamura fue un digno rival. Peleó siempre y solo perdió dos de los cinco días de competición (empató los otros tres). Ganó además tres partidas a Magnus, algo de lo que no muchos jugadores pueden presumir en un espacio de tiempo tan pequeño. Entendió que necesitaba ser agresivo para desequilibrar al campeón y se lanzó a por todas, sin miedo, con gambitos desde la segunda jugada en alguna partida.
#gallery-3 { margin: auto; } #gallery-3 .gallery-item { float: left; margin-top: 10px; text-align: center; width: 33%; } #gallery-3 img { border: 2px solid #cfcfcf; } #gallery-3 .gallery-caption { margin-left: 0; } /* see gallery_shortcode() in wp-includes/media.php */Mención aparte merece la citada derrota de Carlsen por tiempo. En alguna entrevista el noruego dejó entrever que el comportamiento de Nakamura podría no haber sido del todo deportivo, pero más tarde se culpó a sí mismo de lo ocurrido. Por orgullo o porque estaba tan metido en la posición que no se paró a reflexionar, dejó pasar varias ocasiones de hacer tablas y cuando quiso asegurar el medio punto, la ventaja de tiempo del americano era tan grande que, sin incremento, una pieza de más ya no valía ni siquiera para empatar. El noruego también pudo parar el reloj y reclamar las tablas en cualquier momento, pero simplemente no lo hizo, probablemente ofuscado. Esta vez no sería por desconocer el reglamento, como ya le ocurrió otra vez.
Para terminar, tampoco está de más alabar el gran trabajo de Anna Rudolf y Yasser Seirawan como comentaristas, en unas partidas mucho más difíciles de valorar de lo habitual.
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