Antes de que me lapiden los aficionados a otros deportes, o «al deporte», lean esto con tranquilidad, por favor, y juzguen después. Incluso un Mundial aburrido es apasionante, pero el ajedrez como espectáculo va mucho más allá. Es cierto que requiere cierta «educación« para disfrutarlo; eso es otro debate. El caso es que si uno lo comprende hasta cierto punto, tampoco mucho, no hay nada mejor. Aquí las razones…
Foto: World Chess
¿Es preferible la música a la literatura o esta a la pintura? ¿Es mejor el cine o el teatro, el fútbol o el baloncesto? El debate es estéril, por supuesto, pero déjenme defender el ajedrez durante un ratito warholiano de gloria.
En un partido de fútbol, el espectador puede ver cosas tan increíbles como las que se han atrevido a hacer Iniesta o cualquier Ronaldo en los últimos años. Con un balón también ocurre, de forma ocasional, pero en una partida de ajedrez el público puede soñar con cada jugada antes de que suceda ante sus ojos. Cualquiera puede anticiparla, o intentarlo, solo o con ayuda del ordenador, y esperar con emoción si el maestro ejecuta después ese movimiento anhelado. Mejor aún. En ese instante, durante la espera, ocurra lo que ocurra en la partida real, ese espectador se vuelve un poquito mejor, más sabio. No solo le da igual si Messi acaba marcando gol o si Carlsen encuentra la jugada definitiva, sino que por el mero hecho de observarlo con atención el propio testigo se convierte en mejor jugador, en una asombrosa dimensión que en ningún otro deporte cabe imaginar.
Reacción de Maurice Ashley cuando Carlsen y Caruana hicieron tablas en la partida 12:
En este sentido, la literatura es comparable. Leer mejora a un escritor y es, de hecho, una faceta imprescindible de su formación. Es verdad que ver mucho tenis o cualquier otro juego es también bueno para quien lo practica, pero el aprendizaje del espectador ajedrecista requiere una participación y un esfuerzo muy superiores.
Cuando se trata de ver un espectáculo, no de vivir, todo lo que ocurre en la cabeza es mejor que lo que sucede delante de los ojos. Es la base de la magia y, por extensión, del cine. La elipsis cinematográfica es esencial en su lenguaje porque en una película la superposición de planos activa el cerebro, que completa la escena por sí mismo. Cuando eso sucede, cuando la mente humana comprende algo sin necesidad de mostrárselo de la forma más obvia, el efecto siempre es mayor. Sin darse cuenta, el niño y el adulto asisten, desde la butaca, a una experiencia mejor. Es un pequeño milagro de la inteligencia humana.
En el ajedrez, cada jugada y cada posición sugieren otras ramificaciones de la historia que, si bien nunca llegan a desarrollarse –quizá en dimensiones paralelas, a lo «Interstellar»–, proporcionan indudable placer. Es una explosión de posibilidades constante, casi infinita, inabarcable incluso para la inteligencia artificial (hasta ahora).
El ajedrez también tiene algo de teatro, mudo, salvo por las palabras de los comentaristas. Sobre el escenario se desarrolla un drama con tintes de misterio, en un continuo intento de asesinato mutuo e implacable. Si se añade la voz opcional del narrador, los hay agudos, profundos, cómicos, sarcásticos o simplemente geniales. Estos días hemos podido disfrutar de gente tan sabia y variopinta como las hermanas Polgar, Peter Svidler, Alexander Grischuk, Garry Kasparov, Pepe Cuenca y un largo etcétera de personas que aúnan inteligencia, conocimiento y facilidad para transmitirlo, en todos los casos con sentido del humor, complemento indispensable de la verdadera sabiduría.
Fake news en Chess24.es, con Pepe Cuenca y El Divis
Una partida de ajedrez tiene también la tensión del duelo mental de un partido de tenis. O del boxeo. Al mismo tiempo, su mero disfrute abstracto, de pensamiento puro y evasión mental absoluta, se puede comparar con el placer que proporcionan la música y la pintura.
A diferencia de otros espectáculos, no todos, el ajedrez tiene además la ventaja de que internet lo mejora, con su transmisión global e inmediata, y su almacenamiento brutal de partidas. Podemos asistir a los campeonatos del mundo de hace un siglo como si ocurrieran hoy, y reproducirlos a la velocidad deseada, con o sin la guía de algún maestro experto. Es fácil disfrutar del maravilloso duelo entre Capablanca y Alekhine como si fueran nuestros contemporáneos. Por si fuera poco, vemos las partidas en color, en HD y 3D… En eso el ajedrez se parece a la literatura, la pintura y la música. El cine, por joven, y los otros deportes, por falta de material antiguo, van muy por detrás. Conocemos mejor el juego de Paul Morphy que el de Di Stéfano.
La primera partida de desempate, primera que no acabó en tablas, en el gif animado de Chess.com
La inteligencia artificial, como maravilloso añadido, nos sugiere líneas de pensamiento y una profundidad de análisis que ningún humano podría igualar, en directo o después de las partidas. Bien utilizada, es otro complemento apasionante, para aprender y para mejorar la experiencia en vivo.
El ajedrez es un espectáculo, por último, que se adapta a cualquier duración. Puede superar a cualquier largometraje y ser más breve que una canción. Es, ya saben, un mar donde puede beber una pulga y bañarse un elefante. Y al contrario que otros deportes, es casi imposible mirarlo sin querer jugarlo después. El sillón ball no va con el deporte más sedentario… después del ciclismo, la Fórmula uno y alguno más, por supuesto.
Y por último, la última partida del duelo, que le dio el título a Magnus Carlsen, en el gif animado de ChessBase
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