NB: Este artículo fue publicado anteriormente en El Economista.
Todos los intentos de reencuentro entre Japón y Rusia que se intentaron durante el período del gobierno japonés de Shinzo Abbe, entre 2012 y 2020, fracasaron por factores externos, de manera especial, por la relación bilateral de Tokio con Washington.
Japón lleva años invirtiendo tiempo en sus países de interés más importantes de Asia, Rusia y la India incluidos, a la vista del poder y de la influencia crecientes de China en aquella región.
Asimismo, Japón ha reforzado su vinculación con Estados Unidos (EE. UU.) de forma simultánea.
No obstante, Tokio está descubriendo que ahondar sus nexos de seguridad con EE. UU. es incompatible con seguir acercándose a Rusia en los tiempos presentes.
Las oportunidades para que Japón y Rusia resolvieran sus problemas territoriales existieron en los años 2016 y 2017 y la firma de un tratado de paz entra ambas naciones estuvo muy cerca.
El obstáculo para que éste llegara a su conclusión fue la cantidad de problemas de seguridad que a Rusia le generaba la alianza de Japón con EE. UU.
El presidente de la Federación de Rusia, Vladimir Putin, afirmó entonces que “sería inadmisible que Rusia devolviera a Japón determinados territorios para que se descubriera más tarde que son utilizados por EE. UU. para establecer bases militares en ellos”.
Japón no pudo prometerle a Rusia que este escenario no fuera a materializarse.
EE. UU. es el impedimento en las conexiones entre Tokio y Moscú.
La guerra en Ucrania no ha hecho más que darle un giro de 180º a las relaciones de seguridad entre Japón y Rusia.
El primer ministro Fumio Kishida fue el catalizador que agravó la tendencia de encallamiento en la vinculación rusojaponesa durante los años 2021 y 2024.
El proceso de deterioro entre Tokio y Moscú se profundizó por el hecho de que Japón se sumara a las sanciones occidentales a Rusia como al plan del G7 de confiscar activos rusos para utilizarlos como fuente de financiación de la guerra contra Rusia en Ucrania.
Japón se ha adentrado en un rumbo acelerado de reformas militares y de incremento espectacular de su presupuesto de defensa para hacer frente a determinados programas.
La compra por parte de Tokio de misiles de crucero Tomahawk estadounidenses es sólo la punta del iceberg de la ambición de Japón para incrementar sus capacidades de ataques de alta precisión a distancias largas.
Asimismo, Japón ha comenzado la fabricación local a gran escala de misiles de crucero de alcance medio y de cientos de cabezas al año para todos ellos y el desarrollo y la producción de misiles hipersónicos.
Estos programas están siendo abordados por el gobierno japonés en “tiempos de paz”, lo que está dejando a los rusos perplejos.
Tokio se ve a sí mismo como un poder regional emergente en Asia y se está convirtiendo en una potencia militar de orden mundial.
De hecho, las fortalezas japonesas en el campo de la defensa son superiores a las de cualquier país europeo, incluyendo a Francia o al Reino Unido, si se excluyen las capacidades nucleares de estos dos países.
La influencia de Japón en Asia va a crecer en los próximos años gracias a este esfuerzo de desarrollo de sus activos militares.
Japón está preparándose para una crisis en Taiwán, cuyo estallido considera bastante probable en un futuro próximo.
Tokio está permitiendo a EE. UU. que establezca sus centros de control y mando militares en suelo japonés en lo que es una indicación de los preparativos estadounidenses para una guerra contra China.
Japón sacrificó sus relaciones con Rusia en beneficio de las que está profundizando con EE. UU. tras el inicio de la guerra en Ucrania en 2022.
Rusia, por su parte, desconfía de un Japón al que EE. UU. está preparando para una guerra contra China.
No obstante, Moscú no se resigna e intenta aprovechar cualquier oportunidad para restaurar una mayor cercanía con Tokio en el futuro porque nada es irreversible o irreparable.
Los únicos canales de comunicación abiertos entre Japón y Rusia en estos momentos son los de la colaboración energética, pesquera, cultural y educativa.
Kishida anunció por sorpresa su dimisión el 13 de agosto de 2024 por culpa de un escándalo de corrupción dentro de su partido, el Partido Democrático Liberal (PDL), y del descontento creciente de los japoneses con sus niveles de vida menguantes.
El pasado 27 de septiembre de 2024 el PDL eligió a un nuevo líder, Shigeru Ishiba, quien, hoy se convirtió en el nuevo primer ministro de Japón.
Ishiba se define a sí mismo como un friqui militar y cuenta con experiencia en seguridad nacional, ya que sirvió como ministro de Defensa, de 2007 a 2008, y fue director general de la Agencia de Defensa de Japón, de 2002 a 2004.
Ishiba seguirá el rumbo de alejamiento con respecto a Rusia que Kishida trazó para la política exterior de Japón, ya que, nada más ser elegido, afirmó que “debemos fortalecer la alianza entre Japón y EE. UU. al tiempo que reforzamos fundamentalmente nuestras capacidades de defensa nacional”.
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