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Hermandad Musulmana y terrorismo yihadista

Hermandad Musulmana y terrorismo yihadista
Emblema de la Hermandad Musulmana
Jorge Cachinero el

El terrorismo yihadista es uno de los principales retos de seguridad del mundo.

Su origen es el extremismo ideológico, sectario, fanático y excluyente de raíces religiosas.

Este radicalismo no es una manifestación más del derecho universalmente reconocido al ejercicio de la “libertad de expresión”.

En el mundo de obediencia musulmana, además, las palabras usadas por los propagadores del maximalismo no son sólo una expresión más de dicha “libertad de expresión”, sino que representan una “llamada a la acción” con implicaciones más allá de la vida mundana, con el paraíso como objetivo.

De ahí que, en los países musulmanes, como entre las comunidades islámicas establecidas en Occidente, se haya generado un vacío, incluso legal, que es aprovechado por los yihadistas para la propagación y para la recluta a su ideología extremista.

De esa forma, los yihadistas se introducen en los entornos más suaves y porosos de las sociedades, como son la educación, los medios de socialización a través de internet, los medios de comunicación o la prédica religiosa en los lugares de culto.

Por ello, existen voces dentro de gobiernos de países del mundo islámico que reclaman “recuperar el islam de manos de Al-Qaeda o del Estado Islámico (EI), quienes intentan apropiárselo en exclusiva.

No en balde, los musulmanes son víctimas numerosas de estas organizaciones, que, por otra parte, se arrogan el privilegio de decidir quién es musulmán y quién, no.

EI y Al-Qaeda.

Desde un punto de vista operativo, existe el convencimiento, en países árabes y en países que no son de población mayoritariamente árabe, como Rusia, por ejemplo, de que el terrorismo islámico debe ser combatido allá donde opere, en cualquier rincón del mundo.

Esta fue, entre otras razones, la justificación de la presencia, ya conclusa, de contingentes militares árabes en conflictos como los de Yemen, de Libia o de Afganistán, a donde llegaron, en este último caso, de la mano de las fuerzas especiales de Estados Unidos (EE. UU.).

Si no se actuara así, estos países creen que se corre el riesgo de que el terrorismo yihadista llegue a la puerta de las casas de todos nosotros, de forma más masiva de lo experimentado hasta ahora, para atacarnos en nuestros propios entornos cotidianos.

Este es el motivo por el que los expertos antiterroristas de todo el mundo han estado, y siguen estando, muy pendientes de las rutas de salida que tomaron, o siguen tomando, los combatientes del EI en Iraq y en Siria hacia Libia, el Cáucaso Central, Filipinas o Somalia.

Los orígenes del yihadismo terrorista de hoy se encuentran en la Sociedad de los Hermanos Musulmanes, también conocida como Hermandad Musulmana, que fue creada en Egipto por Hassan al-Banna, en 1928, con el objetivo de construir un Califato después de la disolución del Imperio Otomano en 1923.

Hassan al-Banna.

De ahí procede la obsesión actual de los seguidores del EI por crear su propio Califato.

Desde entonces, la Hermandad Musulmana ha tenido una especial habilidad para:

  • arraigarse en las sociedades en las que opera,
  • utilizar escuelas, campus universitarios, medios de comunicación, redes sociales y lugares de culto para extender su ideología extremista y
  • reclutar y fanatizar adeptos para su organización.

Lo hizo en universidades del Golfo Pérsico, de alguna de las cuales fue expulsada.

Lo ha venido haciendo, desde hace años, en Europa, donde, al parecer, llegó a acuerdos entre caballeros con algunos de los gobiernos de sus países para, por lo menos, temporalmente, contar con libertad tácita para poder controlar mezquitas y centros musulmanes para predicar, para reclutar y para operar a cambio de no cometer atentados en sus territorios.

En concreto, a comienzo de los años 80, algunos de sus miembros llegaron a España, procedentes de Siria, y uno de ellos, Abu Musad al Suri, más conocido como Setmarian, fue decisivo en la creación de la célula que fue responsable de los atentados de Madrid en 2004 y, también, participó en los de Londres de 2005.

Atentado en Madrid, marzo 2004.

Lo está haciendo, aparentemente, hoy en día, incluso, en Nueva Zelanda, donde, en opinión de los expertos antiterroristas del mundo, algo debe estar pasando en aquel país para que algunos de los líderes de los Hermanos Musulmanes se estén trasladando hacia allí desde EE. UU. y desde Europa.

Al-Qaeda no desapareció.

El yihadismo terrorista continúa con su metamorfosis organizativa y narrativa y de la que las organizaciones lideradas por los seguidores del desaparecido Bin Laden, por los del EI y por los de los Hermanos Musulmanes hacen parte de un mismo fenómeno.

Todos ellos están bien conectados por:

  • las redes sociales, como elemento de recluta y de movilización de nuevos miembros,
  • el tráfico de drogas, como una de sus fuentes favoritas de financiación y
  • el terrorismo, como método operativo y de mercadotecnia, es decir, la propaganda por la acción del anarquismo tradicional.

Varias son las prácticas que forman parte del modus operandi del terrorismo yihadista:

  • la mimetización de sus miembros dentro las comunidades musulmanas de los lugares en los que se encuentran,
  • el uso de las mujeres -especialmente, las occidentales, como hacía Al-Qaeda en los años 90- para el traslado de dinero, de armas, de Inteligencia y de activistas a las zonas de conflicto, como ha sido el caso, durante los años pasados, en Iraq o en Siria,
  • la recluta de nuevos adeptos en los campos de refugiados, o
  • el entrenamiento de niños, de edades tan tempranas como los 5 o los 6 años.

El reto es monumental.

Involucrar a los países musulmanes en el combate contra el yihadismo es crítico para el éxito de este esfuerzo.

 

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