
Elena y Fran (nombres ficticios para preservar el anonimato) lo tenían todo en Ecuador: profesiones estables, una vida familiar sólida, raíces profundas en Durán, la ciudad donde nacieron, se enamoraron y dónde soñaban con ver crecer a sus hijos. Pero esa misma ciudad se convirtió en una trampa mortal, dominada por la violencia, la corrupción y el miedo. Ahora, a salvo en España, intentan recomponerse de una huida desesperada, marcada por amenazas de muerte, atentados políticos y un éxodo que partió su vida en dos.
“Teníamos miedo de todo”, recuerda Elena con la voz rota. “Tras mi amenaza de muerte, salimos agachados, abrazados bajo el asiento de un carro con lo puesto”. Fue hace casi dos años. “No hemos vuelto jamás”. Fran añade, “no estaríamos vivos si nos hubiéramos quedado. Estoy dispuesto a renunciar a todo por no dejar que maten a mi mujer”.
Relatan aún con mucho dolor, la huida de un infierno que fue su hogar. Ambos profesionales —ella, ingeniera en negocios internacionales con maestría en administración pública; él, abogado y profesor universitario con dos maestrías— venían de familias unidas, formados con principios y con sueños de contribuir a un país mejor. “Yo trabajé para la función pública, luego pasé a la universidad porque quería formar a las nuevas generaciones y enseñarles que se puede luchar contra la corrupción”, cuenta Fran. Pero después de la pandemia, todo cambió. “El país se nos fue de las manos. La corrupción saltó al frente, llegó el narco, y la fisonomía social cambió radicalmente”.
En la última década las bandas criminales han irrumpido en Ecuador, con un fuerte control sobre el narcotráfico, las extorsiones y la violencia carcelaria. Su impacto en el país ha sido devastador, con una escalada de asesinatos, atentados y motines en las cárceles, que han dejado cientos de muertos en los últimos años. La población enfrenta un clima de inseguridad sin precedentes. El gobierno ha respondido con estados de excepción y operativos militares, pero la infiltración del crimen organizado en diversas instituciones dificulta la lucha contra estos grupos.
Durán, ciudad junto al río y muy próxima al puerto de Guayaquil, pasó a ser clave para estos grupos violentos. “Las amenazas y extorsiones se convirtieron en habituales. Pero nos resistíamos a creer que nos podía pasar a nosotros”, confiesa Elena. “Vivíamos en urbanización privada, con seguridad, pensábamos que eso nos protegía”. Era una tranquilidad siniestra.
Elena como directora de Recursos Humanos, se mantuvo en su puesto a pesar de las señales. “A mí me costó mucho llegar ahí, no quería renunciar. Pero cada día era más evidente que había personas dentro que no eran lo que decían ser”, recuerda Elena. La violencia fue escalando. Aparecieron cuerpos colgados de un puente. Un alcalde fue asesinado en plena campaña. Al nuevo lo intentaron matar el día de su toma de posesión. “Tuvo que usar chaleco antibalas y casco. Vivía escondido, no venía al ayuntamiento. Parecía una película, pero era nuestra realidad”, dice Fran. “Las bandas querían parte de la gestión municipal. Necesitaban operar desde dentro”.
El punto de inflexión llegó en septiembre de 2023. Elena había tenido que ejecutar despidos ordenados por la máxima autoridad. “Fui yo la que dio la cara, aunque no era decisión mía, yo solo hacía mi trabajo. Ahí empezaron las advertencias y la escalada de violencia”. El 2 de octubre, saliendo de su oficina, Elena encontró un sobre en el parabrisas de su coche. Tenía escrito su nombre y dentro, una bala y una nota con amenazas de muerte, a ella y a sus hijos. “En ese momento, tomé consciencia de queme querían matar. Entré en pánico. Llamé llorando a mi esposo: ‘me quieren matar’, gritaba una y otra vez. Él no entendía nada. La policía quería que fuera a declarar a la fiscalía en moto. ¡En moto! Con el antecedente de los compañeros a los que habían asesinado en las calles, en el recorrido de sus desplazamientos”.
Fran tomó una decisión drástica: se disfrazó, recogió a su hija del colegio y fue a buscar a Elena. “Era como estar atrapado en una película de terror”. La herida más grande no es solo el exilio forzoso. Es lo que su hija vivió. “Me vio desmayarme, gritando, presa del pánico. Eso me duele más que cualquier cosa. Me tocó explicarle que había personas malas, que estábamos amenazados de muerte”.
Al principio, quisieron quedarse en Ecuador. Intentaron rehacer su vida en las Galápagos y en otras ciudades. Pero el miedo y el peligro les acompañaba. “Era como una sombra”, dice Elena. “Allá donde íbamos, volvíamos a oír hablar de asesinatos y de extorsiones”.
Con ayuda de organizaciones, gestionaron una visa humanitaria y salieron hacia Europa. Su primer destino fue Alemania. Allí vivieron siete meses que describen como desoladores. “Nos alojaron en un contenedor de dos metros y medio por cinco, insalubre, veíamos pasar ratas a veces. Pero al menos estábamos vivos”, recuerda Fran. Para Elena la vida pareció apagarse. “Una parte de mí murió. Es difícil encontrar las fuerzas para empezar de cero”, confiesa Elena. “Me levanto cada día con el ánimo de luchar, pero muchas veces solo sobrevivo”.
Pero todo cambió al llegar a España. Aquí han encontrado un trato cercano y más humano, acompañamiento legal yapoyo psicológico. “Por fin nos sentimos personas otra vez”, dicen ambos. ONG Rescate ha sido clave en el proceso. También lo fue el respaldo de la policía española, que les escuchó, les creyó y les acompañó. “Nos ayudaron a sentirnos protegidos. Nos explicaron cómo sería el proceso, nos dieron contención emocional. Empezamos a ver una luz. España nos ha devuelto la esperanza”.
Hoy, aunque siguen instalados en la incertidumbre, están decididos a reconstruir su vida. “Queremos volver a trabajar, a aportar a la sociedad. No queremos vivir del miedo. No queremos vivir del pasado. Queremos construir una vida libre, sin amenazas y darles un futuro mejor y más seguro a nuestros hijos”.
Ambos son conscientes de lo que han perdido. “Todo lo que construimos en Ecuador nos lo robaron. Nuestra casa, nuestro trabajo, nuestra paz. Pero no pudieron quitarnos la fuerza para seguir adelante. Esa nos la hemos peleado a lágrimas”, lágrimas de dignidad y de valentía. “Salir así no lo hubiéramos pensado nunca, jamás. Nadie nos iba a sacar de Ecuador. Y de pronto, te toca”. Fran asiente. “Hoy nos tenemos el uno al otro. Y eso basta para no rendirnos”.
Rocío Gayarre
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