Majed es el penúltimo de 16 hermanos. Se podría decir que es ” refugiado de nacimiento” ya que nació y ha pasado toda su vida en Jabalia, campamento palestino en Gaza, que con una población de más de 200,000 personas, es uno de los lugares con mayor densidad de población del mundo. Es payaso y artista de circo y tiene una escuela en Gaza. Toda su familia sigue viviendo ahí.
“Recuerdo bien la segunda intifada, tenía diez años entonces. En Gaza siempre tenemos miedo. La guerra y la muerte son parte cotidiana de nuestras vidas. Con solo 27 años he vivido tres guerras ya. A pesar de ello, elegimos vivir con normalidad. Empecé con el teatro con diez años. Descubrí mi talento y una forma de transmitir mi mensaje de ilusión”. Con 18 años descubrió que camuflado tras la nariz roja y la enorme sonrisa pintada sobre la mitad de su cara de tez morena, era la manera perfecta para ayudar a los demás, especialmente a los más pequeños y vulnerables, a los niños ingresados en los hospitales. Niños sin manos ni piernas que esperan ansiosos la llegada del Bundog (su nombre artístico) porque cuando reían conseguían olvidar el dolor. Sí, la risa es la medicina más dulce. Mas de la mitad de los niños de Gaza sufren secuelas psicológicas graves causadas por conflicto.
“Para nosotros, la muerte es parte de la rutina diaria. Desde pequeños vemos morir a familiares y amigos, la muerte es normal en Gaza. Todo el mundo conoce la historia triste y violenta de mi pueblo, pero yo quiero cambiar el foco y mostrar que vivimos con esperanza y resiliencia, que somos fuertes y miramos hacia delante”. Para ello en la actualidad está ensayando obras de teatro en las que precisamente se vea esa otra faceta.
Desde hace dos años vive en Madrid donde tuvo la oportunidad de llegar con una escuela de circo. Su otra pasión es la cocina. Aprendió desde muy pequeño ayudando a su madre. Disfruta especialmente cocinando para los demás y colabora con Madrid for Refugees impartiendo alguna clase de cocina. En España está feliz y está acogido por una familia española donde es un hijo más. Sabe que es un privilegiado. Aquí querría montar un restaurante palestino con actuaciones de circo y payasos, fusionando sus dos pasiones, el arte y la cocina. Pero tiene muchas ganas de volver a Gaza y hacer circo de nuevo. Su vida y su corazón siempre se quedaron allá.
“Los niños del los campos de refugiados palestinos son muy felices. Juegan, aprenden, hacen fiestas. Tienen la energía para fabricar su propia felicidad a pesar de estar en un entorno hostil y con tantas carencias”. Su mayor aspiración no es otra que lograr la paz en Gaza. No es tarea fácil. Mientras seguirá regalando sonrisas.
Rocío Gayarre
PalestinaRefugiados