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¿Rendirme? Nunca

Marcela Guadalupe Beltrán (El Salvador)

¿Rendirme? Nunca
Ignacio Gil el

Marcela y Manuel regresaron a casa tras un largo día de trabajo.  Les sorprendió encontrarse a muchos vecinos y su hija mayor con los ojos hinchados de llorar. ¿Qué estaba pasando? “¡Han encontrado a David (nombre ficticio) muerto esta madrugada!” Atrapados entre la incredulidad y el pánico salieron corriendo rumbo a la comisaría de policía para intentar averiguar lo sucedido. En un primer momento la policía afirmó no tener conocimiento de nada.  Cuando salían de allí confusos y partidos de dolor, recibieron una llamada “Marce, llegaste al lugar equivocado, porque quienes se llevaron a tu hijo anoche fueron los policías. Nosotros vimos a la patrulla llevárselo”.

“Entré de nuevo en la comisaría, muy enojada, y volví a preguntar -¿Dónde está mi hijo?- Ya me han dicho que se lo llevaron ustedes”. Esta vez le remitieron al hospital. Marcela consiguió entrar en la sala de cuidados intensivos donde había cuatro camas. En la primera estaba una persona tan destrozada e irreconocible que siguió de largo. Se detuvo frente a la segunda, pero no era su hijo. Tampoco la tercera. Ni la cuarta. Mientras recorría con la vista de nuevo a todos los pacientes quienes estaban más cerca de la muerte que de la vida, volvió a la primera cama. Con la mano temblorosa retiró la sabana y únicamente pudo reconocer los pies. Era su hijo. “Es algo que nunca podré olvidar, esa imagen”. David tenía solo dieciocho años, era aún un niño. Y era inocente.

 

Tampoco olvidará jamás las palabras de los médicos “vino vapuleado, con trauma craneal severo, heridas de tortura, y una perforación de bala en el costado. Está en coma, respira porque está asistido, realmente no creemos que sobreviva la noche. Pero si vive, las secuelas serán tremendas. Lo que podía hacer la medicina ya lo hemos hecho. Si tiene fe, le queda rezar”. Permaneció junto a su hijo horas y luego días, pero seguía sin responder. Pidió entrar una última vez a despedirse.  “Lloré mucho ahí con él. Le pedí perdón a David por el descuido de no haberle ido a buscar aquella noche. Le tuve abrazado, y le dije que había sido un regalo muy bonito que Dios me había prestado, y que con él, cuando se fuera, se iba la mitad de mi corazón”. Y le apretó la mano. Y David reaccionó. Veintitantos días después salieron del hospital. El aún no reconocía ni podía caminar, nunca sería el mismo.

Marcela y Manuel denunciaron a la patrulla de policía. Sabían a qué se enfrentaban. El Salvador ostenta uno de los índices de violencia más elevados del mundo. Las maras ejercen el control territorial y extorsionan y asesinan a los ciudadanos. Sin embargo la violencia estructural no se queda ahí. Los integrantes de las fuerzas de seguridad no han sido eficaces en la defensa de la población y a su vez han cometido gravísimos abusos como ejecuciones extrajudiciales, violaciones, uso excesivo de la fuerza y desapariciones forzadas. El dato más preocupante es su habitual impunidad.

Y así fue, durante los siguientes tres años Marcela y su hijo fueron acosados por la policía. “Ellos me buscaban para amenazarme. Me insultaban, me agredían e incluso me robaban. Fui desplazada forzosamente de casa varias veces por seguridad”. Traga despacio y hace silencio porque los recuerdos le matan de dolor. “Pero yo seguía adelante y sentir el apoyo silencioso de la gente me daba fuerza”. A David le volvieron a dar una paliza brutal. Y ahí no pararon. Se lo llevaron detenido con cargos falsos y estuvo preso durante más de un año. “Nunca pensé en retirar la denuncia. ¿Rendirme? Eso nunca”.

El coraje y valor de Marcela, Manuel y David han tenido un coste muy alto. Finalmente han tenido que salir de su país, así, de un día para otro, huyendo de una muerte inminente.  Ahora les toca rehacer sus vidas. Cuentan con el apoyo del Servicio Jesuita a Migrantes quienes trabajan por la defensa de los derechos delas personas migrantes y su pleno acceso a la ciudadanía. Siguen vigentes las célebres palabras de Monseñor Romero, arzobispo de San Salvador, defensor de los derechos humanos, asesinado en 1980:

“Yo quisiera hacer un llamamiento de manera especial a los hombres del Ejército y en concreto a las bases de la Guardia nacional, de la Policía, de los cuarteles. ¡Hermanos! ¡Son de nuestro pueblo! ¡Matan a sus mismos hermanos campesinos!… y en nombre de este sufrido pueblo cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: ¡Cese la represión!”

Rocío Gayarre

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