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No volveremos a ser los mismos nunca más

Hanna Harbovska y Kostantin Buianov

Madrid, 5 de abril de 2022. Hanna Harbovoska y Kostantin Buianov.
Ignacio Gilel

“Vivíamos una vida normal, con alegría, despreocupación y proyectos para el futuro”. Hanna, psicóloga y su marido, ingeniero electrónico, junto con su hijo de seis años, Kostantin, tenían una rutina anclada en la seguridad y la libertad en Odesa, a orillas del mar Negro, ciudad célebre por sus playas y su arquitectura decimonónica.

“Antes no había miedo a nada”. A las 5 de la madrugada de ese fatídico 24 de febrero el sonido atronador de estallidos a las afueras de la ciudad les despertó. Tras un primer momento de incertidumbre, comprendieron que estaban ante el peor de los escenarios:  Rusia había iniciado una invasión. “Más que miedo sentimos una sorpresa absoluta”.

Dos meses después la violencia está aumentando con dramáticas pérdidas de vidas. El pueblo de Ucrania se enfrenta a la amenaza de muerte con valentía y con un coraje que eclipsa su dolor, pero a la vez y en paralelo son ya cinco millones – sobre todo mujeres y niños – los que han huido del país, como Hanna y su pequeño Kosti. Escuchamos su relato, pero como bien apunta, “es imposible que os pongáis en nuestra piel, que sintáis nuestro desasosiego y nuestro dolor”Mientras, la vida en la ciudad ha seguido con una normalidad precaria. “La mitad de los negocios cerraron. La vida se complicó mucho. Las sirenas funcionaban a lo largo de todo el día y la noche. Cuando sonaban teníamos que bajar al sótano, a cualquier hora. Nos acostábamos a dormir ya vestidos para que pudiéramos bajar sin perder tiempo”. Afortunadamente, Kostantin lo vivía como si se tratase de un juego de aventuras. “Pero era evidente que algo raro estaba pasando, se mostraba demasiado excitado”. 

Anya. al principio solamente lloraba. Se le hacía imposible enfrentar la incertidumbre y el miedo mientras que su marido aguantaba mejor la situación. “Aún no había demasiada escasez, pero a medida que la guerra se alargaba, lo que empezaba a escasear era la esperanza”. Y las sirenas sonaban con mayor frecuencia y los ataques eran más cercanos, inminentes e intensos. 

Se fue descubriendo el escaparate de horrores que dejaban las tropas rusas a su paso por ciudades como Bucha o Mariupol. Odesa era una ciudad estratégica y podía ser la siguiente en caer. Hanna no era capaz de tomar la decisión de dejar atrás a su marido y el resto de su familia. Prefería resistir y permanecer juntos. Sin embargo, su marido le insistió que había llegado el momento de huir para preservar la vida y la salud mental de ambos.

Salieron a través de la frontera con Moldavia y tras varios largos y penosos días de viaje en autobús llegaron a Madrid. Aunque saberse a salvo es un enorme descanso, su corazón está aún en Odesa con su gente. “Cargo el peso de la incertidumbre por no saber cuanto durará. Y peor aún, el temor a la crueldad a la que está expuesta mi familia”. Con estos pensamientos amanece cada día y le restan la paz. 

Pino, Javier y sus tres hijos, Jaime, Ana y Juan, han puesto todo su empeño en su integración. “Conmovidos por la situación vulnerable del pueblo ucraniano nos ofrecimos a ayudar como fuera. Cuando nos propusieron acoger a una familia de refugiados, no lo dudamos. Es tremendo como han tenido que abandonar su casa y su familia de la noche a la mañana”. Pino ha trabajado sin descanso hasta conseguir matricular al niño en el colegio y en extraescolares y a Hanna en clases de español.  “Recibirles ha sido una vivencia muy importante para todos nosotros y nuestros hijos han asumido el compromiso. Kosti juega con ellos como un hijo más. Hablan el mismo idioma… el del balón, los coches teledirigidos o la play”. Ana es la más cariñosa, un ángel.  Pino ha encontrado un fiel aliado en el traductor de google y así van entendiéndose. 

“Es difícil pensar en el futuro. Si hubiera cierta seguridad volvería cuanto antes a casa. Pero sin estas premisas, es imposible”. Su agradecimiento a su familia española es inmenso, ha sido abrumadora su hospitalidad, generosidad y cariño. Conoce la sensación de abandono y de soledad que sienten otros compatriotas que no han tenido la misma suerte. 

“La guerra ha traído mucho dolor. Esa enemistad que ha nacido ahora, no se va a superar. Éramos pueblos hermanos. Teníamos un pasado común. Luchamos juntos. Por eso es imposible de entender”. Mientras, de fondo suenan las palabras recientes del presidente Zelensky. “Estamos pasando por la peor experiencia de nuestra historia. Protegemos lo más precioso que tenemos. Debemos aguantar, debemos luchar. Estamos en la frontera entre la vida y la esclavitud. Y vamos a ganar”. 

Rocío Gayarre

 

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