Tenía dos años cuando un cohete alcanzó su casa en Kabul. La explosión le causó daños en la médula espinal reduciendo drásticamente su movilidad. “En mi país, ser mujer implica tener menos oportunidades, si le sumas una discapacidad, realmente no tienes ninguna”. No recuerda el ataque en el que además murió un hermano suyo, pero no puede olvidar lo dura que fue su infancia. “Fue terrible. No recuerdo tener amigas del colegio. Cuando era pequeña mi discapacidad era mucho más severa. No podía caminar sin muletas o silla. Por eso las niñas no me dejaban jugar con ellas, era una molestia, no les seguía el ritmo”. Ha tenido muchísimas cirugías y procesos de rehabilitación. “He conseguido cosas que todos pensábamos que nunca iba a lograr”. Hoy día camina, es capitana de la selección afgana femenina de baloncesto en silla de ruedas, abogada y mucho más.
De pequeña sus profesoras en la hora de deporte y de recreo le repetían como un triste mantra ese “Nilofar, tú no puedes” que le abatía. “Esa sensación de no valer me dolía profundamente. Con diecisiete años caí en una depresión. No encontraba sentido a mi vida ni podía mirar al futuro con ilusión”. Afortunadamente, su familia lo supo detectar y le dieron todo el apoyo necesario para, poco a poco, poder superar la enfermedad.
Su admiración por Federer despertó su pasión por el deporte y su vida dio un giro cuando empezó a acudir a un centro para personas con discapacidad. “Era la primera vez que me encontraba con gente como yo, ya no era diferente. Recibí clases de refuerzo, informática e inglés. Un año y medio después comencé a enseñar a mujeres a leer y escribir. Recibía un salario pequeño, pero era inmensa la felicidad de sentirme independiente y autónoma”. Con algunos compañeros empezó a visitar museos y a hacer teatro. Ella no dudaba en participar y, lo más importante, le animaban a hacerlo. “Aprendí algo que nunca había sentido: la fortaleza y la inspiración que me producía ese apoyo de los demás. Luché mucho y ya nada me paraba”.
Estudió Derecho y a los 19 años empezó con el baloncesto en silla de ruedas. “Fue un antes y un después en mi vida. Jugábamos con la cabeza y el cuerpo cubiertos. A la dificultad adicional de tener que coordinar las ruedas, se añadía la necesidad de controlar la ropa y el velo”. De la mano del éxito y la fama llegó el sentimiento de responsabilidad y compromiso con las personas con discapacidad, los más vulnerables. “En Afganistán no tienen acceso a derechos básicos. Mujeres y niñas con heridas provocadas por la guerra – como yo misma – carecen de oportunidades”.
Tiene armas muy poderosas para transformar a las personas: su ejemplo y su sonrisa sin igual. “No podía demostrar debilidad a los que miraban hacia mi para encontrar esperanza. Les transmitía que nada es imposible, que podemos hacerlo todo, solo que, de una manera diferente y bella”. Cuenta que los mejores momentos de su vida los ha vivido en la cancha. “Me ha convertido en la Nilofar que soy hoy”.
El 15 de agosto Kabul amanecía enrarecida. A las 10 de la mañana fue al trabajo. Pocas horas después cientos de hombres talibán patrullaban por las calles armados, hostiles y sembrando el caos, la inseguridad y el miedo. “En pocos días habíamos perdido nuestros trabajos y visto reducidos nuestros derechos. Ya las niñas mayores de 12 años tienen prohibido seguir sus estudios. ¡Es una tragedia! Ningún burka puede esconder nuestra fortaleza y nuestro talento. No nos pueden silenciar”.
Las noticias que llegan desde su país hablan de muertes y desapariciones sin motivo, de violencia y de impunidad, de hambre y de desolación. Ella temió por su vida y junto a su marido y un hermano se dirigieron apresuradamente al aeropuerto. Ahí pasó varios días de angustia, sin comida, sin agua y con enorme incertidumbre. Eran miles agolpados soportando un calor insufrible, amenazados por ráfagas de tiros al aire. Finalmente pudieron salir y el 21 de agosto aterrizaban en Madrid. Con el apoyo de @cearefugio fue a Bilbao donde ha cumplido su sueño de volver a jugar y está reconstruyendo su vida poco a poco.
“Todo es diferente, nuevo y difícil. Es un reto jugar en un equipo mixto, la pelota es más grande y más pesada, pero esta siendo una gran experiencia”. Nilofar no entiende de quejas. Valora su libertad enormemente y elige cada día poner el foco en el lado positivo de las cosas. “Quiero sentirme orgullosa de mi país otra vez. ¡Insha’Allah! Como refugiada quiero seguir siendo su voz, su esperanza y su fuerza. No permitiré que caigan en el olvido”.
Rocío Gayarre
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