Pequeño de estatura, pero enorme de corazón y sobrado de tenacidad y ternura, el Padre Ángel pisa fuerte aún a sus 86 años. Despliega una actividad frenética, pero en todo momento está dispuesto a parar para escuchar atentamente a las personas con vidas desgarradas que se acercan a él. Buscan ayuda económica o consejo, pero sobre todo buscan el consuelo de saberse queridos. Fundador – hace ya 60 años – de Mensajeros de la Paz, dirige con pasión y dedicación espartana esta asociación, presente en 75 países, que implementa proyectos destinados a la atención, protección y mejora de la calidad de vida de las personas más vulnerables y excluidas. Las cifras son imponentes: más de 129,000 beneficiarios, mil trabajadores y 300 voluntarios.
“Yo creo que la infancia tiene mucho que ver con quién eres luego de mayor. Siempre marca. A mí me marcó sin ninguna duda. Soy de un pueblo de mineros, de unos padres muy normales, que no te podían dar el pan que ellos querían, no éramos pobres de solemnidad, pero sí muy austeros”. Recuerda al cura de su pueblo, Don Dimas. “Yo tenía sólo siete años, pero veía su generosidad y como ofrecía consuelo a las viudas y los huérfanos. Por eso yo quería ser cura como él”. Con doce años dejó su casa para ir al seminario.
Al terminar su formación y junto con el padre Ángel Silva, fueron a hablar con su obispo. “Teníamos ya la idea de fundar algo, la vocación por el cuidado de la infancia siempre ha estado en la base de nuestro trabajo. Tarancón fue quien nos indicó que fuera una asociación independiente, con raíces cristianas, pero fuera de la iglesia. Fue una iniciativa un poco revolucionaria que nos causó ciertos problemas, pero éramos muy valientes, teníamos 24 años y nos comíamos el mundo”.
Siempre ha estado con los pobres, vive con y por ellos. Cree que la generación que viene detrás de él posiblemente verá la erradicación de la hambruna. “Pienso que no verán a nadie morir de hambre, nos dará vergüenza. Hay suficientes alimentos para que esto no ocurra en ningún caso. Sin embargo, pobreza y enfermedad habrá siempre”. Pone el foco en la lucha contra la indignidad. “Pueden ser pobres, pero no deben perder su dignidad”. En este sentido en las campañas piden siempre mantas, ropa o juguetes nuevos y en las cenas de Navidad visten las mesas con manteles y cubiertos no desechables, detalles que buscan dignificar.
Pionero en tantos frentes, ha logrado que su iglesia permanezca abierta las 24 horas. Suena música gregoriana de fondo creando un ambiente de paz y acogida. “He esperado 78 años para lograrlo. En la mesa camilla me siento a escuchar a todos los que se acercan a compartir sus necesidades. No siempre podemos darles todo lo que nos piden, nuestros recursos son limitados. Pero me sigue sobrecogiendo cuando se levantan y te agradecen el mero hecho de haberles escuchado. Te corta la respiración, porque no has hecho nada, en realidad”. Pero la escucha sincera y activa es importante. “La mejor estampa de una iglesia de los pobres es ésta. Que esté lleno de personas sin hogar y otras que vienen no solo a comer si no a confiarnos sus penas y sus inquietudes. De madrugada viene gente que sale del trabajo y encuentran aquí su descanso. Aquí lo que respiras es diferente a la frialdad de otras, hay acogida y dignidad”. Es una auténtica escuela de paz.
Agradece los premios y reconocimientos, consciente de que “uno no lo recibe creyendo que es para uno, sino para los demás. Me da rabia, a veces, porque te dan un premio por hacer lo que debes hacer. Hay que lavarse de la vanidad de los premios. El mayor premio es un beso o un abrazo. Mi mejor arma es estar feliz y hacer felices a los demás, es un privilegio lograrlo”.
El Padre Ángel todavía llora. “Me hace llorar ver sufrir a la gente, la soledad o los niños enfermos terminales, es injusto y me rompe el corazón. Yo quiero seguir llorando, quiero seguir conmoviéndome. La vida puede que sea así, pero me duele”. Cada día es una lucha. “Pero cuando uno tiene fe y raíces cristiana y lo que quieres es sacar adelante algo en lo que crees, pues no te rindes”.
En el inicio eran dos jóvenes que soñaron con cambiar el mundo. “Pero la dimensión del proyecto, llegando a estar presentes en tantos países, no podíamos ni imaginarlo”. En su reciente encuentro en audiencia privada con el Papa Francisco, le ha regalado un libro que escribió durante la pandemia, Sueños. “Los dos cumplimos 86 y vamos a seguir soñando. Es tan importante soñar creyendo que los sueños se cumplen”.
Los dos problemas mayores de la sociedad – lo dijo el Papa al asumir su pontificado – son la soledad y la inmigración. “La soledad es terrible, los que esperan ese bocadillo de jamón, cuando van después a un cajero o aun portal a sentarse, los que por delante de ellos no les miran a los ojos, les pueden tirar una moneda pero sin hablarles. Les hacemos invisibles y eso no puede ser”.
Su cabeza no para. Tiene muchos proyectos aún por emprender. “Hemos hecho muchas cosas atendiendo a mujeres, niños, enfermos, refugiados e inmigrantes. Tenemos residencias, centros de día y casas de acogida. Ahora el reto es coordinar la atención a atender a las personas, pero en sus domicilios”. Sin alzar la voz, sin dar lecciones y sin dejar de sonreír, el Padre Ángel nos despide hablando de otras cosas que le preocupan como la epidemia silenciosa del suicidio. El Padre Ángel no reparte sólo cafés y bocadillos, reparte dignidad, reparte compromiso, reparte consuelo y reparte alegría.
Rocío Gayarre
CatólicoONGRemarcable