Cae el sol y Agnes entra en el hospital de La Princesa, como tantas noches. Por delante tiene 10 horas llenas de tensión, de incertidumbre, de rituales de desinfección, de respiradores, de situaciones críticas y graves. Pero también de esperanza. Se enfunda el EPI – que tras varias horas puesto resulta muy agobiante y caluroso- para cubrir su turno como auxiliar de enfermería en la UCI. Se concentra y pone todo su empeño en que su trabajo sea eficiente, meticuloso y ordenado, porque es consciente de que en sus manos, las manos de todos los que forman el equipo sanitario de especialistas en UCI, están los pacientes más vulnerables, los que libran la batalla contra la muerte.
Agnes Marie Sarr llegó de Senegal hace ya siete años. Allí estudiaba enfermería, su sueño desde muy pequeña. Dejó Dakar para venir a España. Una oferta para cuidar a una señora mayor era la oportunidad para proseguir sus estudios y seguir aprendiendo. No lo dudó. Sabía que iba a ser una carrera de obstáculos y que tendría que empezar de cero, pero sería como una ola, que comienza su recorrido más atrás, para luego llegar más lejos.
Hizo malabares compaginando su trabajo, el aprendizaje del español (en la ONG Karibu) y clases particulares de francés para poder sobrevivir y seguir formándose. “Los primeros años aquí no fueron nada fáciles, pero luché mucho porque tenía claro que merecía la pena para conseguir ser enfermera”. Y está a mitad de camino, y con proyecto de seguir estudiando el año que viene.
La crisis del COVID-19 ha sido un golpe tremendo a la sanidad española. Ha significado un aumento brutal de enfermos ingresados y una intensidad de atención hospitalaria hasta ahora inimaginable. “Estos meses han sido muy duros. A veces a todos nos invade la tristeza por todo lo que soportamos emocionalmente, pero hemos aprendido a no mostrarla, porque los pacientes enfermos de coronavirus al estar aislados solo nos ven a nosotros. Hemos tenido que ser más fuertes y más humanos que nunca, por ellos”. Reconoce que es difícil sacar fuerzas para seguir trabajando en estas circunstancias tan adversas, pero va muy feliz cada noche,” porque hago lo que me apasiona. Hay mucho más estrés en el trabajo, sin duda, pero a la vez, una mayor oportunidad de aprendizaje”. Agnes se queda con eso.
A nosotros nos queda aplaudirle cada tarde, y agradecerle que hace años emprendiera ese viaje y que hoy forme parte del equipo de sanitarios que vela por nuestra salud sin descanso ni miedo.
Rocío Gayarre
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