Si hay algo sobre lo que me encanta hablar en mis clases, es la economía colaborativa. Temática que he reiterado, una y otra vez, en mis artículos de ABC. Este tipo de economía, que busca la maximizar el uso de bienes y servicios, está destinada a cambiarlo todo, removiendo los cimientos de muchos modelos de negocio tradicionales, que todavía se están recuperando de la última ola, internet.
La controversia sobre la economía colaborativa, se encuentra en la legislación, que, en realidad, no la contempla en sus leyes, ya que los negocios, o intercambios, se producen “peer to peer” o entre iguales, es decir, entre particulares, los cuáles no están regulados. Ya que, los negocios, según la ley, los realizan los autónomos y las empresas, no los particulares, a no ser, que sean ventas puntuales.
Esta semana, precisamente, ha quedado desestimada la medida cautelar del cierre de BlaBlaCar interpuesta por Confebús, la asociación de compañías de autobuses, que, evidente, ve amenazado su negocio, al perder viajeros, en sus trayectos. Pero en BlaBlaCar, el conductor, inicialmente, no tiene ánimo de lucro, ya que sólo se comparte sus gastos del desplazamiento. Actividad que no va en contra la ley, ya que no existe beneficio. Algo que no ocurre en Airbnb o Uber, donde sus usuarios, sí que se benefician económicamente, y obtienen unos ingresos, como particulares.
Blablacar es una plataforma para compartir viajes, que en España, cuenta con 2,5 millones de usuarios, y en muchos países es un considerada un ejemplo de aprovechamiento de recursos y sostenibilidad. Su objetivo es completar las plazas de un coche, que de otra manera, quedarían desaprovechadas. No hay más que ver los atascos de nuestras grandes ciudades, con automobiles ocupados por una sola persona en el 90% de las ocasiones. Imaginad, por un momento, qué ocurriría, si “mágicamente”, pudiéramos reordenar la situación, juntando en los mismos vehículos a aquellos que comparten destino. El atasco sería historia.
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