ABC
| Registro
ABCABC de SevillaLa Voz de CádizABC
Blogs Fahrenheit 451 por Pablo Delgado

Una causa, un país, una revolución, una idea

Una causa, un país, una revolución, una idea
Pablo Delgado el

Una de las cualidades que nos diferencian a los seres humanos entre nosotros y sobre aquellos seres con los que habitamos en este nuestro planeta, es la capacidad de tener, generar, pensar, transmitir y ejecutar una idea. Las ideas son aspectos, apariencias, formas, visiones de una representación mental que surge a partir del razonamiento o de la imaginación de una persona individual. Está considerada como el acto más básico del entendimiento, al contemplar la mera acción de conocer algo.

La capacidad humana de contemplar ideas está asociada al razonamiento, la autorreflexión, la creatividad y la habilidad de adquirir y aplicar el intelecto. Las ideas dan lugar a los conceptos, los cuales son la base de cualquier tipo de conocimiento científico y filosófico. Sin embargo, en un sentido popular, una idea puede suscitarse incluso en ausencia de reflexión, por ejemplo, al hablar de la idea de una persona o de un lugar.

El filósofo e historiador de las ideas Michael Foucault (1926-1984) habló de que “las ideas varían en función de las culturas y, para darse cuenta, es preciso tomar acta de los efectos de ruptura, de la historia, de las diversas maneras de pensar de los actores y de las variaciones semánticas del pensar de los actores y del lenguaje que no permiten concebir una historia de las ideas homogénea y continua”. En Los intelectuales y el poder, Foucault argumenta que después de mayo de 1968, los intelectuales habían descubierto que las masas no tienen necesidad de ellos para conocer, pero existe un sistema de dominación que obstaculiza, prohíbe, invalida ese discurso y el conocimiento. Poder que no sólo se encuentra en las instancias superiores de censura sino en toda la sociedad. La idea de que los intelectuales son los agentes de la “conciencia” y del discurso forma parte de ese sistema de poder. El papel del intelectual no residiría en situarse adelante de las masas, sino en luchar en contra de las formas de poder allí, donde realiza su labor, en el terreno del “saber”, de la “verdad”, de la “conciencia”, del “discurso”; el papel del intelectual consistiría así en elaborar el mapa y las acotaciones sobre el terreno donde se va a desarrollar la batalla, y no en decir cómo se llevaría a cabo. “El poder no es un fenómeno de dominación masiva y homogénea de un individuo sobre los otros, de un grupo sobre otros, de una clase sobre otras; el poder contemplado desde cerca no es algo dividido entre quienes lo poseen y los que no lo tienen y lo soportan. El poder tiene que ser analizado como algo que no funciona sino en cadena. No está nunca localizado aquí o allá, no está nunca en manos de algunos. El poder funciona, se ejercita a través de una organización reticular. Y en sus redes circulan los individuos quienes están siempre en situaciones de sufrir o ejercitar ese poder, no son nunca el blanco inerte o consistente del poder ni son siempre los elementos de conexión. El poder transita transversalmente, no está quieto en los individuos”.

Las ideas tienen poder, las ideas mueven personas, países, las ideas forman parte de un conjunto normativo de emociones y creencias colectivas que son compatibles entre sí y están especialmente referidas a la conducta social humana, ese conjunto lo denominamos ideología. La ideología describe y postula un modo de actuar sobre la realidad social colectiva relacionada con el bien común. Ese es es principio el late motiv, el bien común y no la búsqueda de poder a través de ellas, pero como ya nos ha enseñado la historia, las ideas e ideologías cambian, se mal interpretan, se aplican de forma equivocada hacia unos intereses creados. Por lo tanto la transversalidad que apunta Foucault no siempre se cumple, en su mayoría sobre todo en el controvertido siglo XX se ha ido hacia una verticalidad de las ideas. A lo largo de la historia de la humanidad se han desarrollado ideas que parten de personas concretas que a lo largo del tiempo no se han ido separando de ellas.

Ahora en 2017 se publica el segundo volumen de la adaptación gráfica de la biografía realizada por John Lee Anderson sobre la figura del Che Guevara que está llevando a cabo el ilustrador mexicano José Hernández. Che. Una vida revolucionaria. El doctor Guevara (Sexto Piso). Una figura que va unida al de una idea, hacia un ideal de socialismo y revolución. Una aplicación de una ideología impuesta a través de la revolución cubana generada por un Fidel Castro apegado a una idea de socialismo que una vez en el poder… Bueno ahí no me meto. Están los hechos ocurridos a lo largo de estos años.

La novela gráfica se centra en la figura de un joven Ernesto Guevara que va en busca de unos ideales. Después de terminar la carrera de medicina necesita salir de Buenos Aires en 1953. En lugar de ejercer su profesión, decide emprender un viaje por varios países de América del Sur y Centroamérica, en busca de ese algo que dé sentido a su incipiente deseo revolucionario. Como él mismo escribe: sin saber exactamente qué busca, ni cuál es el norte. Su periplo lo lleva a Guatemala, donde es testigo de los avances revolucionarios de un gobierno de izquierdas, en pleno dominio de los Estados Unidos. El experimento guatemalteco termina en golpe de Estado y el doctor Guevara, decepcionado, llega a la Ciudad de México, donde conoce a un joven abogado que intenta hacer la revolución en su país, Cuba. Su nombre: Fidel Castro. Por fin, Ernesto encuentra lo que había estado buscando: una causa, un país y una revolución. En México, Fidel, con un grupo de cubanos y un médico argentino, planean, no sin severos contratiempos, la revolución en la isla, una revolución que triunfaría y que cambiaría para siempre el rostro de América.

La obra global se compone de un volumen más que se publicará el próximo año, después de ver en el primero “Che” en Cuba. Los años de Cuba, -publicado el año pasado-. Años donde revive con precisión, colorido y dramatismo el período que abarca desde el embarco con destino incierto, a bordo del legendario Granma, hasta la partida del “Che” rumbo al Congo, para dar cauce a su inextinguible deseo de alterar para siempre el orden del mundo.

En este segundo volumen podemos seguir disfrutando de las grandiosas ilustraciones de un Hernández en pleno apogeo gráfico. Una obra que independientemente de ideologías, causas y efectos, dota de un gran realismo gráfico a cada una de las figuras participantes en el proceso por una causa, un país, una revolución y una idea. En cada uno de los dibujos creados por el ilustrador, transmite al lector una cualidad cinematográfica capaz de trasladarlo de forma fehaciente al interior de una narrativa gráfica compuesta por una gran ilustración colorida y de gran calado, que se intercala con una gran fuerza aprovechando la inexistencia de texto para imaginar nuevas formas de tomarse la página. Un dibujo -el de Hernández- que tiene vida propia y sobre todo, transmite en ocasiones un silencio gráfico descomunal y evocador. Las viñetas -sobre todo aquellas ausentes de palabras- son capaces de transmitir hasta el sonido más insignificante, proyectando en la mente del observador/lector un imaginario gráfico real como si estuviera de cuerpo presente o frente a la pantalla de un cine sonoro, disfrutando de la playa escuchando las olas del mar.

Che. Una vida revolucionaria. El doctor Guevara // Jon Lee Anderson y José Hernández  // Sexto Piso // Ilustrado // 2017 // 24,90 euros

ArteCómicIlustracionesLibrosMedios

Tags

Pablo Delgado el

Entradas más recientes