Ángel González Abad el 25 may, 2017 Ginés Marín por la Puerta Grande de Las Ventas, y además de tras una faena sin la mínima fisura, un faenón de principio a fin, con un natural eterno de largura y temple… Dos orejas sin discusión, dos orejas que lo afianzan para dar el salto definitivo a la primera fila. Al joven Ginés le ha vuelto el alma a su toreo, el alma que parecía habérsele escapado en el final de su primera campaña como matador tras una alternativa de lujo, hace ahora un año en Nimes, y en lo que llevamos de temporada. Ginés Marín me deslumbró ante una novillada de Jandilla hace unos años en el Pilar, después en el escalafón menor lo vi siempre espléndido de clase, de frescura, de garbo y de torería, pero en los últimos compases de la temporada de 2016 no parecía el mismo torero, sin estar mal le faltaba ese punto para seguir cautivando al aficionado. En las pasadas Fallas de Valencia salió a hombros de forma benévola, por San Jorge en Zaragoza, con una exigente corrida de Algarra, lo encontré como sin alma, y en el mismo tono pasó por Sevilla. Sus finas maneras, su concepto artístico del toreo, quedaba a un lado y lo que transmitía era tan solo algo mecánico. El alma del buen toreo le había abandonado. El cambio de escalafón, la presión de triunfar cada día, el toro… Pero quien tuvo retuvo, y ese alma del buen toreo volvió a donde ya había estado, y fluyó en el mejor momento y en el mejor sitio. En Las Ventas, la tarde de la confirmación de alternativa y frente a un gran toro de Alcurrucén. Ginés se encontró con su alma y surgió el milagro de una faena sin la mínima fisura, un faenón de principio a fin, con un natural eterno de largura y temple… Era el alma de un torero. Toros Comentarios Ángel González Abad el 25 may, 2017