Ángel González Abad el 31 may, 2016 Se llamaba “Luvino”, con el hierro de Saltillo, y se fue vivo a los corrales después de que quien estaba destinado a ser su matador escuchara los tres fatídicos avisos. En descargo de José Carlos Venegas, el toro hubiera puesto a cavilar a todo el escalafón, del primero al último, del más veterano y con más oficio al más tierno. “Luvino”, poquita cosa resultó imposible, manso y peligroso, y Venegas hasta intentó pegarle naturales con la ilusión por repetir el triunfo que tuvo en la misma plaza venteña en el pasado septiembre frente a toros de esta misma divisa. Y esa ilusión le jugó una mala pasada, pero que no se amedrente, que ese toro -poquita cosa, imposible, manso y peligroso-, se le hubiese ido vivo a cualquiera, de esta y de otras épocas. Cuando José Carlos le ponía la muleta y “Luvino” huía llevando en sus puntas todo el peligro del mundo, la imagen podía trasladarse a una película en blanco y negro de los años cincuenta en la plaza de carros de un pueblo de la Castilla más profunda. Un toro de otro tiempo, una corrida de ayer, ¿de hoy y de siempre? Como el cuarto, “Cazarrata”, otra prenda para un heroico Sánchez Vara, y en ese tono el resto. Y los toreros, Vara, Alberto Aguilar y Venegas, y sus cuadrillas, de diez. Toros Tags Alberto AguilarJosé Carlos VenegasMadridSaltilloSan IsidroSánchez Varatoros Comentarios Ángel González Abad el 31 may, 2016