Cuando el Che se chupaba el dedoVuelven los mitos o, quizás, nunca se fueron. Omnipresentes en la política argentina Juan Domingo Perón y Eva Duarte, el Che se abre espacio en un circuito turístico. Amado y odiado con la misma intensidad que aquel matrimonio incombustible, Ernesto Guevara, en sus diferentes versiones, se ha ganado su propia ruta turística en el país que le vio nacer. En los otros, donde le vieron arrasar y morir, es otro cantar.
Enfocado como un recorrido histórico de su vida, la pista de salida para los seguidores del Che, arranca en Rosario. En esta hermosa ciudad, en 1928, la familia Guevara aumentaba. El recién nacido, de aspecto común y silvestre, haría historia (buena y mala). En homenaje a aquel niño hoy se levanta un monumento con la estampa del revolucionario que amaba el golf, la Medicina y las balas. El pequeño Ernesto y el resto del clan se trasladaron después a la localidad de Caraguatá, en la provincia de Misiones, donde están las cataratas de Iguazú. Allí abre sus puertas un museo que, como es natural, lleva su nombre.
Sus padres, con intención de establecerse, compraron unas plantaciones de yerba mate pero pronto las abandonarían porque el muchacho, asmático, no toleraba bien ese clima. El siguiente destino del joven fue las sierras de Córdoba donde su casa de Alta Gracia permanece, como su propia cama, intacta.
Dispuestos a exprimir con el turismo cada minuto de su existencia, también se ha colado en la ruta del pasen y vean la Pastera de San Martín de los Andes, provincia de Neuquén. Allí han transformado en museo una especie de depósito o pajar donde Guevara y su amigo Alberto Granada pasaron una semana. En todas las escalas se pueden comprar camisetas, fotos y hasta bustos que sirven como pisapapeles. Lo mismo que hacíamos en el rastro hace treinta años. La diferencia es que aquí estuvo él.
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