Pocas prácticas más democráticas que el pacto. Cuando se gobierna a base de alianzas, suele avanzarse más de lo habitual, sin que la rentabilidad caiga per se de una de las partes. Por eso es un ejercicio tan higiénico y eficiente. No sé si es obra del espíritu navideño o esperado bálsamo después de tanta revuelta dialéctica con los independentistas, pero estos días desprenden el aroma del acuerdo. Ayer celebrábamos el nuevo salario mínimo interprofesional, hoy hablamos del consenso en la lucha contra la violencia machista, además de lamentar el «sí pero no» de nacionalistas y Podemos en el concierto antiyihadista. El pacto no implica necesariamente ceder, más bien requiere convencer, pero aceptar el punto de vista del otro enriquece las soluciones, siempre que tal asunción no arrase con tus principios ni valores democráticos. Por eso debe quedar claro que toda entente debe partir de la aceptación del marco de la Constitución, el pacto de los pactos, el gran acuerdo de convivencia… O nos volveremos ingobernables.