El Fondo Monetario Internacional (FMI) se despachó el pasado viernes con unas previsiones desalentadoras y casi apocalÃpticas de la evolución de nuestra economÃa. España no crecerá por encima del 1% hasta 2018 y el paro no bajará del 26% en los próximos cuatro años, asegura el organismo internacional. Eso por si alguien se querÃa ir de vacaciones pensando que ya que la cosa polÃtica está tan revuelta, al menos la económica va un poquito mejor.
Lo cierto es que estas previsiones son mucho más pesimistas que las de la mayorÃa de los analistas. Incluso medios anglosajones, como The Wall Street Journal, apuntan que cuadros tan pesimistas como el que dibuja el FMI «están lejos de la realidad». Lo cierto es que el Fondo se equivocó en el pasado al calcular el impacto de los ajustes sobre el crecimiento económico y ahora ha cambiado su metodologÃa para aumentar ese impacto. ¿Y en qué se traduce eso? En que como España todavÃa tiene que reducir el déficit público, el FMI dice que esos ajustes se traducirán en mucho menos crecimiento y más paro. Sin embargo, según todos los analistas, el Fondo puede haberse equivocado ahora, pero con el efecto contrario: se ha pasado de frenada en los cálculos. Las reformas empiezan a dar sus frutos y pueden mitigar el impacto negativo de los recortes.
El problema es que las previsiones no son baladÃes, e influyen en el ánimo de los ciudadanos que, además, son consumidores y toman sus decisiones en base a estos pronósticos. Si ciudadanos y empresarios se creen estas estimaciones, no tomarán decisiones de inversión ni de compra a la espera de que la situación mejore. Por el contrario, si la mejora de indicadores a la que estamos asistiendo va a acompañada de mensajes positivos y buenas expectativas y los ciudadanos nos creemos que esta vez va en serio, esa confianza será un impulso para la economÃa.
De ahÃ, la responsabilidad de todos, incluidos los medios de comunicación. No se trata de engañar a los ciudadanos, pero tampoco de echar piedras contra España y contra la economÃa española, cosa que a algunos, no sólo a los organismos internacionales, sino dentro de nuestra propia casa, parece no importarles demasiado.   Â
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