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Blogs Cosas del cerebro por Pilar Quijada

Cajal recibió 65 nominaciones al Nobel

Ver pagina en ABC: el científico español más importante
Pilar Quijadael

La Real Academia Nacional de Medicina acaba de celebrar la II Semana Ramón y Cajal en la que se ha recordado al Nobel español, considerado el padre de la Neurociencia moderna. Con el patrocinio de la Fundación Tatiana Pérez de Guzmán el Bueno se han desarrollado diversas actividades. La primera, el martes 20, fue la sesión académica de inauguración de la exposición “Cajal y Madrid”, organizada por el profesor Javier Sanz Serrulla, que podrá verse hasta el próximo mes de enero. En esta primera sesión se habló de la “Historia personal de Ramón y Cajal(Prof. Francisco Alonso Fernández); Cajal: pionero en neuroplasticidad(Prof. Fernando Reinoso Suárez, y Cajal y los médicos de la Junta de Ampliación de Estudios(Prof. José Manuel Ribera Casado).

En sesión extraordinaria, Rafael Yuste, uno de los impulsores del Proyecto Brain estadounidense, habló sobre “Objetivos y situación en su segundo año de andadura”. Yuste fue nombrado académico correspondiente honorario, por  “representar los valores de Cajal en nuestros días”, como destacó el profesor Antonio Campos.

El jueves tuvo lugar la lectura continuada de la obra de Cajal, en la que participaron estudiantes, académicos, profesionales, personalidades del mundo de la ciencia y público en general, que leyeron fragmentos de su obra autobiográfica “Recuerdos de mi vida”.

Clausuró la semana el simposio “Los contactos neuronales vistos por Cajal”, coordinada por Carmen Cavada, directora de la Cátedra de Neurociencia UAM – Fundación Tatiana Pérez de Guzmán el Bueno. El objetivo del Simposio fue presentar a Santiago Ramón y Cajal, en sus dimensiones personal y científica, a los estudiantes de máster y doctorado en Neurociencia de la Universidad Autónoma. Antonio Campos y Javier de Felipe mostraron la intuitiva visión de Cajal sobre el funcionamiento del sistema nervioso central.

Entre las cuestiones planteadas por los asistentes a este simposio estuvo la referente al número de veces que fue nominado Cajal para el Nobel. Algo que ocurrió en 65 ocasiones durante seis años consecutivos. Antes de obtener el premio Nobel, Santiago Ramón y Cajal había sido nominado en 63 ocasiones, la primera de ellas en 1901, coincidiendo con el estreno de los galardones. Después de recibir el Nobel en 1906, aún fue propuesto dos veces más. Esto da idea del prestigio de Cajal entre la comunidad científica no solo de nuestro país sino también internacional. Los más insistentes en pedirlo para el científico español fueron el suizo Albert von Kölliker, que le dio a conocer, y el sueco Gustaf Retzius, con quien Cajal mantuvo una larga relación científica y de amistad. .

Es interesante resaltar al respecto lo publicado en ABC (en la imagen), el 28 de octubre de 1906, dos días después de la concesión del Nobel:  “Hasta hace pocos, muy pocos años, no nos habíamos enterado en España de que uno de los profesores de nuestra Universidad, trabajador modesto, apenas conocido fuera del aula y del laboratorio, tenía en el extranjero reputación de sabio, admirado por las más altas autoridades de la ciencia moderna.

Fue preciso, para que la noticia se esparciera y se le diese crédito, que, convirtiéndose sus propios colegas en voceros de la fama, repitieran uno y otro día los ecos de sus triunfos en Europa, tan reacia siempre a mirar por encima de los Pirineos”.

Concedidos por primera vez en 1901, en memoria de su creador, Alfred Nobel, se han otorgado desde entonces 567 premios repartidos entre 900 ganadores. El de fisiología o medicina se ha dado 106 veces a 210 científicos entre 1901 y 2015. El propio Cajal nominó a 3 personas, dos para el premio de Fisiología y Medicina (Gustaf Retzius en 1901 y Charles Robert Richet en 1912) y a Ramón Menéndez Pidal para el de Literatura en 1931.

Nuestro país ha recibido el “Oscar” sueco 7 veces: cinco en literatura (Echegaray, Benavente, Juan Ramón Jiménez, Vicente Aleixandre y Cela) y dos en Medicina (Ramón y Cajal, en 1906, y Severo Ochoa, en 1959).  Definitivamente somos un país de letras… 

Como curiosidad, mencionar que el mapa de reparto de premios por países muestra un distribución que se va haciendo más escasa hacia el sur (el mapa interactivo puede verse aquí). Hay dos excepciones: Sudáfrica y Australia, ambos países de influencia inglesa. Y es que hay quienes sostienen que Inglaterra, al extender sus dominios en el pasado, llevó también el interés por la ciencia a las tierras que colonizaba. Mientras que España transmitió su falta de interés, que tan bien supo plasmar Unamuno en su famosa frase “que inventen ellos“, fruto de una polémica con Ortega y Gasset, surgida en 1906.

A diferencia de Ochoa, Ramón y Cajal, a pesar de las dificultades para investigar en nuestro país –las cosas han cambiado poco-, realizó su trabajo aquí. Los galardones acababan de estrenarse y fue la quinta persona en recibir un Nobel en Medicina. Lo compartió con el italiano Camilo Golgi. Antes que Cajal, lo habían recibido Robert Koch  (1905), Ivan Petrovich Pavlov  (1904), Niels Ryberg Finsen (1903), Ronald Ross (1902), y  Emil Adolf von Behring (1901). Fue una elección muy reñida como puede leerse en las páginas de la organización Nobel: How Golgi Shared the 1906 Nobel Prize in Physiology or Medicine with Cajal. Sin embargo el propio Cajal, pese a sus diferencias con Golgi, reconoció en su autobiografía que fue una decisión justa, puesto que Golgi había aportado la técnica que le permitió desarrollar su importante trabajo.

Kolliker fue quien presentó a Cajal a la sociedad científica, que se extrañaban de “encontrar un español aficionado a la ciencia y a la  investigación”, según recoge el propio Cajal en “Recuerdos de mi vida”. No es extraño que casi tuviera que arrastrar a Kolliker hasta la preparación que tenía en su microscopio, cuando le encontró por primera vez en el Congreso de la Sociedad Anatómica Alemana, celebrado en Berlín en octubre de 1889. Cajal había invertido gran parte de sus ahorros en ese viaje y no estaba dispuesto a volverse con las manos vacías. Quería dar a conocer sus descubrimientos sobre las neuronas y la estructura del sistema nervioso, que luego le valdrían el Nobel. Kolliker se acercó de mala gana hasta el microscopio de Cajal, ante el que pocos científicos se detenían. Pero al observar sus preparaciones quedó asombrado. A partir de entonces Kolliker se convirtió en un ferviente defensor suyo y la fama de Cajal se extiende por Europa y América.

Su trabajo finalmente le valió el Nobel en 1906. Lo compartió con Golgi, algo que no había ocurrido en la corta historia de los galardones hasta ese momento. Lo curioso es que tenían puntos de vista totalmente opuestos sobre la estructura del sistema nervioso. Para Golgi, se trataba de una maraña de fibras sin principio ni fin. El italiano defendía la continuidad del sistema nervioso (teoría reticularista).

Cajal, por sus observaciones al microscopio, sabía que el sistema nervioso estaba compuesto por células individuales, muy próximas entre sí. Él defendía la contigüidad frente a la continuidad de Golgi. Su teoría neuronal fue uno de los mayores hitos de la neurociencia moderna. Es interesante recordar lo publicado en ABCnClase en 2006, con motivo del centenario de la concesión del galardón:

“Estos días se cumple un siglo de la concesión del Nobel de Fisiología y  Medicina en 1906 al científico aragonés Santiago Ramón y Cajal, «en  reconocimiento por sus trabajos sobre la estructura del sistema nervioso».  Tan importante galardón lo compartió Ramón y Cajal con Camilo Golgi, un  nombre que seguro que también te suena.

Es interesante leer los discursos que pronunciaron ambos científicos en la  Academia sueca, con motivo de la entrega del premio. Tenían ideas completamente distintas de cómo estaba organizado el sistema  nervioso.

 

«Juntas pero no revueltas»

Golgi, en contra de las evidencias aportadas por Cajal, se resistía a  aceptar -como consta en su discurso- que las neuronas fueran células  independientes. Aunque a lo largo del siglo XIX se había aceptado la teoría  celular, según la cual los organismos vivos estan constituidos por células  independientes, el cerebro se creía entonces una excepción. Y precisamente  Golgi, junto con Gerlach, defendía que el sistema nervioso estaba formado  por una enmarañada red de fibras nerviosas unidas entre sí.

Una idea que chocaba con lo que Ramón y Cajal veía a través del microscopio  cuando observaba preparaciones de tejido nervioso. Y en 1889, el científico  aragonés publica un trabajo en el que así lo manifiesta: «Nunca hemos podido  ver una malla de semejante red ni en el cerebro, ni en la médula, ni en el  cerebelo, ni en la retina, ni en el bulbo ofatorio, etc. Creemos que es hora  ya de adoptar sencillamente la única opinión que está en armonía con los  hechos, a saber: que las células nerviosas son elementos independientes y  que la propagación de la acción nerviosa se verifica por contactos a nivel  de ciertos aparatos o disposiciones de engranaje». Esos «aparatos» a los que  se refería son las sinapsis, zonas de gran proximidad entre las neuronas,  pero no de unión entre ellas, como hoy sabemos. Cajal demostró que las  células nerviosas se disponían unas próximas a otras («contigüidad»), pero  eran independientes y por tanto no había entre ellas una «continuidad»  (estar unidas) como pretendía Golgi.

Establecía así la teoría neuronal, que después se atribuyó erróneamente a  Waldeyer, con gran disgusto de Cajal, como mostraba en un escrito de 1914:  «En España es error comunísimo, por desconocimiento de la bibliografía, el  atribuir a W. Waldeyer, el ilustre histólogo de Berlín, la paternidad de la  doctrina de las neuronas, ignorando que el citado sabio, al resumir en un  semanario alemán nuestras ideas y descubrimientos, no hizo sino bautizarla  con una palabra nueva, la voz neurona (unidad nerviosa)».

Cerebro en evolución

Estas aportaciones de Cajal han sido esenciales para impulsar el estudio del  sistema nervioso y han sentado las bases de la moderna Neurociencia. Pero no  fueron las únicas. Otro importante acierto fue proponer que el sistema  nervioso no era algo estático como entonces se creía, sino que estaba en  constante cambio. Esto se conoce como plasticidad. Gracias a la plasticidad  neuronal podemos adaptarnos a los cambios ambientales. Algunos científicos  sostienen que precisamente la capacidad de adaptarnos a ambientes diferentes  hizo crecer nuestro cerebro y nos permitió diferenciarnos de nuestros  parientes más cercanos, los grandes simios, como gorilas y chimpancés.

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