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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

De Reyes, verdugos, guillotinas y otras cosas (1)

Emilio de Miguel Calabia el

(Luís XV con cara interesada. Seguro que se acaba de cruzar una doncella hermosa por su camino

Luis XV subió al Trono a los 5 años. Dice mucho de la estabilidad de la institución monárquica en Europa en la Edad Moderna, el hecho de que un niño que accediera al Trono a los 5 años tuviera muchísimas probabilidades de llegar a adulto, aunque estuviera tan tarado como Carlos II el Hechizado. En muchas partes de Asia, si subías al Trono a los 5 años tus posibilidades de llegar con vida a la pubertad eran escasísimas.

Por poner algunos ejemplos del reino de Ayuthaya. Thong Lan ascendió al Trono a la muerte de su padre en 1388. Tenía quince años y no llegó a cumplir los 16. Su reinado duró exactamente siete días. Tuvo el dudoso honor de ser el primer monarca del reino de Ayuthaya en ser ejecutado. Ratsadathirat subió al Trono en 1533 a la tierna edad de cinco añitos. Su tío Chairachathirat debió de pensar que era demasiada responsabilidad para un niño tan pequeño y a los cinco meses de reinado lo depuso; de paso, para que no añorara demasiado la Corona, lo hizo ejecutar. Attittayawong heredó el Trono de su hermano en 1629 a la edad de 11 años. Tras 36 días de reinado, el noble Prasat Thong encargó que le mataran. El holandés Van Vliet que ha dejado un relato vívido del golpe de estado de Prasat Thong, transcribe o, más bien, fabula su lamento cuando le van a ejecutar:“¿Por qué me tienen que matar? Todavía no tengo once años. ¿No le basta a este Consejo de Sangre haber ejecutado a mi tío, a mi hermano y a su madre?¿No basta con que me hayan arrebatado mi reino? ¿Ahora quieren verter mi sangre? Que elijan a un rey y me dejen con vida.” Le dieron la razón en lo de elegir un rey.

Luis XV comenzó a reinar en febrero de 1723, cuando cumplió trece años, que era la edad a la que se alcanzaba la mayoría de edad. El pueblo tenía grandes expectativas puestas en él y le apodó “el Bienamado”. Luis se encargaría de defraudarlas.

El retrato que tenemos de él es el de una personalidad muy compleja. Estaba muy bien preparado y tenía una gran memoria. Era de juicios certeros y atinados. Básicamente era un hombre bueno. Pero también era un hombre débil y tímido al que le faltaba confianza en sí mismo. Extremadamente indeciso, se dejaba llevar por sus consejeros o por sus amantes. Y le faltaban el don de la oportunidad y lo que ahora llamaríamos la habilidad para saber venderse. No sabía comunicar. Se diría que reinar se le hacía pesado y que con gusto se habría quedado en sus aposentos todo el día con alguna de sus numerosas amantes.

Su reinado fue un fracaso. Venció en la Guerra de Sucesión a la Corona de Austria, pero en la Paz de Aix-la-Chapelle (1748) renunció prácticamente a todo lo que había conquistado en la guerra. Su argumento fue que para garantizar la paz, mejor era cultivar la mesura y no sobreextenderse. Sus súbditos que habían sufrido siete años de guerra, no entendieron que se malbaratasen todos sus sufrimientos. Además, fue para nada. Siete años después se desató la Guerra de los Siete Años, en la que Francia perdió buen parte de sus colonias en Norteamérica y fue desbancada en la India. La posibilidad de una India que hablase francés desapareció en dicha guerra.

Aparte de las guerras, lo más calamitoso de su reinado fueron las finanzas. Hubo momentos en la primera mitad del reinado en los que la deuda disminuyó enormemente y el comercio se desarrolló. Se construyeron carreteras y se modernizó el sistema impositivo. Tal vez, a pesar de que la Corte de Versalles nunca se apretó el cinturón, las finanzas habrían podido ser saneadas, si no hubiesen intervenido las guerras de la segunda parte del reinado, especialmente la Guerra de los 7 Años. Aparte del gasto bélico en sí, la Armada francesa sufrió graves pérdidas y en la década de los sesenta hubo de lanzarse un programa de construcción naval. El resultado fue que a su muerte, en 1774, su principal legado a su sucesor fue un inmenso montón de deudas, que en buena medida sería el principal detonante de la Revolución Francesa.

La Guerra de los 7 Años tampoco les resultó barata a los británicos que, además, a su término tuvieron que ponerse a construir barcos para contrarrestar el programa de construcción naval francés. Para pagar las deudas de la guerra, los británicos decidieron someter a impuestos a los colonos norteamericanos. La medida tenía su razón de ser: a fin de cuentas, habían sido muy beneficiados por la Guerra de los 7 Años. El Duque de Broglie, cuando se enteró de estos planes impositivos, le escribió al Rey: “Será curioso ver cuál será el resultado y si su ejecución no resulta en una Revolución en esos estados.” El resto ya sabemos cómo terminó.

En el juicio sobre el reinado de Luis XV han pesado mucho su derrota en la Guerra de los 7 Años, la deuda que dejó a su heredero y sus numerosas amantes. Parece que desde muy joven ya dio muestras de que el sexo y las mujeres le interesaban bastante más que a la media. Es posible que, siendo un hombre apocado e inseguro, donde se sintiese realmente seguro fuera en el gineceo, entre los brazos de una mujer inteligente que le diese la seguridad que a él le faltaba.

Luis XV tuvo diez hijos con su consorte María Leszczyńska. Tres de ellos murieron en la infancia. Un 70% de supervivencia en aquellos tiempos no estaba nada mal. Lo que me llama la atención es que de los siete que llegaron a la adultez sólo dos,- Luisa Isabel, casada con Felipe I de Parma, y Luis, casado con María Teresa de España-, tuvieron descendencia. Las cinco que no tuvieron descendencia eran todas mujeres y eso explica muchas cosas.

No resultaba fácil encontrarle marido a la hija de un Rey. Tenía que ser una persona de rango, preferiblemente de una familia reinante extranjera. Casarla con un noble de Reino creaba el problema de encontrarse con un yerno demasiado ambicioso y crear una rama segundona con pretensiones al Trono. En la Rusia zarista, el problema se exacerbaba por el hecho de que tras la caída de Bizancio, no quedaban reinos ortodoxos independientes con príncipes casaderos. El resultado fue que a lo largo de la Edad Moderna y hasta el siglo XIX, las hijas de los zares terminaban todas en un convento.

 

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