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Un poco de ego y la Historia de Angkor

Emilio de Miguel Calabia el

Angkor fue la gran potencia hegemónica en el Sudeste Asiático continental entre finales del siglo X y mediados del siglo XIII. En su momento de mayor apogeo, comprendía el delta del Mekong y el sur de Vietnam, toda Camboya, el sur de Laos, el este de Tailandia y la cuenca baja y media del Chao Phraya. En total dominaba algo más de un millón de kilómetros cuadrados. Su legado cultural ha sido inmenso y dejó una huella profunda en lo que hoy es Tailandia y Laos: concepción del Estado y de la Monarquía, danzas cortesanas, representaciones teatrales, comida… Pues bien, los testimonios escritos que nos ha dejado el imperio de Angkor son menores que los que nos dejó el reino de Asturias, un pequeño estado en la periferia de Europa.

La razón de esta escasez de documentos escritos es el material que utilizaban los khmeres para escribir: hojas de palma, imposibles de conservar por mucho tiempo en un clima tropical. Así pues nos tenemos que conformar con las inscripciones en piedra que nos han dejado. Los khmeres dejaban en piedra los textos que les parecían más importantes, que, irónicamente a nosotros nos parecen los menos interesantes. Entre un relato épico sobre la lucha que mantuvieron con Champa y la donación de diez esclavas a un templo, nosotros como que nos quedaríamos con el primero; pues bien, los khmeres eligirían la hoja de palma para el relato épico y la piedra para la donación.

El documento más largo que tenemos del imperio de Angkor es la estela de Sdok Kok Thom, un texto de 340 líneas en sánscrito y khmer antiguo. Lo mandó componer allá por el 1052 un brahmán de nombre Sadashiva por una mezcla de orgullo familiar y de deseo de dejar claro cuáles eran los derechos que tenía a una serie de propiedades. Gracias al ego de Sadashiva disponemos de la lista cronológica de los primeros reyes de Angkor hasta el 1052.

La inscripción arranca rindiendo homenaje a los dioses de la Trinidad hindú. En el imperio de Angkor el hinduismo funcionaba no sólo como religión, sino como factor de legitimación dinástica. El rey era un devaraja, un rey-dios, que tenía su sitio en el panteón hindú.

Luego siguen varias líneas para hacerle la pelota al soberano del momento, Udayadityavarman II. Según Sadashiva su señorito era el no va más: sus pies eran abrazados por todos los reyes (los pies eran considerados como la parte más indigna del cuerpo, así que mucho tenías que respetar a alguien y considerarlo tu superior como para estar dispuesto a abrazarle los pies), Brahma lo creó con la sabiduría de su brillo supremo, su mente se ha entrenado en todas las virtudes, el rey se abstenía de las mujeres que no le estaban permitidas y en cambio se dedicaba a las cuatro esposas exaltadas: la gloria, la fe, la compasión y la constancia, había restaurado la felicidad de la tierra, “como el profesor exhorta a sus discípulos, o un padre a sus hijos, así con los ojos fijos en su deber, se esforzó sin cansancio para la protección y prosperidad de su pueblo”… ¿Queda claro que Sadashiva era un pelotillero o hace falta que siga?

Tras el panegírico del rey, Sadashiva se centra en lo que de verdad le importa: contarnos lo maravilloso que él es: “Tenía [el rey] un guru que era muy respetado por su entendimiento: el alabado santo Jayendravarman [nombre honorífico de Sadashiva], nacido de una familia de alto rango y de nombre irreprochable”. A menudo los egos sobredimensionados van unidos a preocupaciones de linaje. Un personaje tan importante no puede sino descender de la pata del caballo del Cid.

Pues bien, a partir de aquí viene la historia de la familia de Sadashiva, que estaba tan puesta en los rituales sagrados, que la estela dice: “Que nadie, salvo un asceta nacido de esta rama matrilineal y dotado de enseñanzas y vigor, sea sacerdote de este culto [se refiere al culto real]”. En la enumeración de sus antepasados, Sadashiva enumera también las tierras que les concedieron los sucesivos reyes. Aquí el ego se ve complementado por consideraciones más prácticas: dejar claro qué tierras, y en virtud de qué derechos, pertenecen a la familia.

Y llegamos nuevamente a Sadashiva y a sus logros. “Vencedor de poetas, príncipe de hombres talentosos, el más informado de los eruditos, por su apego al Rey recibió el nombre, bien merecido y lleno de promesas dulces, de Santo Jayendrapandita.” Y a continuación a la lista de regalos con los que le obsequió el Rey: tallas de piedra (no queda claro si se trata de esculturas, dinteles u otros elementos decorativos), diademas, pendientes, brazaletes, collares y anillos (no indica el material, pero podemos suponer que serían de oro), copas de oro, un palanquín dorado… Y no sigo para no dar envidia, que en comparación con estos regalos los bonus de las empresas a final de año son una caquita. La estela termina con la decisión de Sadashiva de construir el templo de Sdok Kok Thom y los siervos y tierras que se dedicarán a su mantenimiento.

Mientras escribía la entrada he ido sintiendo simpatía por Sadashiva y lo he visto tan próximo… No somos tan diferentes: los dos preocupados por nuestros egos y nuestras posesiones, olvidando todo el rato que llegará un día que ya no seremos y que nuestros egos y nuestras posesiones nos servirán de muy poco cuando llegue ese día. A Sadashiva ya le llegó. Y en cuanto a mí…

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