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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

Cleopatra era mucho más que una nariz bonita (2)

Emilio de Miguel Calabiael

Hay suficientes datos para asegurar que César estaba colado por Cleopatra y que bebía de su mano. Devolvió Chipre a Egipto y a continuación se casó por el rito egipcio con Cleopatra, la cual le había dado un hijo, Ptolomeo XV Cesarión. Tras ello se fueron de crucero por el Nilo. Resulta significativo que César ,que era un hombre tan consciente de las realidades del poder, tomó una serie de decisiones que iban en contra de sus intereses y todo para complacer a Cleopatra: la cesión de Chipre; la boda con Cleopatra, que además de no ser válida, porque los matrimonios con extranjeros estaban prohibidos y porque César estaba casado, no podía más que empañar su imagen en una Roma muy conservadora y con tendencia a la xenofobia; el largo tiempo que pasó en Egipto, a pesar de que la guerra civil no había terminado y aún había pompeyanos removiéndose; dejó tres legiones en Egipto para proteger la posición de Cleopatra, pero, en contra del parecer de sus conciudadanos, no aprovechó para anexionar el reino a Roma. Fue la primera vez en su vida, que César le hizo una higa a la política e hizo lo que el corazón le pedía, sin importarle las consecuencias para su popularidad.

En el 46 a.C. César hizo lo que cualquier político sensato hubiera hecho hacía tiempo: regresar a Roma. Y también hizo lo que todo enamorado habría hecho: llevarse a su chica. Él ya no podía llevarla para presentársela a sus padres, que hacía tiempo que habían muerto, pero sí que podía presentársela a su mujer Calpurnia. Si hasta ese momento había puesto en juego su reputación como político por amor a Cleopatra, ahora iba a poner también en juego su reputación como macho alfa romano. Los romanos del final de la República eran bastante liberales en materia sexual, siempre que uno utilizase el sexo para remachar su masculidnidad. Ponerle cuernos a tu esposa, acostarse con la mujer de otro, irse de putas, tener relaciones homosexuales si uno era el dante, todo eso valía. Lo que no valía era beber los vientos por una prostituta o por una mujer extranjera, que casi venía a ser lo mismo. Y eso era lo que estaba haciendo César con Cleopatra.

Cleopatra viajó a Roma acompañada de su hermano Ptolomeo XIV y de su hijo Cesarión. El Senado los recibió como “amigos y aliados del pueblo romano”. César los instaló en una villa que tenía en el Janículo, mientras seguía fingiendo que hacía vida marital con Calpurnia, aunque toda Roma sabía la verdad. César estaba tan infatuado con Cleopatra que dedicó una estatua en oro con su apariencia y ataviada como la diosa Isis en el santuario de Venus Genetrix y que consultó cómo cambiar la ley de matrimonios para convalidar el suyo con Cleopatra y ser bígamo de iure y no sólo de facto.

César y Cleopatra eran la pareja de moda entre aquéllos lo suficientemente modernos como para aceptar que una mujer extranjera hubiera conquistado al héroe del momento. Posiblemente ni ésos tan modernos habrían aceptado esta situación si hubiera venido de alguien que no fuese el carismático César. César y Cleopatra organizaban cenas en el Janículo, donde se conversaba y se escuchaba poesía. Parece que Cleopatra en aquellas fiestas se comportaba con dignidad y causaba una impresión excelente. Una prueba de la influencia que tenía en la sombra es que parece que ayudó a que César se reconciliara con Marco Antonio, del que se había alejado por la torpeza con la que ejerció su Consulado en el año 47.

El Senado, que estaba integrado en gran medida por las élites tradicionales imbuidas de los valores tradicionales republicanos cada vez más irrelevantes, tenía un ataque de nervios cada vez que veía a Cleopatra. Cleopatra no sólo era extranjera, sino que también tenía carácter y decía lo que pensaba. El ideal tradicional de mujer romana era alguien discreta y obediente a su marido, que supiera mantenerse en segundo plano.

Al ser asesinado César el 15 de marzo del 44, Cleopatra comprendió que sin su amante no tenía nada que hacer en Roma y regresó a Egipto con su hijo y su hermano. A poco de llegar a Alejandría, Ptolomeo XIV tuvo la feliz ocurrencia de morirse, aunque puede que no se le ocurriera a él solo, sino que alguien se lo sugiriera. Cleopatra entronizó en su lugar a su hijo Cesarión como Ptolomeo XV.

Al tiempo que Ptolomeo XIV salía discretamente de escena, volvía a entrar en ella Arsinoe IV, que había sido liberada de su cautiverio y ahora vivía en Éfeso, donde se convirtió en un foco de atracción para los enemigos de Cleopatra. Eso era jugar con fuego y, efectivamente, terminó quemada. En el 41, Marco Antonio, que ya había caído bajo los encantos de Cleopatra, la mandó matar.

Los tiempos posteriores a la muerte de César fueron muy peligrosos para Egipto. Se había desatado una guerra civil entre los asesinos de César, liderados por Marco Bruto y por Cayo Casio, y sus partidarios, Marco Antonio, Octaviano y Lépido. Ambos pidieron a Cleopatra su apoyo en esa guerra. Teniendo en cuenta que César era su amante, no debió de costarle mucho optar por el campo cesarista. ¿O sí? Cleopatra era despiadada y entendía a la perfección las realidades del poder. Sabía que equivocarse de bando, supondría su fin como reina y el de Egipto como reino independiente. Pudo pensar que controlando Occidente los triunviros partían con ventaja, a pesar de las riquezas de Oriente. Optó por los triunviros. Al final todo se resolvió por la fuerza de las armas y allí lo que contó fue la calidad de las tropas y del mando. Las dos batallas de Filipos del 3 y 23 de octubre del 42 dieron la victoria a los triunviros, pero por los pelos. El instinto político de Cleopatra no le había fallado.

En el 41 Marco Antonio, que había sido el verdadero ganador de Filipos, deseaba retomar la campaña contra Partia que César estaba preparando cuando le mataron. Para ello necesitaba a Egipto. Pidió a Cleopatra que acudiera a Tarso, donde él estaba. Cleopatra repitió la jugada que tan bien le había salido con César. Compareció ataviada como Isis-Afrodita, que iba a encontrarse con su consorte Dionisio (Marco Antonio creía que tenía una relación especial con el dios Dionisio; en algunos medios egipcios se identificaba a Dionisio con Osiris, cuya hermana y esposa era Isis; sí, lo de casarse con las hermanas estaba muy extendido en Egipto). Marco Antonio flipó y cayó como un tortolito. Siguió a Cleopatra a Egipto y allí nacieron nueve meses después los mellizos Alejandro Helios y Cleopatra Selene, el sol y la luna.

Los autores antiguos han presentado los meses que pasaron juntos Marco Antonio y Cleopatra en el 41 y 40 en Alejandría como unos meses de molicie y placeres. Es cierto que Marco Antonio era un vividor, al que perdían el vino y las mujeres, pero también era un general romano ambicioso y duro. Me cuesta creer que no dedicase parte de su tiempo a preparar la campaña contra los partos. Prueba de esto es que, cuando llegaron noticias a comienzos del 40 a.C. de que los partos habían invadido territorio romano, le faltó tiempo para marchar a Siria para hacer frente a la invasión.

Nos han vendido que Marco Antonio fue un pelele infatuado de Cleopatra, que no vivía más que por ella. Esto es lo que la propaganda de Octaviano ha querido que creamos y como Octaviano fue el que al final ganó la guerra civil, es lo que ha quedado. Pero los movimientos de Marco Antonio en el año 40 nos muestran a un hombre al que el poder le gustaba tanto como Cleopatra y como a Cleopatra.

Cuando llegó a Tiro, le llegaron noticias de que su mujer Fulvia y su hermano Lucio habían promovido una revuelta contra Octaviano, aprovechando el descontento que había provocado su manera de gestionar los asuntos de Italia. Es difícil conocer lo que sabía o dejaba de saber Marco Antonio sobre la revuelta. Aunque cuesta creer que no le hubieran mantenido al corriente, el momento de provocarla, con la amenaza parta en ciernes, no era el más indicado para los planes de Marco Antonio. Una versión que he leído es que Fulvia, que además de ser muy ambiciosa, seguía enamorada de Marco Antonio, pretendía con la revuelta lograr que Marco Antonio dejase a esa zorra egipcia y volviese a Italia. Si ésos eran sus planes, casi le salieron bien. Casi.

La revuelta estuvo a punto de triunfar, pero Octaviano tenía a los legionarios cogidos por donde más les dolía: sus salarios. Fulvia y Lucio Antonio terminaron asediados en Perusia (la actual Perugia). Cuando Marco Antonio desembarcó en Italia, Perusia ya había caído. Octaviano fue implacable: dejó que sus tropas saqueasen Perusia y aniquiló a trescientos senadores y caballeros aliados de Lucio. Pero a Lucio y a Fulvia no los tocó. No quería convertir a Marco Antonio en un enemigo mortal. Al menos no por el momento.

Sus ejércitos no querían combatir. Habían luchado juntos en las guerras de César y ya había sido suficientemente duro luchar contra ex-compañeros en la campaña de Mutina (Módena) en el 43 a.C. No teniendo más remedio, llegaron a un acuerdo, el Pacto de Brindisi: la Galia, Hispania e Iliria serían para Octaviano, Lépido, que era cada vez más irrelevante, se quedaría con África, y el Oriente sería para Marco Antonio. Italia, de donde provenían los mejores soldados, quedaría neutral y todos podrían reclutar en ella. Y para asegurar que habría buen rollito, aprovechando que Fulvia había muerto oportunamente, Marco Antonio se casó Octavia, la hermana de Octaviano (tampoco es que los romanos fueran muy imaginativos con los nombres).

Marco Antonio, entusiasmado por lo griego y enamorado de Cleopatra no se dio cuenta de que Octaviano se había quedado con la mejor parte. Lo de la neutralización de la Península italiana era una chorrada, cuando Octaviano tenía Roma a tiro de piedra y a Marco Antonio le separaba medio Mediterráneo. Las mejores tropas provenían de Occidente, o sea, de donde estaba Octaviano. Roma seguía siendo la capital y convenía estar cerca para controlar las corrientes de opinión. Y, para rematar, mientras que Octaviano no tenía amenazas exteriores serias, Marco Antonio tenía que lidiar con los partos.

 

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