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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

America en el mundo. Una Historia de la diplomacia norteamericana (2)

Emilio de Miguel Calabiael

(En verde, todo lo que perdió México como consecuencia de la guerra de 1846-48 con EEUU. La parte rosa, -Texas-, ya la había perdido en 1836)

De Jefferson, Zoellick da un salto a Monroe. En 1823 la Santa Alianza repuso a Fernando VII en su Trono. Existía el riesgo de que la Santa Alianza decidiera intervenir para reponer la autoridad de España sobre sus colonias norteamericanas que habían comenzado a emanciparse. En ese momento el Ministro de AAEE británico, George Canning, propuso a EEUU que ambas potencias emitiesen una declaración conjunta oponiéndose a cualquier intento por España o la Santa Alianza de restablecer el control de Madrid sobre las nacientes repúblicas americanas. Podemos imaginarnos cómo EEUU se relamió de gusto viendo cómo por primera vez y tan sólo nueve años después del final de la guerra de 1812, el imperio más poderoso del mundo buscaba su ayuda en un asunto de la máxima importancia hemisférica.

A EEUU y a Gran Bretaña les movía cualquier cosa menos el bienestar de las incipientes repúblicas hispanoamericanas. Para Gran Bretaña representaban mercados muy interesantes con los que podría desarrollar una relación neocolonial, ahora que España había salido de la foto. Para EEUU, que buscaba expulsar a las potencias europeas del continente, era una gran oportunidad. EEUU prefería unas repúblicas hispanoamericanas pequeñitas y divididas a un imperio americano español, por más débil que pudiera ser.

Al hilo de estos acontecimientos, Zoellick cuenta la orientación que James Monroe (presidente de 1817 a 1825) y John Quincy Adams (Secretario de Estado con Monroe y luego presidente de 1825 a 1825) dieron a la política exterior norteamericana y la influencia que tendría sobre la concepción estratégica del país.

Adams estimaba que unas repúblicas hispanoamericanas independientes permitirían crear una alianza de repúblicas que sirviera de contrapeso a la Santa Alianza. Pero una mera alianza no bastaba. EEUU debía defender que fuese una alianza basada en principios y que eliminase cualquier justificación del derecho de conquista por la fuerza. EEUU sería el abanderado de la libertad y la independencia de todos. La orientación moralista que Adams dio a la política exterior norteamericana continuaría hasta nuestros días.

En cuanto a Monroe, su mérito es que consiguió convertir en doctrina lo que hasta entonces había sido una práctica que EEUU había seguido en los asuntos hemisféricos. En su famoso discurso sobre el estado de la Unión del 2 de diciembre de 1823, Monroe proclamó los principios de unión y expansión. Este segundo comprendía el acceso de nuevos estados a la Unión y su expansión demográfica. A continuación afirmó que el continente americano no serían objeto de colonización por las potencias europeas. EEUU respetaría el derecho de los sudamericanos a decidir sus propios gobiernos y esperaba que la Santa Alianza hiciese lo mismo.

EEUU alimentaba,- siguió diciendo-, sentimientos favorables a la libertad y la felicidad de los pueblos al otro lado del Atlántico, pero se mantendría al margen de guerras en Europa y no interferiría en la vida doméstica de ninguna de sus naciones. Monroe presumió de la transparencia de la diplomacia norteamericana, que proclamaba en público lo que se proponía hacer, en comparación con las viejas potencias europeas.

Curiosamente Zoellick da un salto de Monroe y su doctrina de 1823 hasta Lincoln y la guerra de secesión (1861), eludiendo la parte de la Historia en la que EEUU violó sus principios irénicos.

México estaba mucho menos poblado que EEUU al no haber sido un polo de atracción para los inmigrantes europeos. Por ello pensó que era buena idea permitir que colonos estadounidenses se instalasen en Texas para ayudar a desarrollar el territorio. Pues bien, no fue una buena idea.

Los colonos traían unos principios y una cultura muy distintos que chocaron con los de los mexicanos. Además pronto les superaron en número. No pocos en el gobierno norteamericano sentían simpatía por los colonos y hasta en dos ocasiones EEUU propuso a México comprarle Texas. Las desavenencias entre México y los colonos condujeron a la guerra entre Texas y México (1835-1836), que terminó con la derrota y captura del presidente mexicano López de Santa Anna en la batalla de San Jacinto. Santa Anna se vio obligado a reconocer la independencia de Texas. Durante la guerra EEUU ofreció un apoyo informal a los texanos: hubo voluntarios norteamericanos luchando a favor de ellos y se les suministraron armas de manera informal.

EEUU apoyó de diversas maneras a la república texana independiente. En primer lugar, reconoció inmediatamente al nuevo Estado, otorgándole así una legitimidad internacional y alentando a que otros Estados también lo reconociesen. Al final el Reino Unido, Francia, Bélgica y los Países Bajos fueron los Estados que reconocieron a la república texana. EEUU y Texas tuvieron estrechos lazos comerciales (de hecho EEUU fue con diferencia el principal socio comercial de Texas y las inversiones de los empresarios norteamericanos en el país ayudaron a apuntalar su economía).

Desde muy pronto fueron muchas las voces en Texas que buscaron la anexión a EEUU. Washington se resistió por dos motivos: el temor a provocar un conflicto con México, que no había aceptado la independencia de Texas, y que su anexión rompería el delicado equilibrio entre Estados esclavistas y libres dentro de la Unión. En 1837 había 13 Estados esclavistas frente a 13 Estados libres.

La contención de Washington no duró ni una década. Las elecciones de 1844 las ganó James K. Polk frente a Henry Clay, que se oponía a la anexión. Esto lo interpretó el Congreso como una luz verde a la anexión. Polk pertenecía a esa categoría de políticos norteamericanos que hablaban del Destino manifiesto de EEUU de controlar todo el espacio americano entre la costa atlántica y la costa pacífica y que salivaban de gusto ante la palabra “expansión”. En el caso específico de Polk, que provenía de los Estados del sur, jugaba además el interés de incorporar un nuevo Estado esclavista a la Unión.

Como era de esperar la anexión de Texas indignó a México. Aunque México fue quien declaró la guerra, la realidad es que hubo una provocación por parte de EEUU, que mandó tropas al norte del río Grande, que consideraba la frontera con México. Esta última consideraba que la verdadera frontera estaba más al norte en el río Nueces. El 25 de abril de 1846 una patrulla norteamericana fue atacada en el territorio en disputa y proporcionó a EEUU la excusa que había estado buscando para ir a la guerra.

México no tuvo nunca una oportunidad contra EEUU. México era un país agrícola de 7 millones de habitantes, frente a los 20 millones de unos EEUU que estaban industrializándose. Al inicio de la guerra, México contaba con entre 20 y 25.000 soldados, frente a los 7.000 soldados de EEUU. La ventaja de EEUU era que podía movilizar hasta 70.000 voluntarios bien equipados, frente a las milicias y voluntarios mal equipados de México, que ascendían a unos 100.000 hombres. Pero los números no lo cuentan todo. Cualitativamente el Ejército mexicano era muy inferior al norteamericano. Estaba mal equipado y con una falta crónica de suministros. Había mucha corrupción. Los oficiales solían ser elegidos por sus lealtades políticas más que por sus méritos frente a una oficialidad profesional norteamericana. Las tropas estaban mal entrenadas y tenían pobre disciplina. Dependía en gran medida de las milicias regionales, que eran indisciplinadas y poco confiables.

La guerra concluyó en 1848 con el Tratado de Guadalupe-Hidalgo que consagró la mayor pérdida territorial que un Estado haya sufrido en una guerra. México perdió dos millones de km², la mitad de su territorio. EEUU salió reforzada en la creencia en su Destino manifiesto. Con esta guerra EEUU comenzó a ser vista en Latinoamérica y en Europa como una potencia expansionista y agresiva, que no respetaba a sus vecinos más débiles. En comparación con Europa donde existía un equilibrio entre las potencias, Norteamérica apareció como un continente donde el poder estaba notoriamente desequilibrado en favor de EEUU.

Pues bien, Zoellick escamotea todo este episodio tan aleccionador y nos conduce directamente a la guerra de Secesión, en la que la gran preocupación norteamericana fue que alguna potencia europea decidiese apoyar la independencia de los Estados confederados. Esto no ocurrió y una vez que la guerra hubo terminado, EEUU no volvería a afrontar amenazas a su unidad y a su hegemonía en el continente americano.

 

 

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