Cerca de la ciudad de Vilna, en la actual Lituania, se escondían los restos de una terrible matanza. Bajo los cimientos de un antiguo barracón soviético, una fosa común con 3.269 cadáveres era el único vestigio del orgulloso ejército con el que Napoleón Bonaparte emprendió la invasión de Rusia en el año 1812. Una «Grandee Armée» formada por 675.000 soldados franceses, polacos, italianos, españoles y bávaros conquistó Moscú, pero fue derrotada por el invierno, el hambre y la estrategia de tierra quemada practicada por las huestes de los zares. No fue hasta 2004 cuando los cuerpos de la fosa común fueron trasladados a un cementerio y enterrados con honores militares.
Más de 200 años después de que los fusiles callaran, los huesos de las víctimas de aquella dura guerra siguen contando historias. Una reciente investigación publicada en Physical Anthropology ha analizado la presencia de isótopos de carbono en los restos humanos, y ha sacado nuevas e interesantes conclusiones sobre la alimentación de los soldados de Napoleón. Entre otras cosas, se ha concluido que la dieta era muy diversa, que reflejaba el rango militar de las tropas y también su variopinta procedencia.
Napoleón se lanzó a la conquista de Rusia, liderada por el zar Alejandro I, en un intento de evitar la invasión de Polonia. Su potente ejército logró conquistar Moscú, pero se encontró con una ciudad quemada, abandonada y totalmente carente de provisiones. Por eso, 35 días después de entrar en la capital del enemigo, el emperador se vio obligado a ordenar una retirada general que enseguida se convirtió en una desbandada sin control. Junto al hostigamiento constante sostenido por las tropas del zar, el frío y la escasez de comida costaron la vida a miles de hombres.
Los supervivientes llegaron a Vilna, en Lituania, en diciembre de 1812. La ciudad contaba con abundantes provisiones de harina y carne, suficientes para alimentar a 100.000 hombres durante cuarenta días, según Nigel Nicolson (1985), pero la falta de organización y el agotamiento de los soldados llevaron al caos. Al menos 20.000 hombres murieron allí a causa de la hipotermia, el hambre y el tifus. Muchos de los cadáveres ardieron en piras, pero otros fueron enterrados rápidamente en grandes fosas comunes.
Una de las claves de esta derrota fue la comida. Las tropas de Napoleón se alimentaban a base de pan, carne, arroz y alcohol, según Fillipini (1965, p. 1159, tabla 2). Cada soldado solía llevar encima comida para cuatro días, y además contaba con el apoyo de batallones de retaguardia que, por ejemplo, tenían bueyes para suministrar carne fresca y reservas de harina para hacer pan.
Raciones de combate
¿Qué comía cada hombre? En 1759, un soldado napoleónico podía almorzar 300 mililitros de vino, 500 gramos de pan, 100 gramos de bacon o carne salada y 50 gramos de arroz. Si no había opción de cocinar, podía alimentarse como alternativa con 75 gramos de queso. Para la cena, le esperaba una cantidad similar de queso y 100 gramos de verduras. En ningún caso debía faltarle la sal (unos 12 gramos) y el aceite, (unos 4 gramos).
En todo caso, la historia demostró que la “Grande Armée” era muy difícil de alimentar. En más de una ocasión, y a lo largo de todas sus campañas, hubo tropas que estuvieron semanas sin recibir suministros. Por eso, se esperaba que los soldados suplementaran sus raciones con lo que pudieran encontrar por su propia cuenta. En ocasiones tenían que requisarlo, buscarlo en el campo, comprarlo a los mercaderes locales o de aquellos que seguían al contingente militar.
Pero esta estrategia alternativa falló en la campaña de Rusia. Varios factores, como la estrategia de tierra quemada usada por los rusos, los rigores del invierno y la inexperiencia de los regimientos no franceses del ejército, dificultaron el forrajeo. Y diezmaron a la “Grandee Armée”. De hecho, algunos investigadores han sugerido que desde un principio este contingente estuvo condenado a perecer de hambre, sencillamente porque era demasiado grande.
Algunos de los supervivientes de aquella retirada lograron llegar hasta Lituania, pero el hambre, el frío, las heridas y las enfermedades acabaron con la vida de muchos. En la fosa común de Siaures miestelis, en Vilna, en un emplazamiento de 10 por cuarenta metros y con forma de “L”, se enterró a más de 3.200 de ellos. Según los indicios hallados, parece que las víctimas fueron sepultadas de forma apresurada poco tiempo después de su muerte, cuando sus cuerpos estaban aún rígidos. Parece que no hubo tiempo para grandes ceremonias: los cadáveres se apilaron de tal forma que por término medio allí se acumularon siete cuerpos por metro cuadrado.
Los botones encontrados entre los restos atestiguan la presencia de los integrantes de al menos 40 regimientos de infantería y caballería de distintas nacionalidades. Junto a ellos, se han encontrado también mujeres que se creen que viajaban con el tren de suministros (las llamadas cantinières y vivandières) o que bien eran las esposas de los oficiales del ejército. Allí había 29 mujeres, 1.883 hombres y 1.317 individuos de sexo indeterminado. Todos ellos tenían edades que van de los 20 a los 30 años. Aparte de esto, los análisis de ADN mostraron la presencia del mal del pie de trinchera y del tifus, que según algunos estudios mató al 30 por ciento de las tropas de la Grande Armée en Rusia.
Una investigación dirigida por Sammantha Holder, de la Universidad de Georgia (Estados Unidos), ha tratado de ir aún más allá, y de sacar más información sobre los hechos que ocurrieron hace más de 200 años. Ha analizado la presencia de distintos isótopos de carbono (átomos de carbono que se diferencian en el número de neutrones que tienen) en los esqueletos, porque desde hace ya muchos años este análisis se usa para tratar de reconstruir la dieta de los fallecidos. Por desgracia, las excavaciones sin control hechas en 2001 solo le han permitido a Holder analizar los restos de 78 personas.
La dieta, archivada en los huesos
Lo que las personas comen queda archivado en sus huesos. Por ejemplo, se puede saber de qué tipo de plantas se alimenta un individuo y si come o no mucha carne. Esto ocurre porque hay un tipo de plantas, llamadas C4, y entre las que están el maíz, el sorgo y el mijo, que se caracterizan porque hacen un tipo de fotosíntesis en la que acumulan una proporción concreta de isótopos de carbono 13 y de carbono 12. Junto a estas existe otro tipo de plantas, las C3, que hacen una fotosíntesis distinta y acumulan una proporción diferente de estos isótopos. Entre ellas se encuentran la cebada, el trigo y las patatas, por ejemplo.
¿Qué se encontró al analizar los huesos de la fosa de Vilna? Tres personas mostraron haber consumido altos niveles de plantas C4, lo que sugiere que eran originarios de Polonia o Italia. Sin embargo, la gran mayoría de ellos, hasta llegar a los 75, mostraron tener altos niveles de carbono 13, lo que indica que comieron muchas plantas C3 y que probablemente procedían de países más septentrionales de Europa.
Dentro de estos se han encontrado dos grupos, en función de la abundancia de los isótopos de nitrógeno de sus huesos, que indican cuántas proteínas consumió una persona en su vida. Un grupo comía bajas cantidades y otro mayores proporciones. Los investigadores han sugerido que los primeros formaban parte de las tropas de bajo rango y que por eso accedían a menores cantidades de carne, más en medio de la escasez provocada por la difícil campaña de Rusia. Entre los afortunados, los autores sugirieron que probablemente había oficiales, miembros de la Guardia Imperial y soldados de caballería. Por último, las tres mujeres analizadas en este estudio cayeron dentro del grupo de los más consumidores de carne.
Con el objetivo de establecer un marco de referencia, Holder comparó sus resultados con los obtenidos por otros investigadores al analizar los huesos de un cementerio británico. Estos fueron enterrados entre 1753 y 1826 en el cementerio de Haslar, Reino Unido, y pertenecieron a soldados de la Royal Navy. Después de compararlos experimentalmente, Holder concluyó que la dieta de los soldados británicos era menos diversa que la francesa.
Esta variedad depende, según Holder, de varios aspectos. En primer lugar de la procedencia tan diversa de los soldados franceses, originados por toda Europa. En segundo lugar, del hecho de que los soldados lucharan en largas campañas por todo el continente, extrayendo comida muy diversa de todo el territorio. Y, por último, Holder cree que las diferencias se deben a las distintas dietas de soldados rasos y oficiales: las tropas de mayor rango accedían a mayores cantidades de carne (Rothenberg, 1981).
La historia siempre es incompleta y subjetiva. Pero en ocasiones la antropología física puede revelar detalles muy interesantes sobre cómo vivieron y murieron los hombres a lo largo de los siglos.
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