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El año que fuimos campeones

El año que fuimos campeones
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Hace pocos días hablaba con un amigo. Le contaba una historia reciente sobre mi equipo infantil de Fútbol Sala de la Escuela Deportiva Franciscanas del Colegio Nuestra Señora del Sagrado Corazón. Este iba a iniciar su segundo año en esa categoría. Un buen momento para poder lograr una gran temporada, ya que contábamos con un gran equipo; los chicos se conocían perfectamente, ya que jugaban juntos desde categoría prebenjamín.

Sin embargo, teníamos un problema: uno de nuestros jugadores era un año mayor que el resto y esta circunstancia no le permitía jugar con sus compañeros de clase en el equipo infantil… ya que su categoría personal era la de cadete.

Su participación era muy importante para todos, para él y para el equipo. Y no por los resultados, sino porque los chavales habían hecho “piña” y logrado avances importantes en ámbitos extradeportivos.

Uno de los avances destacados era cómo, desde que el chaval -ahora cadete- comenzó a formar parte del equipo, su comportamiento (dentro y fuera del centro escolar), y sus calificaciones, mejoraron notablemente.

El grupo le ayudó mucho en su integración y todos los miembros de esa pequeña familia se implicaron para que se sintiera bien y consiguiera una gran mejora en todas sus dimensiones personales.

El resultado fue excelente, además de las ya citadas mejoras, consiguió aprobar todo el curso, siendo todo un ejemplo de trabajo y constancia; y manteniendo un comportamiento y una actitud intachable.

Lo mismo podíamos decir del conjunto del equipo, que, ya en el primer año de la categoría infantil, dio todo un recital de juego limpio y “elegancia” en cada una de las jornadas.

Todos los que formábamos esta familia nos sentíamos orgullosos de la entrega de los jugadores en cada partido y del exquisito saber estar de todos los familiares que acompañaban fielmente al equipo.

En todas y cada una de las jornadas, pudimos recibir las felicitaciones de los equipos contrarios y las de los árbitros. Realmente era una suerte ser parte de un grupo tan deportivo y con tantos valores positivos. Mucho más, en los tiempos que corren. 

Ante la situación de que el chaval antes citado había pasado a categoría de cadete, debíamos hacer algo con ese alumno, no le podíamos ni queríamos dejar solo. Desde el equipo técnico hicimos una propuesta a los alumnos y a las familias. Tenían dos posibilidades: una jugar sin su compañero y competir toda la temporada con normalidad; o bien, permitir que el chico jugase con la penalización de no poder puntuar en ningún encuentro.

La respuesta fue contundente, los alumnos querían que su compañero jugase y fuera parte del equipo.

Como entrenador-formador, la respuesta me generó una emoción inmensa, porque confirmaba que todos los valores que les habíamos trasmitido desde la Escuela Deportiva Franciscanas y desde el colegio Nuestra Señora del Sagrado Corazón habían calado – y de qué manera- en el grupo.

El equipo estaba de acuerdo con la situación. Faltaba ahora hablar con las familias, que también eran parte muy importante en este grupo. Su repuesta fue la misma: querían que sus hijos jugasen los partidos con el chaval en el equipo, aunque los tuvieran perdidos, porque ya habían ganado lo más importante: la formación de las personas en valores y desde una humildad increíble.

Ese septiembre, sin empezar la temporada y casi nueve meses antes de terminar la misma, ya éramos CAMPEONES.

En todos mis años como entrenador, nunca me había sentido tan orgulloso.

Además, la temporada fue muy intensa: pensaba que, al tener todos los partidos perdidos (administrativamente hablando), los chavales perderían parte de la competitividad que hay que tener en el deporte, pero no fue así. En cada jornada daban lo mejor de sí mismos y salían al terreno de juego con ganas de poner en marcha todo lo aprendido en los entrenamientos. Siempre con mucha ilusión, mucha entrega y toda la deportividad. Acompañados por unas familias fantásticas que siempre estaban apoyando y dando lecciones de comportamiento en las gradas. 

Esa temporada fue apasionante en todos los aspectos, en el deportivo y en el educativo. Un grupo de chicos de 2º de la ESO había dado la mejor de las lecciones. Un ejemplo para esta sociedad, donde prima el individualismo y el destacar por cualquier medio, sin importar demasiado quienes tenemos al lado. 

Todo lo relatado no hubiera sido posible sin el gran equipo de deportes de Escuelas Católicas de Madrid, el cual, desde el principio nos dio todas las facilidades para poder inscribir a nuestro alumno en la categoría infantil. 

Al concluir la temporada, en el torneo de cierre del año que organizaba nuestra Escuela Deportiva, todas las familias tuvieron un inmenso detalle con los jugadores: les regalaron una copa de campeones a la deportividad. 

Nuestro chaval protagonista consiguió aprobar todas las materias y una importante mejoría de su comportamiento. Es más, al acabar el año, fue felicitado por todo el claustro de profesores por sus progresos académicos y personales.

El mismo reconocimiento se llevaron todos y cada uno de los miembros del equipo, incluidas las familias. Todos nos sentíamos muy orgullosos de quienes habían sido un verdadero ejemplo a seguir. 

Siempre seréis unos CAMPEONES.

David Carrasco Martín

Coordinador de la Escuela Deportiva Franciscanas

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