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Blogs Tras un biombo chino por Pablo M. Díez

Lhasa, última estación del “tren del cielo”

Pablo M. Díez el

Hace dos años, ABC fue el único periódico español que viajó en el histórico trayecto inaugural de la línea ferroviaria entre Pekín y Lhasa, un recorrido de 4.062 kilómetros y 48 horas de duración que atraviesa media China y tiene como destino final el techo del mundo. Con motivo de la revuelta tibetana, reproducimos aquí el reportaje publicado el 9 de julio de 2006

Desde la Gran Muralla hasta la presa de las Tres Gargantas, la historia de China está plagada de proyectos faraónicos. El último de ellos es la línea de ferrocarril que llega hasta el Tíbet, la más elevada y una de las más complejas del mundo al discurrir durante 960 kilómetros por encima de los 4.000 metros de altura. Para culminar este prodigio de ingeniería, que ha costado 3.300 millones de euros, 30.000 operarios empezaron en 2001 a trabajar a temperaturas bajo cero y soportando vientos huracanados, por lo que 40 de ellos han muerto en las obras. ABC realizó el sábado 1 de julio de 2006 el histórico primer viaje de este tren desde Pekín hasta Lhasa, la capital del Tíbet. Un impresionante periplo de 4.062 kilómetros que, durante 48 horas, atraviesa media China en dirección al techo del mundo.

Sábado, 21.30 horas. Estación del Oeste de Pekín
En medio de una nube de periodistas y cámaras de televisión, el expreso T-27 Pekín-Lhasa parte puntualmente en el viaje inaugural de esta línea, una de las viejas aspiraciones del régimen comunista. No en vano, el proyecto fue ideado en 1956, seis años después de que el Ejército chino invadiera (liberara, según la propaganda oficial) el Tíbet. Al ser ésta una de las zonas más sensibles del país por sus ansias independentistas, el Gobierno prohíbe a los periodistas extranjeros visitarla y exige a los turistas un permiso especial que tramitan las agencias de viajes. Sin embargo, los controles no son tan estrictos en el primer convoy y este corresponsal consigue acceder al tren mostrando sólo su billete. Empieza la aventura.

Domingo, 0.00 horas. Shijiazhuang (Hebei)
Con la mayoría de las plazas reservadas para funcionarios del Gobierno, cuadros del Partido Comunista y reporteros de las grandes agencias y televisiones internacionales, no quedaban billetes para las literas de los coches-cama, sino sólo para los vagones con asientos. A las dos horas y media de viaje, el incómodo sillón ya parece un potro de tortura, pero permite conversar con otros pasajeros. Nadie pensaba que se llegaría al Tíbet en tren, pero China lo ha logrado. En 20 años superaremos a Estados Unidos, asegura, orgulloso, Zhou Ke Qun, un tratante de pescado de 40 años con el que compartimos varias botellas de cerveza mientras engulle ruidosamente sus noodles precocinados, que no nos abandonarán en todo el trayecto.

Domingo, 9.00 horas. Xi´an (Shaanxi)
El tren para en la antigua ciudad imperial de Xi´an, famosa por sus guerreros de terracota. Aquí se baja Shi Qi, un surrealista estudiante de Química Molecular de la prestigiosa Universidad de Pekín que lleva su nombre escrito en un papel sobre el pecho. Pertenezco a la Asociación de Amigos del Ferrocarril y estoy haciendo una carrera de relevos, por lo que debo apearme en esta estación y darle mi billete a otro compañero para que continúe el viaje, explica saliendo a toda prisa del vagón. Tras la parada, el convoy se adentra en la China gris, donde la contaminación de las minas de carbón, las centrales térmicas y las fábricas impide que se vea el sol en el cielo. Uno tras otro, atrás van quedando destartalados pueblos por donde el milagro económico del gigante asiático parece haber pasado de largo tan rápido como el expreso a Lhasa, que circula a 120 kilómetros por hora.

Domingo, 15.00 horas. Lanzhou (Gansu)
De la China gris a la China marrón, la desértica provincia de Gansu por donde discurría la Ruta de la Seda. Poco queda ya de su esplendor en esta zona, una de las más pobres del dragón rojo y donde muchos de sus habitantes siguen viviendo en las cuevas horadadas en las montañas que flanquean la línea ferroviaria. Ignorando a los granjeros que saludan al paso del convoy, dos jóvenes piden a los pasajeros que estampen su firma en una camiseta blanca para inmortalizar tan trascendental evento. Con el fin de recordar este primer viaje, a bordo del tren también se venden sobres conmemorativos y libros explicativos del proyecto por 80 euros. Todo es negocio en la nueva China comunista.

Lunes, 6.00 horas. Golmud (Qinghai)
En la antesala de la altiplanicie del Qinghai-Tíbet, donde comienza el tramo de nueva construcción, los pasajeros se despiertan tras haber pasado la noche recostados a duras penas en sus asientos o tendidos en el suelo. Nada más dejar Golmud al amanecer, el panorama cambia por completo y, por primera vez en el trayecto, el sol luce radiante en un cielo de color azul intenso y plagado de unas nubes tan bajas que casi se pueden tocar con la mano. Los pasajeros miran boquiabiertos por las ventanillas del vagón mientras el tren asciende a 4.159 metros de altura en Yuzhufeng. La vista es, sencillamente, espectacular: una vasta meseta árida, más parecida a un paisaje lunar, se abre a ambos lados de la vía mientras, en la lejanía, una cordillera de montañas nevadas cierra el horizonte. Con su pico máximo situado a 4.772 metros de altura sobre el nivel del mar, destacan los montes Kunlun, que el convoy atraviesa gracias al túnel más largo del mundo construido sobre suelo congelado. Y es que 550 kilómetros de este recorrido se erigen sobre una espesa capa de hielo oculta bajo la superficie, por lo que el tren circula buena parte del trayecto sobre grandes pilares elevados por encima del terreno. Además, la vía está dotada de un sistema térmico especial contra las heladas.

Lunes, 13.00 horas. Paso de Tanggula (Tíbet)
A 5.072 metros de altura, la cima de Tanggula no es sólo la frontera entre la provincia de Qinghai y el Tíbet, sino también el punto ferroviario más elevado del planeta. Por ello, el cercano apeadero enclavado a 5.068 metros ha arrebatado al puerto andino de Huancayo, en Perú, el título de estación más alta de la Tierra. Aquí se hace especialmente patente el mal de altura y los pasajeros, muchos de los cuales están vomitando al sufrir fuertes dolores de cabeza, recurren a las mascarillas de oxígeno situadas bajo los asientos para poder respirar. Una vez rebasado este pico, el tren penetra en el Tíbet, en cuya meseta pastan los antílopes autóctonos de la zona, sobre todo en la reserva de Cococili, y las manadas de yaks visibles durante todo el trayecto hasta Lhasa. Para proteger ambas especies, los grupos ecologistas ya han alertado del fuerte impacto medioambiental que tendrá el ferrocarril, pero el Gobierno se defiende esgrimiendo los casi 200 millones de euros invertidos en la conservación del entorno y en la construcción bajo las vías de 33 pasos para los animales.

Lunes, 17.00 horas. Nagqu (Tíbet)
La última estación antes de llegar a Lhasa es Nagqu, la ciudad más elevada del Tíbet, a 4.513 metros sobre el nivel del mar. Aquí se hacen especialmente patentes las patrullas de soldados que, a cada kilómetro, vienen custodiando la vía desde Golmud. No en vano, la seguridad es una auténtica obsesión para el régimen comunista porque el tren ha encontrado fuertes detractores entre los defensores de la independencia de esta región. Mientras los partidarios del exiliado Dalai Lama denuncian que el ferrocarril fomentará la colonización de la mayoritaria etnia Han y extinguirá la cultura y la espiritualidad autóctonas, el Gobierno responde vaticinando que el turismo y el comercio mejorarán la depauperada economía local, que ha venido creciendo un 12 por ciento anual por las inversiones estatales pese a que el 80 por ciento de los 2,7 millones de tibetanos sigue subsistiendo a duras penas de la agricultura y la ganadería. No en vano, Pekín confía en que los 2,5 millones de visitantes que recibe actualmente esta región se cuadrupliquen hasta los 10 millones dentro de cuatro años. De ellos, el 80 por ciento serán chinos, que se unen así a los 50.000 emigrantes Han que llegan cada año en busca de trabajo a Lhasa, una ciudad de 250.000 habitantes. No me gustan los Han porque mi pueblo ha sufrido mucho bajo la dominación china, critica Luo De Pingcuo, un estudiante tibetano de 17 años que regresa a casa tras terminar el curso en Pekín.

Lunes, 20.58 horas. Estación de Lhasa (Tíbet)
Después de detenerse casi un cuarto de hora en las afueras de Lhasa para cumplir el horario previsto, el primer tren procedente de Pekín entra triunfante en la estación de la capital del Tíbet. Una comitiva oficial y azafatas ataviadas con trajes tradicionales dan la bienvenida a la ciudad sagrada del budismo. ¿Colonización o progreso? Posiblemente, ambas cosas.

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