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El fiasco de la nao Santiago, supuesto pecio de Magallanes en la Patagonia

El fiasco de la nao Santiago, supuesto pecio de Magallanes en la Patagonia
Jesús García Calero el

Una investigación voluntarista trató de implicar al CSIC en la dudosa identificación del restos de procedencia poco clara. Hace falta más que un trozo de madera antigua, un carbono 14 y publicidad para que una patraña se imponga sobre verdades científicas

Es falso que hayan aparecido en la Patagonia argentina restos de la nao Santiago, la más pequeña de las naves de la expedición de Magallanes y Elcano. No hay base para tal afirmación, según los expertos consultados. Sin embargo hay noticias que de modo insistente se han publicado desde 2012 (curiosamente casi todas en Sevilla) y que tratan de afirmar que científicos del CSIC identificaron la nave tras aplicar el análisis del carbono 14 a los restos de una madera hallada por Daniel Guillén, un buzo buscador de tesoros, en algún lugar de la costa de la Patagonia argentina. Pero el Blog de ABC ESPEJO DE NAVEGANTES ha podido constatar que ni el CSIC estuvo envuelto ni sus científicos avalan la teoría.

que incluye el Estrecho de Magallanes, San Julián y la baía de Santiago, marcando el lugar del naufragio en 1520 // Herzog August Bibliothek Wolfenbüttel: Cod. Guelf. 104a Aug. 2° (fragmento)

 

Al contrario, unánimemente han echado por tierra -apoyados por los más reputados arqueólogos argentinos– esta hipótesis. El fiasco que demostramos aquí nos señala el cuidado que España debe poner ahora al diseñar la conmemoración del V Centenario de la primera vuelta al mundo, cuando por fin se ha creado la Comisión que ha de organizarla, como informábamos ayer. Mucha gente en todo el mundo quiere hacerse visible coincidiendo con la efemérides y no se puede dar pábulo a teorías absurdas o indemostradas. Primero hay que alertar del intento de eliminar a Juan Sebastián Elcano de la ecuación y recordar solamente al navegante portugués Fernando de Magallanes cuya muerte en Mactán, Filipinas, habría hecho imposible la gesta sin la destreza y decisión de Elcano. Y, después, hay que exigir seriedad y rigor científico a los proyectos.

El naufragio de la nao Santiago se produce en 1520 durante los meses en que la expedición recala en San Julián y se funda la Ciudad. Allí se producirán las intrigas que acaban con la muerte de dos de los amotinados, tal y como relata Pigafetta. Enviada la nave más pequeña a costear, para conocer el entorno, naufraga en medio de una tormenta al colisionar contra la costa, en un área cercana a la desembocadura del río Santa Cruz. Pigafetta habla de unas 24 leguas (100 millas) de la Bahía de San Julián. Aunque los estudios arqueológicos de la zona dirigidos por Dolores Elkin se precisa que esa distancia pudo ser la que recorrieron andando para tratar de salvar la carga el máximo de víveres y aparejos de la nao siniestrada.

La historia empieza en 1985…

«Fue el 10 de enero de 1985 a las 20:06 horas a una profundidad de 4 metros», relata el buzo. «Me encontraba con una playa repleta de escollos y fuertes olas. Allí donde la deducción dio, allí apareció un hermoso madero». Llama la atención la profusión de datos que Daniel Guillén ofrece sobre aquella epifanía suya del supuesto hallazgo, en la primera inmersión y el primer día de búsqueda. ¡Bingo! Llevaba, según cuenta, ocho meses estudiando fuentes históricas (no es un exceso)…

Pero llama mucho más la atención que los datos acaben ahí. Fíjense en la claridad con la que el vídeo de Guillén muestra el momento del hallazgo. No se aprecia en absoluto ni el lugar ni el contexto, de hecho hay que imaginar bastante para ver, finalmente, las vetas del madero. Si ustedes quieren ocultar algo alguna vez o generar una confusión de la que se pueda inferir una hipótesis arriesgada -como suelen hacer los cazatesoros- filmen con este “estilo”.

 

Por eso llama la atención que los datos acaben ahí. No sabemos más: no hay lugar exacto, ni contexto que rodee el hallazgo, ni se sabe qué le llevó allí o qué ocurrió después. Nada publicado, salvo la sencilla web del buzo que se parece a las de los cazatesoros.

Imagen de la donación del madero por Daniel Guillén al intendente de San Julián en 2011

Muchos años más tarde, en 2011, Guillén donó al municipio de San Julián el madero y el intendente de esa ciudad, fundada por Magallanes en 1520, Nelson Daniel Gleadell, lo aceptó de mil amores. Pero un trozo de madera y un aventurero eran insuficientes y, como la ciencia exige rigor y pruebas fehacientes, se buscó cerrar la operación. La cercanía del V Centenario era una buena oportunidad.

José María Núñez de la Fuente presentando su libro “Diario de Magallanes. El hombre que lo vio y anduvo todo”  en el consulado portugués de Sevilla

José María Núñez de la Fuente, historiador sevillano, viajaba con escolares a San Julián dentro del programa “tras la huella de Magallanes” y como presidente de la Fundación Museo Atarazanas. El citado intendente (el alcalde) de esa localidad de la Patagonia, Nelson Daniel Gleadell, le pidió que le ayudase a lograr un procedimiento científico para el que no tenía medios. Núñez de la Fuente, vinculado hoy a la red de ciudades magallánicas y que ha protagonizado algunas polémicas por su sueldo en esa entidad, se ofreció a llevar un trozo de aquel madero al Centro Nacional de Aceleradores, un instituto de análisis sevillano que ha trabajado en ocasiones puntuales para el CSIC, que finalmente realizó el carbono 14 a la muestra de madera en 2012.

Análisis del carbono 14 realizado por el Centro Nacional de Aceleradores de Sevilla a la muestra de madera procedente de San Julián

 

Los resultados fueron compatibles con una madera de principios del siglo XVI, pero decir que son la Santiago es demasiado decir, según los expertos del CSIC y de Argentina consultados. «Aunque faltó el procedimiento científico en el hallazgo de la madera -reconoce Núñez de la Fuente-, no hay contabilizadas más navegaciones en esos años por la zona. Por tanto, asumiendo el riesgo de que hubiera naves no registradas, hay muchas probabilidades de que fuera la nao Santiago. Allí se verificaba que se trata de un tronco de roble del hemisferio norte cortado a finales del siglo XV, con un periodo de 30 o 40 años de margen de error», sostiene el historiador sevillano en conversación con ABC. Asegura que los originales están en la Fundación Museo Atarazanas, de la que él ya ha salido, pero copias escaneadas fueron enviadas al intendente de San Julían. “Yo mismo se las envié”. También comenta que investigó por su cuenta: “No era suficiente el análisis e hice recuento de los naufragios en esa época en la zona. En el periodo 1480-1540 no se hicieron navegaciones además de la de Magallanes y al menos no consta en el Archivo de Indias“, cuenta a este blog.

 

Sobre las circunstancias históricas de que el naufragio ocurriese cerca de la desembocadura de un río, considera Núñez de la Fuente que pueden permitir la superviviencia de la madera enterrada en el sedimento. Ante nuestras preguntas, matiza: “Hay dos vías de abordar esto: la asepsia total de mantener todo lejos de la certeza absolutamente o reconocer el alto porcentaje de que sea pero no una total seguridad”. Por eso la muestra de madera “se llevó a un centro de muy alto nivel. Hay que confiar en los científicos”, remacha.

Sin duda se siente vinculado al viaje de Magallanes y quizá fue un cierto entusiasmo suyo con el tema lo que llevó a varios medios, en Sevilla, a publicar que «científicos del CSIC en el Centro Nacional de Aceleradores han confirmado» el hallazgo de la nao Santiago. Sin embargo, arqueólogos y científicos de España -esta vez sí del CSIC- y de América, unen sus voces para denunciar la imposibilidad científica de estas afirmaciones, una patraña que a sus ojos no puede pasar por ciencia.

Lo que sí dicen en el CSIC

Desde el CSIC, Ana Crespo Solana dirige el impresionante proyecto europeo ForSeaDiscovery, que analiza madera de pecios de la Edad Moderna en medio mundo, y se muestra contundente: «El carbono 14 no sirve para datar maderas de esta época por su alto margen de error que va de 50 a 200 años, dependiendo de la técnica», afirma.

Hay muchos riesgos, según nos relata esta especialista, en abordar desde esa base el análisis de las maderas. «En esos siglos se experimentaba con madera cortada mucho antes y a veces se tardaba décadas en usarla para construir naves», añade. Por ejemplo, recuerda que en el XVIII Jorge Juan todavía hacía pruebas de maleabilidad.

A la conversación, que tiene lugar en el despacho del CSIC de Ana Crespo, se suma Marta Domínguez Delmás, una de las mayores especialistas en dendrocronología de ForSeaDiscovery. Ella nos explica qué se necesita para analizar estos materiales con rigor: «Lo primero es conocer de qué especie hablamos, roble conífera… Y después tener, al menos, cien anillos de cada muestra para comparar con las bases de datos y saber el bosque del que procede e, incluso, el año en que fue talada».  Si no es así se hace lo que ellas definen como datación “post quem”, que afirma con rigor a partir de qué año detectado con seguridad se taló.

Pero no vale un solo trozo de madera. «Hay que tener muestras de varios lugares del barco para estar seguros de que no se trata de madera de una reparación posterior o parte de la carga», remacha Ana Crespo. Porque hay otro problema específico de las maderas empleadas en barcos. “Se trata de árboles que pueden haber vivido 250 años y si la muestra que se analiza es de la zona central sumamos 250 años al margen de error de hasta 200 años. Es un disparate“. Es un error tan grande que puede confundir “una nave del siglo XVI con una fragata de guerra construida por Romero Landa a finales del siglo XVIII”.

Ambas concluyen que «es absurdo pensar que el análisis de la madera certifica el nombre de la nave. Y menos con carbono 14», que no analiza ni la especie del árbol. ¿Y lo del hemisferio norte? Es el nombre de la curva de referencia de declinación del carbono, no una conclusión del análisis sobre la procedencia.

Sobre los análisis realizados en Sevilla a la muestra traída por Núñez de la Fuente, Ana Crespo afirma que “el nombre del CSIC ha sido aquí utilizado de forma arbitraria y sin ningún fundamento. Aquí desconocíamos la existencia de tales muestras de maderas y del informe del C14 hasta que no nos hemos enterado recientemente” por la información de los arqueólogos argentinos que escribieron al CSIC pidiendo explicaciones.

“Desembarco en Sanlúcar de Barrameda”, cuadro de Elías Salaverría Inchaurrandieta en el Museo Naval de Madrid. Los 17 marinos supervivientes llegan con Juan Sebastián Elcano a España después de tres años de navegación y habiendo demostrado la redondez del mundo

 

Son los especialistas argentinos que llevan varios años tratando de que la ciencia triunfe sobre una operación que tiene muy poco rigor y mucho sentido de la oportunidad. A la arqueóloga Dolores Elkin, investigadora de CONICET y directora del programa de arqueología subacuática del Ministerio de Cultura, se le suma Juan Croce, colaborador del área de investigación histórica del programa del Instituto Nacional de Antropología y Pensamiento Latinoamericano. Ellos habían pedido explicaciones al CSIC infructuosamente hasta hace poco. En los últimos años escribieron cartas al presidente de la principal institución científica española y también al presidente de la Fundación Museo Atarazanas de Sevilla cuyo antecesor  había sido quien trajo la muestra a España. Y hay más.

En esa carta indican, además de todo lo relatado aquí, que en las redes sociales, personas del entorno de Daniel Guillén, como Freddie Fornaso, “uno de los argentinos involucrados en el supuesto hallazgo de la nao Santiago, publicó en la página Buzos Arqueológicos por el Patrimonio, una foto de su mano con un trozo de madera, señalando que proviene de la nao Santiago y haciendo referencia a los eventos sucedidos años atrás”. El tema estaba reactivándose ante la llegada del centenario de la circunnavegación. En estas publicaciones se citaba una vez más al CSIC, repitiendo la falsedad hasta arraigarla en todos los lugares. Dicho queda en ESPEJO DE NAVEGANTES para que quede claro que nada hay de realidad en toda esa hipótesis, debido a la falta de rigor científico.

Dolores Elkin y Juan Croce celebran hoy conocer que nada tuvo que ver la institución española con la hipótesis del buzo Daniel Guillén. «No se sabe de dónde provino la muestra de madera ni cómo se obtuvo”. Para esta prestigiosa arqueóloga argentina, miembro destacado del Consejo Consultivo Científico y Técnico de la Unesco “persisten todos los problemas de los que ya hemos hablado: no se sabe de dónde provino la muestra de madera ni cómo se obtuvo y el método de datación radiocarbónica no es apropiado para fechar (y menos aun identificar) pecios de épocas relativamente recientes. A ello debe sumarse que las maderas provenientes de ambientes marinos tienen sus particularidades (creo que por el modo en el que la radiación afecta al mar versus la atmósfera) y es por eso que hay curvas de calibración para el hemisferio norte, para el hemisferio sur y para ambientes marinos. Aquí no parece haberse utilizado este ultimo tipo de curva de calibración pero desconozco qué resultados hubiera arrojado el estudio”. En una interesante y definitiva conclusión científica, se arriesga a decirnos: “A la vista de esta datación radiocarbónica, ¿podría la muestra analizada haber provenido de la nao Santiago? La respuesta es SÍ. Esta datación radiocarbónica, ¿prueba que la muestra analizada proviene de la nao Santiago? La respuesta es NO”.

Localización de San Julián, la ciudad fundada por Magallanes en 1520

En España, otro arqueólogo, Xavier Nieto, director del  máster Arqueología Náutica y Subacuática del CEIMAR en la Universidad de Cádiz y vicepresidente del Consejo consultivo de la UNESCO, afirma que el caso de esta madera no es arqueología, sino un intento de lograr atención mediática, de hacer espectáculo. “Hacer arqueología es hacer investigación a partir de unos restos materiales y esto requiere metodología científica, especialistas y conocimientos previos sólidos”. Añade que “los cazatesoros, más o menos profesionales lo tienen mucho más fácil, pueden decir lo que quieran. Unos tienen una ética y otros otra”. Para concluir, Nieto recuerda que “en este caso asistimos también a un beneficio del mandato de colaboración que establece la Convención 2001”, puesto que Argentina y España son naciones firmantes y comprometidas con la protección del patrimonio cultural subacuático y bajo la protección de la Convención se han producido los contactos que llevaron a resolver el problema.

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