Oti Marchante el 21 mar, 2006 La última vez que recibió en persona el aplauso de una sala de cine, estaba yo en ella. Louis Malle presentó en Cannes su ‘Tio Vania’, la última de sus pelÃculas y uno de los experimentos más felices por rodear el teatro de cine sin que dejen de sonar y oler sus tablas. Allà se le aplaudió como si fuera el final de su vida y su obra; y lo fue. El tiempo cambiará de sitio una y otra vez a Louis Malle, lo sacará y lo meterá varias veces de ese lugar común en el que chapotean los cineastas que atraen o provocan el escándalo. Nadie como Louis Malle para entrar en esos terrenos de ‘lo molesto’ y sortear en ellos consecuencias manidas y facilonas como ‘lo previsto’ o ‘lo cómodo’. Pero es que ese cineasta abrupto y con un fondo poético (los limones que se refrota Susan Sarandon en ‘Atlantic City’) habÃa aprendido cine como ayudante de Robert Bresson, un hombre tan austero y explÃcito como un capón. Todo Malle tiene remedio si se mira atenta y completamente. Acaban de sacar ‘Le souffle au coeur’ y ‘Lacombe Lucien’ muy bien empaquetadas, y uno se las echa ahora al coleto con la frescura de lo recién hecho. No tengo tan reciente todo el cine de Louis Malle, pero arriesgo una opinión: salvo excepciones, algo asà ha de pasar con toda su filmografÃa, desde ‘Ascensor para el cadalso’, ‘Los amantes’, ‘La pequeña’ (he de ver, pues la tengo en casa, ‘El unicornio’), ‘Aurevoir les enfants’, ‘Herida’… En fin. Tal vez, en el fondo, Louis Malle sea el verso libre de una ‘nouvelle vague’ demasiado interesada en pisar el área. Otros temas Comentarios Oti Marchante el 21 mar, 2006