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Blogs Tras un biombo chino por Pablo M. Díez

Yogyakarta, la perla cultural de Java

Pablo M. Díezel

Como destino turístico, Indonesia es conocida sobre todo por sus paradisíacas playas de Bali, pero también cuenta con un valioso patrimonio cultural que se concentra en Yogyakarta, la segunda ciudad más importante de la isla de Java tras la capital del país, Yakarta. En torno a esta urbe, donde viven más de 500.000 de los tres millones de habitantes censados en la provincia central del mismo nombre, el visitante puede disfrutar no sólo de la belleza natural de su litoral, sino también de dos de los más valiosos monumentos de Indonesia.

Uno de ellos es el templo budista de Borobudur, que se erige en Magelang, a unos 40 kilómetros al noroeste de Yogyakarta, antigua capital real durante la época colonial y actual sede del único sultanato que aún queda en el archipiélago de las 18.000 islas. Declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1991, este impresionante recinto consta de una base piramidal con cinco terrazas concéntricas que ascienden hasta un vértice truncado. Por eso, la cima está ocupada por una colosal estupa rodeada, a su vez, por otras 72 pequeñas capillas con una figura de Buda en su interior. Dos de dichas estupas fueron abiertas en una de las remodelaciones del templo, que data del siglo IX y pertenece a la dinastía Syailedra.

Aparte de por su belleza, este monumento resalta por su complejidad arquitectónica, puesto que está constituido por 2,5 millones de bloques de piedra que proceden de las rocas formadas al solidificarse la lava del cercano volcán Merapi. Levantado sobre un pequeño montículo que permanece bajo su estructura, en Borobudur no se empleó arena ni cemento para unir dichos bloques de piedra, ensamblados a presión mediante un revolucionario sistema de enganches como si fuera un gigantesco mecano.

A principios del siglo XI, la isla de Java sufrió un gran terremoto y la erupción del volcán Merapi, por lo que el templo quedó semidestruido y enterrado bajo una jungla impenetrable. De hecho, no fue descubierto hasta 1840, cuando el entonces gobernador británico, sir Thomas Stamford Raffles, emprendió unas tareas de recuperación que continuaron con la primera restauración, acometida durante la época colonial holandesa entre 1907 y 1911, y con la segunda reforma, entre 1973 y 1983. En esta última rehabilitación, se desmantelaron 1,5 millones de bloques de piedra que fueron clasificados uno a uno y se reforzó la estructura del templo inyectándole cemento.

Todo ello para que siga resistiendo el paso del tiempo y, por supuesto, los envites del humeante volcán Merapi cuya ceniza ha llegado en ocasiones a cubrir de blanco el monumento , y de los frecuentes terremotos que sacuden a la isla de Java.
En este sentido, el devastador seísmo registrado en mayo del año pasado en Indonesia, que se cobró más de 6.000 vidas, afectó a otro de los reclamos históricos más famosos de Yogyakarta, ya que el epicentro del temblor se localizó a sólo 30 kilómetros de la ciudad.

Por ese motivo, el complejo de templos hinduistas de Prambanan, a 17 kilómetros al este de Yogyakarta, resultó dañado por el terremoto, puesto que se desprendieron numerosos bloques de piedra de sus recintos. Construido a mediados del siglo IX por el rey Balitung Mama Sambu, este conjunto arqueológico es uno de los mayores y más hermosos vestigios hinduistas del Sudeste asiático.
Entre sus principales atractivos, destacan los bajorrelieves que ilustran los principios básicos del hinduismo y los restos de 244 templos, como los santuarios dedicados a las divinidades Shiva, Vishnu y Brahma.
De vuelta a Yogyakarta, el monumento de mayor relevancia es el Kraton o Palacio del Sultán, que preside el centro de esta animada ciudad de convulso pasado. Y es que el Sultanato data de 1755, cuando Holanda, la potencia colonial dominante en esa época, dividió en dos esta región de las antiguas Indias Orientales bajo el Tratado de Giyanti.

Así, del Sultanato de Mataram se desgajaron el de Surakarta y el de Yogyakarta, al frente del cual se situó Hamengkubuwono I. En su palacio, construido en 1757 y hoy convertido en museo, aún sigue residiendo su décimo descendiente. Gracias a la activa participación política de su padre en la lucha por la independencia de Indonesia, obtenida finalmente en 1950 tras la Segunda Guerra Mundial y la expulsión de las últimas tropas coloniales holandesas, Hamengkubuwono X continúa ostentando en la actualidad el título de Sultán de Yogyakarta.
Pero, además, este heredero de una de las más importantes estirpes dinásticas de Java fue elegido en 1988 gobernador de la región especial de Yogyakarta, por lo que a sus poderes políticos suma unos privilegios propios de otros tiempos. Entre ellos, destacan los 200 criados que pululan por el recinto ataviados con el típico traje tradicional de Java, que no incluye zapatos pero sí un vistoso pañuelo que, denominado blangkon, utilizan los guardias a modo de sombrero.
Alrededor del Kraton se abre un bullicioso y coqueto barrio plagado de tiendas y cafés en el que aún despuntan las ruinas del Castillo de Agua (Tamansari), el jardín levantado en 1758 para disfrute del Sultán y que empezó a rehabilitarse hace dos años.

Para las compras, lo mejor es darse un paseo por la céntrica avenida Malioboro, con puestos especialmente ideados para satisfacer a los turistas, o por la calle que luego desemboca en la carretera que va a Solo, con mucho más acento local. En todos estos tenderetes se pueden adquirir los más característicos productos de la rica y variada artesanía de Yogyakarta, como bien labrados objetos de plata, marionetas de piel para el teatro de sombras chinescas o, por supuesto, los típicos batik, las telas profusamente teñidas y decoradas con llamativos colores que, a modo de ropajes, conforman una de las tradiciones más antiguas de la isla de Java, la más deslumbrante perla cultural de Indonesia.

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