ABC
Suscríbete
ABCABC de SevillaLa Voz de CádizMi ABCABC
Blogs Tras un biombo chino por Pablo M. Díez

Wang Cainian, el campesino errante

Pablo M. Díezel

China es, sin lugar a dudas, el país que más éxitos ha logrado en la lucha contra la pobreza gracias a su extraordinario, pero también desigual, crecimiento económico de las tres últimas décadas. Según el Banco Mundial, de los 835 millones de pobres que había en 1981 (más de la mitad de la población) se ha pasado a los 318 millones de personas que viven con menos de dos dólares al día. Para el Gobierno chino, que tiene un umbral de la pobreza más alto fijado en 152 dólares al año, sólo quedan ya 14,8 millones de personas en la más absoluta indigencia, mientras que otros 29,3 millones tienen dificultades ocasionales para llenarse el estómago con un cuenco de arroz.
Con cada vez mayores desigualdades entre ricos y pobres y entre las ciudades y el campo, donde viven 800 de sus 1.300 millones de habitantes, las zonas más paupérrimas de China se localizan en las provincias del oeste, como Sichuan, Qinghai o Gansu.
En una remota montaña de esta última región vive, precisamente, Wang Cainian, un campesino de 58 años que apenas puede alimentar a su familia, formada por su esposa, su hijo, su nuera y su nieto, con sus 7 mu (0,46 hectáreas) de tierra. Sólo podemos plantar arroz y maíz porque el terreno no es muy bueno, se queja Wang, quien, a pesar de su avanzada edad y sus menguantes fuerzas, se ha visto obligado a hacer el petate para emigrar en busca de un trabajo mejor.

Viviendo en una casuche de adobe de lo poco que les dan su huerto y sus gallinas, cada miembro de la familia necesita al año unos 1.000 yuanes (114 euros) para las cosas del día a día, pero los precios se han disparado y ya no podemos ni comprar el aceite más barato para cocinar o pagar la factura de la luz y el teléfono, que llegó al pueblo hace tres años. Apesadumbrado, así lo cuenta Wang en el atestado vestíbulo de la destartalada estación de trenes de Jiayuguan, donde empieza el primer tramo de la Gran Muralla al oeste de China.

En esta fría mañana de invierno, el reloj de la sala de espera marca las siete y Wang Cainian, junto a otros diez paisanos, se calienta frotándose las manos con el aliento mientras aguarda para tomar un tren que los lleve hasta Liu Gou, donde se pasarán los próximos meses reparando las vías del ferrocarril.
Es la primera vez que salgo de mi pueblo y nuestro capataz, que nos ha buscado el trabajo, nos ha dicho que viviremos todos en un barracón y que nos darán la comida y 45 yuanes (5 euros) al día, explica el campesino, quien sonríe ilusionado y dejando al descubierto sus dientes amarillos y careados.
Con lo que gane en el tajo, Wang podrá aliviar la asfixiada economía de su familia, donde su hijo se ha quedado al cuidado del huerto durante su ausencia. Aunque hace dos años que no tenemos que pagar el impuesto de la tierra ni la educación del niño pequeño, la escuela nos obliga a comprarle unos libros carísimos cada dos por tres, critica el humilde campesino, ataviado con una gorra azul de la época comunista y una chaqueta tipo Mao y arrastrando un fardo de colores con sus escasas pertenencias.
Además, el problema es si nos ponemos malos y tenemos que ir al hospital, ya que un simple jarabe para curar el resfriado cuesta unos 60 yuanes (7 euros) y un chequeo con rayos X más de 1.000 yuanes (114 euros), detalla los principales problemas a los que se enfrentan los chinos debido a la falta de un sistema gratuito de seguridad social.
Pero, al menos, ahora somos más libres y vivimos mejor que antes de la reforma, cuando apenas teníamos para comer porque todas las familias trabájabamos en la cooperativa estatal y sólo nos daban cinco kilos de arroz al mes, concluye con la esperanza de que la China que herede su nieto sea mejor que la que le ha tocado vivir a él.

Otros temas

Tags

Pablo M. Díezel

Post más recientes