Dividiendo la Península Coreana entre el Norte comunista y el Sur capitalista, el Paralelo 38 es la última frontera que queda de la Guerra Fría. A lo largo de los 248 kilómetros que mide la península de este a oeste, una franja deshabitada de cuatro kilómetros de ancho separa estos dos países hermanos que, más bien, son dos mundos enfrentados. Cercada por alambre de espino, dicha “tierra de nadie” se conoce como Zona Desmilitarizada, pero a su alrededor se alza uno de los lugares con más soldados y armamento del planeta.
Justo en medio, una fina raya de cemento marca la frontera entre las dos Coreas en Panmunjeom, el famoso complejo de casetas azules que simboliza la herida abierta entre ambos países. A unos metros de donde se firmó el armisticio que puso fin a la guerra librada entre 1950 y 1953, en la que la Unión Soviética y China apoyaron al Norte y Estados Unidos y 21 países de la ONU al Sur, el puesto de Panmunjeom parece sacado de una película de espías. Rígidos como estatuas, con los puños cerrados y apretando la mandíbula bajo sus gafas de sol, los militares del Sur asoman medio cuerpo tras las casetas a unos pasos de los soldados del Norte. Un duelo silencioso que atrae a numerosos turistas en grupos organizados, que también visitan el observatorio desde el que se divisa el primer pueblo de Corea del Norte y el tercero de los cuatro túneles con los que el régimen estalinista de Pyongyang quería invadir el Sur en los años 70.
Por su cuenta, el viajero también puede llegar al Paralelo 38. Desde Seúl, cada mañana parte un tren a la estación de Dorasan, a solo 30 metros de las alambradas que marcan la Zona Desmilitarizada. Abierta en 2002, fruto de la cumbre que celebraron dos años antes en Pyongyang el entonces presidente surcoreano, Kim Dae-jung, y el caudillo norcoreano, Kim Jong-il, dicha estación es un popular destino turístico y excursión obligada para los colegios.
Pero también es una zona de guerra. En Imjingang, la parada anterior, tres soldados se suben a los vagones y revisan concienzudamente la documentación de los viajeros antes de atravesar el río Imjin hacia la Zona Desmilitarizada. Al lado del puente que cruza el tren, del agua sobresalen los pilares de otra pasarela bombardeada durante la contienda. A cada orilla, las torretas de vigilancia recuerdan la tensión del Paralelo 38, donde los militares patrullan metralleta en ristre tras las verjas.
A pesar de este ambiente bélico, lo que espera a los viajeros nada más llegar a la estación de Dorasan es el Parque de la Paz. Entre monumentos conmemorativos, un vehículo anfibio y un tanque Marshall de la guerra, los escolares del Sur aprenden en el pequeño museo del parque las lecciones de la Historia para que no se vuelvan a repetir sus errores ni, por supuesto, sus horrores. Al otro lado, en cambio, la propaganda norcoreana adoctrina a los niños desde la cuna para luchar hasta la muerte por el régimen de Kim Jong-un contra “los imperialistas de Estados Unidos y sus títeres del Sur”.
Desde el Parque de la Paz, y siempre dentro de grupos organizados, los visitantes llegan hasta el pueblo de Tong-il, donde pueden degustar una comida típicamente coreana a base de kimchi, tofu y carne a la parrilla en un restaurante en pleno Paralelo 38. La aparente normalidad que se respira en sus comercios, casas e invernaderos solo es rota por las patrullas de las cercanas bases militares, que vigilan la frontera con ropa de camuflaje y la cara pintada. A modo de mobiliario urbano de guerra, las siluetas de varios soldados armados adornan uno de los arcenes de la carretera.
Exhibiendo un vagón del tren militar que operaba durante la Guerra Fría entre las dos Alemanias, cuya reunificación es un ejemplo para Corea, la estación de Dorasan es la última del Sur. O la primera hacia el Norte, como dicen aquí pensando en su futura unión. Durante la ocupación japonesa, la línea Gyeongui recorría el país desde Busan, en el extremo suroriental, hasta Sinuiju, en la frontera con China, pasando por Seúl y Pyongyang.
Como un triste recordatorio, los carteles de la estación indican que la capital surcoreana se halla a 56 kilómetros y la del Norte a 240. Si la línea se conecta de nuevo algún día y une la Península Coreana, enlazará con el Transiberiano hasta Europa. Para ello, en la estación de Dorasan hay incluso un andén a Pyongyang. Como una cruel metáfora de las relaciones entre las dos Coreas, no es más que una vía muerta.
Otros temas