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Blogs Tras un biombo chino por Pablo M. Díez

Tailandia, el “país de la sonrisa”

Pablo M. Díezel

Tras el devastador tsunami que barrió el Océano Índico en diciembre de 2004, y que afectó a las zonas más turísticas de Tailandia, el país de la sonrisa ha recuperado su tradicional alegría. Por ello, este país del sureste asiático es un destino imprescindible que combina los encantos de su capital con las playas del sur y las montañas y junglas del norte.
En primer lugar, Bangkok ofrece no sólo el bullicio de una de las noches más locas del planeta, que desgraciadamente la han convertido en la meca del turismo sexual, sino también un rico patrimonio cultural basado en la espiritualidad y el recogimiento de sus hermosos templos budistas.

Y es que, antes de convertirse en la megalópolis de 10 millones de habitantes plagada de rascacielos y autopistas de varios niveles que es hoy, Bangkok era una auténtica Ciudad de Ángeles. Al menos, eso es lo que significaba su nombre tailandés (Krung Thep) cuando el soberano Rama I la estableció en 1782 como capital del entonces Reino de Siam.

Gracias a tan ilustre y exótico pasado, uno de los principales reclamos de la ciudad es el Gran Palacio Real y el Templo del Buda de Esmeralda (Wat Phra Kaeo), un enorme complejo de 1,5 kilómetros cuadrados formado por un centenar de dependencias de la monarquía y capillas que cada día son visitadas por miles de fieles. Todos ellos acuden a quemar incienso y a pedir suerte y prosperidad al Buda de Esmeralda, una pequeña estatua de jade verde de 66 centímetros venerada como una de las reliquias más sagradas del budismo tailandés.

Además del mural donde se narra el Ramakian, la versión tailandesa del famoso poema épico hindú Ramayana, destacan las pagodas y templetes del Panteón Real, la réplica en miniatura del legendario templo camboyano de Angkor Wat y las salas y museos del Gran Palacio. Como complemento a esta visita, destaca la mansión de Vimanmek, otra residencia real construida en 1900 por el quinto soberano de la dinastía Rama que se encuentra en la zona de Dusit y que, con sus 81 elegantes estancias, pasa por ser el mayor edificio levantado con madera de teca del mundo.

Otros lugares imprescindibles de Bangkok son el templo de Pho (Wat Pho), que tiene dos siglos de antigüedad y alberga una descomunal estatua de Buda reclinado de 46 metros de largo y 15 de alto, y el templo del Amanecer (Wat Arun), al otro lado del río Chao Phraya y constituido por espectaculares torres de estilo jemer, el gran imperio del sureste asiático que rigió en Camboya y Laos desde el siglo VI hasta que los tailandeses conquistaron su capital, Angkor, en 1434.

Precisamente en esta zona se puede tomar un bote para efectuar una reveladora travesía tanto por el río Chao Phraya como por sus canales, lo que supone un viaje hacia el alma verdadera de Bangkok. A través de este recorrido por las sucias aguas de los khlongs (canales), el viajero podrá conocer cómo viven realmente los habitantes de la ciudad, en la que se mezclan las mansiones de lujo con cochambrosas infraviviendas donde sus moradores llegan a dormir en jaulas que les sirven para guardar lo poco que tienen. A pesar de su pobreza, el turista se sorprenderá de la generosa simpatía de sus vecinos, dispuestos en todo momento a regalar una sonrisa y un saludo al modo tradicional (juntando las palmas de las manos como si fueran a rezar e inclinando la cabeza).

Además de adentrarse en este submundo, el paseo por los canales permite detenerse en la granja de serpientes ubicada en esta zona de Thonburi, que ofrece espectáculos con reptiles domesticados.
Ya de noche, la espiritualidad que rezuma la capital tailandesa gracias a sus templos se torna en puro desenfreno debido a sus innumerables salones de masajes y a los espectáculos eróticos no exentos de arriesgadas e inverosímiles acrobacias con las partes más sensibles del cuerpo femenino, que ya no se ciñen sólo al archiconocido mercado de Patpong. Para los que quieran una velada con menos emociones fuertes, un paseo por el barrio chino permitirá descubrir la magia urbana de los brillantes luminosos de neón con caracteres en mandarín y tailandés mientras se degusta alguna delicia local en los puestos ambulantes que inundan las calles.

Después de pasar por la gran ciudad, el viajero puede elegir entre el amplio abanico de playas paradisíacas con que cuenta el sur del litoral tailandés o las selvas montañosas del norte.
Entre las primeras, destaca la costa de la pequeña isla tropical de Ko Pha Ngan, enclavada en el Golfo de Tailandia y famosa no sólo por sus blancas arenas y sus aguas cristalinas, sino también por la Fiesta de la Luna Llena (Full Moon Party).

Además de estas actuaciones de DJs y conciertos de música electrónica que cada mes atraen a miles de jóvenes mochileros en busca de diversión y baile hasta el amanecer, y que se celebran en la playa de Had Rin, esta isla de 168 kilómetros cuadrados cuenta con rincones más relajados y accesibles sólo en barca o a pie, como Ao Tong Nai Pan o Had Kuat.

Para los amantes de la montaña, las junglas de los alrededores de Chiang Mai y Chiang Rai, en el norte del país, reportarán gratas excursiones a lomos de elefantes, recorridos por los exóticos pueblos de las minorías étnicas de la región y un inolvidable crucero por el río Mekong que permitirá conocer el Triángulo Dorado, la zona donde confluyen las fronteras de Tailandia, Birmania y Laos y de la que procede buena parte de la heroína con la que se trafica en todo el mundo.

Gracias a todas atracciones, es difícil que alguien vuelva de Tailandia sin una amplia mueca de satisfacción en el rostro, ya que para algo es el país de la sonrisa.

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